No toda culpa es de Adam Smith

La ley de la oferta y la demanda funciona bien cuando hay equilibrio entre las partes. La intervención del Estado distorsiona el mercado.

El 20 de febrero de 1814 un señor luciendo el uniforme escarlata de coronel de infantería británica entró en la taberna Shipinn de Dover. Parecía consternado y después de beber de un sorbo una cerveza se presentó como el coronel Du Bourg y manifestó, a viva voz, que Napoleón había muerto y las tropas británicas y prusianas habían tomado París.

La noticia corrió como reguero de pólvora y a las 10 de la mañana cuando abrió la Bolsa de Londres las acciones subieron a niveles exorbitantes. Entre las acciones que más habían ascendido estaban las de una empresa llamada “Omnium” en la que participaba el entonces capitán Thomas Cochrane y uno de sus tíos, Andrew Cochrane Johnstone. Estas acciones fueron vendidas con enormes beneficios.

Al día siguiente se supo que Napoleón aún estaba vivo y París no había caído. El comité de la Bolsa ordenó investigar el caso y pronto se supo que el supuesto coronel Du Bourg no era coronel ni se llamaba así sino Berenger y ese mismo día había ido a visitar al capitán Cochrane presentándose como amigo de su otro tío, el almirante Cochrane.

Este episodio fue crucial en la vida del joven marino, héroe de las guerras napoleónicas, quien terminó en la cárcel y, por tal razón, decidió irse a América Latina para dirigir la flota chilena y convertirse en paladín libertario de Chile, Perú, Brasil y Grecia.

Pero la historia viene al caso para señalar una falencia en la teoría de oferta y la demanda que se usa como fundamento no sólo de la actividad comercial sino de la sociedad.

La ley de oferta y demanda funciona correctamente mientras las partes en pugna tengan los mismos conocimientos o estén en igualdad de oportunidades, pero cuando una de ellas se basa en engaños o se vale de su posición dominante para manipular información, entonces la ecuación se rompe en perjuicio del que menos sabe o menos puede.

Tomar por válido que todo se rige por la ley de oferta y demanda es una simplificación ya que la “competencia perfecta”, donde el precio de un producto se alcanza mediante un acuerdo entre productores y consumidores, es difícil de encontrar cuando no imposible. Los monopolios, los oligopolios, la intervención del Estado, los condicionamientos dados por la publicidad, la educación, los prejuicios sociales o el simple engaño llevan a la información imperfecta y, por lo tanto, a la distorsión del mercado. La famosa mano invisible se deja ver...

En una sociedad primitiva la ley de oferta y demanda puede funcionar porque todos o casi todos son igualmente ignorantes, pero en una sociedad dinámica con cambios de modas e innovaciones constantes la demanda no es constantemente decreciente al precio, ni para un individuo y menos aún para una sociedad donde existe la diversidad de gustos, opiniones e información.

Tampoco los ofertantes son iguales, ni los productos son exactamente iguales, ni los productores solo se guían por el precio para sus decisiones. Lo normal es que intenten sacar ventaja de la diferencia de precio, de la calidad del producto, de la innovación y más aún, de como se promociona tal producto. En un mundo ideal nadie necesita el marketing porque los consumidores ya lo saben todo y solo el precio distingue la producción de una empresa de la otra. Y en el mundo real esto no suele acontecer. En la mayoría de las industrias los productos son heterogéneos y los consumidores no lo saben todo y consideran otros aspectos del producto además del precio.

Manipuladores

Tanto los compradores como los vendedores tratan de manipular al mercado como lo hizo el falso coronel Du Bourg distorsionando datos tan groseros como la muerte de Napoleón y la caída de París. Los ingleses, por su lado, después de años de sufrimiento económico por las dificultades comerciales impuestas por Bonaparte, reaccionaron con poca cautela porque creían que era el fin de la “malaria” que venían sufriendo y se dejaron invadir por el entusiasmo (que suele ser un mal consejero), responsable de las muchas burbujas financieras que jalonaron la historia de la economía y que, actualmente, tienden a aparecer y desaparecer con una aceleración que nada bueno promete ...

La demanda como suma de las demandas individuales, no existe. No hay garantía ninguna que al variar el nivel de renta siga decreciendo el precio. Esto se ve particularmente en el mercado de bienes suntuarios, donde a mayor demanda el producto se encarece por una supuesta “exclusividad”.

¿Acaso lo expuesto invalida la economía de mercado? No, el capitalismo impone una dinámica que es imposible de encontrar en las experiencias comunistas, condenadas al fracaso antes de empezar por construir una oferta rígida sin variaciones ni ventajas. La expectativa de ganancias continúa siendo el motor de la sociedad pero cuando se incurre en la distorsión alevosa y malintencionada del mercado (falsa información del coronel Du Bourg) o un abuso de la posición dominante por regímenes oligopólicos estamos ante la necesidad de intervención de las autoridades o la justicia.

No toda la culpa se la podemos achacar a Adam Smith quien, como profesor de lógica y moral, había creado un mundo perfecto en un esquema de honestidad y colaboración bienintencionada. El problema aparece en la vida real cuando unos vivillos usan los conceptos de oferta y demanda como verdad absoluta y crean posiciones dominante mendaces para manipular la oferta y la demanda de acuerdo a sus ambiciones, cosa que cada día vemos con más asiduidad.