No es un gobierno: es el pueblo de Ucrania (o Recuerden Budapest)

Imposible saber, al momento de tipear estas líneas, la situación en tierra ucrania, que cambia de un segundo al otro desde la invasión de Rusia. Pese a lo cual, tal vez pueda decirse de ambas naciones -invasora e invadida- alguna cosa algo más permanente.

Cuando decimos más permanente, no nos referimos sólo al pasado reciente, en el que se suele poner el acento, cuando se dice que Rusia simplemente se rebela contra la disgregación de la Unión Soviética (a la cual dirigía a su antojo). Y que pretende reconstruirla, aún bajo otras formas.

En realidad, la vocación expansiva de esa nación es muy antigua: existió con los zares y con los soviets que obraron como su cobertura ideológica durante el siglo XX. (Por eso, De Gaulle jamás habló de la Unión Soviética, decía Rusia, tal como se lo dictaba su conocimiento de historiador militar).

Comencemos diciendo que la concepción del poder de ese país no es europea. Un historiador suizo lo dijo con claridad: ``Partamos de una evidencia. Rusia no pertenece a Europa, sino a Asia. De aquí un error, a evitar en lo sucesivo: juzgar a Rusia y a los rusos según nuestras normas europeas'' (Gonzague de Reynold; `El mundo ruso').

Citó, además, el diagnóstico de Napoleón, en sus días de Santa Elena: "De todas las potencias Rusia es la más temible... he querido oponer una barrera a esos bárbaros, restableciendo el trono de Polonia. Pero vuestros imbéciles ministros no han querido consentir. Cuando se vea a la Europa invadida, convertirse en presa de los bárbaros del norte, se dirá `¡Napoleón tenía razón!'''.

El rol de la barrera napoleónica, hoy lo cumple una NATO ampliada, que comprende, entre otros, a los países bálticos y a Polonia.

 

SUPERVIVENCIA

En una nota difundida en estos días, Thomas Friedman sostuvo que Estados Unidos y sus aliados no debieron haberla extendido, permitiendo el ingreso de países que antes giraban en la órbita soviética. Dijo que a ello se debe la reacción rusa y, que, cuando esa incorporación sucedió, Rusia se abría pacíficamente hacia el oeste.

A ello caben dos observaciones. En primer lugar, fueron dichos países los que pidieron entrar en la NATO. Y, a esta altura de las cosas, su libre determinación no es un valor discutible. En segundo lugar, Friedman -a quien Maquiavelo hubiera aplazado- parece creer que las oportunidades permanecen estáticas a lo largo del tiempo. No es así. El momento era el adecuado.

¿De no ser miembros de la NATO, que suerte estarían corriendo hoy Polonia, Hungría y los países bálticos? La respuesta es fácil. Fue su entrada en ella lo que les confiere el respeto de su gigantesco vecino.

Es muy posible, que Putin esté corriendo una carrera en la que la vuelta a su marca sea imposible. Y que por eso redoble su apuesta, amenazando con el poderío nuclear de su país.

Sin embargo, ni él ni su grupo deberían olvidar que no luchan contra un gobierno, sino contra el pueblo de Ucrania. Pueblo que no olvida el genocidio que contra él cometió Stalin, matando por hambre a millones de sus campesinos.

Por eso -y por otros atropellos a lo largo de la historia- luchan en Kiev hombres y mujeres de toda edad. Y se alistan para combatir desde una Miss Ucrania a los hermanos Klitschko, ex campeones mundiales de boxeo (con toda la repercusión que sus figuras provocan).

También deberían recordar, Putin y su camarilla, lo sucedido con la invasión rusa a Hungría, en 1956. Entonces, Budapest, su capital, la resistió tal como hoy lo hace Kiev. Resistencia que llamó atención de Indro Montanelli, enviado por el `Corriere della Sera' a cubrirla. Porque no tenía líderes: brotaba espontáneamente de sus habitantes.

Así dijo: “Quienes han visto esa ciudad arrojándose en bloque contra los cinco mil tanques que la sorprendieron en plena noche, quienes han visto sus casas transformadas en fortines, quedaron convencidos que no se trataba de un fervor pasajero''.

“En Budapest, el comunismo ha muerto, lo digo con plena convicción. Y no hay artificio que pueda resucitarlo'', concluía Montanelli (cuyos artículos se publicaron en forma de libro, con el título de `La sublime locura de la revolución').

La rebelión de los húngaros fue aplastada por los tanques rusos. Pero permaneció, larvada, en el alma de los suyos. Así fue Hungría la que derribó el Muro, antes de que éste cayera, físicamente, en Berlín. Allá por 1989, aún bajo un régimen marxista -y vigente el Pacto de Varsovia- permitió que los alemanes del este atravesaran su territorio, para llegar a Austria y de allí pasar a la Alemania Occidental.

Ruego se nos disculpe citar una columna que publicamos en este diario, muy poco antes de ese derribo físico. Dijimos entonces: "Al abrir su frontera con Austria, y permitir que millares de alemanes pasen a la mitad libre de su patria, Hungría ha abierto en la Cortina de Hierro el primer boquete, cuestionando, al mismo tiempo un orden internacional injusto. La extraordinaria valentía de la nación húngara -en la que aún está fresco el paso sangriento de los tanques rusos- apunta al corazón mismo de la ideología marxista, al exponer en vidriera, a la contemplación universal, la huida de quienes viven bajo ese sistema''.

El paralelo salta a la vista. Hoy, Kiev, es la nueva Budapest. Y tarde o temprano, ganará la partida