Mirador político

No al cambio

Las elecciones en el Chaco confirmaron la tendencia de las realizadas hasta ahora durante el primer semestre de 2023 en la mitad de las provincias. Una tendencia conservadora y reacia al cambio.

En Chaco el más votado fue el gobernador Jorge Capitanich, que le sacó 13 puntos al candidato más votado de Juntos por el Cambio, Leandro Zdero. Por tratarse de unas PASO, Zdero sumó sus votos con los del otro precandidato radical, Juan Carlos Polini, lo que permitió a la coalición opositora cosechar seis puntos más que el oficialismo y proclamarse vencedora.

Otro dato clave y repetido en las elecciones anteriores fue el nivel record de ausentismo, 42%, que impacta de manera negativa en la representatividad de los electos. En Chaco, de cerca de un millón de ciudadanos habilitados, concurrió a las urnas el 58% y casi 5% votó en blanco. Los radicales ganaron, entonces, con el apoyo de poco más del 20% del padrón.

Este desempeño de Juntos por el Cambio se dio en circunstancias que parecían a primera vista favorables para un voto castigo. El peronismo en el poder afronta su peor momento con una inflación fuera de control que pulveriza los salarios, niveles de pobreza récord y un gobierno nacional fragmentado e inoperante.

En Chaco, además, se votó a la sombra de un escándalo de amplia repercusión por la desaparición de una joven a manos, presuntamente, de dirigentes peronistas ligados a Capitanich. El fantasma de los hijos del poder impunes en una provincia feudal era el factor que podría haber provocado una catástrofe a Capitanich algo que no ocurrió.

Lo que sucedió fue, en cambio, una nueva demostración de que la oposición no capitaliza el voto castigo, más allá de quien la represente. El resultado de las PASO de anteayer es parecido al de las legislativas de 2021. Hay un piso que el peronismo no perfora aun en las circunstancias más adversas. Ese electorado fiel que le permite ganar por cifras aplastantes en situaciones favorables, no va a votar cuando estas cambian. No prueba con otra alternativa cualesquiera sean las promesas que le hagan.

¿Por qué? Porque el 60% no quiere un cambio. Quiere subsidios a la electricidad, el gas, el transporte, “empleo” público, “planes”, “jubilaciones” sin aporte, etcétera. Opina que son sus derechos y que el estado “protector” puede proveérselos sin dinamitar la moneda y aumentar la pobreza. No importa que lo agobien con impuestos (el 25% del precio del pan y de la carne lo son), ni que cuando esa exacción no alcanza emita disparatadamente destruyendo la moneda.

Ante este fenómeno la oposición se debate en una interna entre quienes quieren copiar al peronismo evitando la parte de la corrupción y la locura monetaria y quienes quieren imponer una racionalidad económica electoralmente inviable. Ninguna de las dos facciones ha logrado persuadir al grueso de los votantes de que la decadencia a la vista

se profundizará por el actual camino. Eso sólo pueden hacerlo olvidándose de la corrección política y usando un lenguaje realista. El marketing electoral que probaron hasta ahora fue un fracaso. Pero parece que los votantes no son los únicos que se niegan a cambiar.