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Narco-Cultura y el “opio de los Pueblos”

 

 

 “…Si Marx viviera quizás diría que las drogas son el nuevo opio de los pueblos”.

 

 

No solo importa el narco- negocio del cual dan testimonio crímenes con el sello del ajuste de cuentas. Es la narco–cultura la que nos debe interesar y llama la atención la liviandad con la cual hoy (incluso en campañas políticas) se habla de las drogas banalizando su uso frente a los daños que ocasiona tan evidentes que se tratan de ocultar. Mientras tanto crujen los sistemas sanitarios ante tanta muerte anticipada. No hay residencias para tanta muerte que en su halito final pide ayuda, pero la narco-cultura como cultura de la muerte anticipada triunfa en la plusvalía de la muerte que promueven.

Aumentan las consecuencias del consumo con daños cada vez más complejos y los sistemas asistenciales decrecen. Aumenta la producción de todo tipo de drogas en forma agigantada. Según un informe de Naciones Unidas el número de personas que consume drogas ha aumentado un 22% en los últimos diez años y ha aumentado en el año de la pandemia también. La población mundial creció un 10 % y el consumo un 22%. Advierte Naciones Unidas que los sistemas de atención son escasos frente a tanta demanda. Mientras tanto se duplico entre 2014 y 2019 la fabricación mundial de cocaína (1.784 toneladas). Se imaginan respuestas que aumentan los problemas. En Uruguay la venta en las farmacias de marihuana llevo al aumento del consumo de ésta en un 600%, siendo los narcos los que venden la marihuana más barata y a la vez el consumo de cocaína aumento tanto que es el segundo país en consumo del clorhidrato junto a Argentina en América solo superado por U.S.A. La marihuana parece ser el “Caballo de Troya” de todas las drogas. Las farmacias se resisten a venderla de las 1.100 autorizadas. Mientras tanto el cerebro no puede resistir pruebas toxicas y hay una neuroadaptación al uso de drogas que facilita el uso de varias al mismo tiempo. Hoy la marihuana forma parte de un “combo” donde hay varias más e incluso pastillas de tipo psicotrópico. La marihuana parece ser el “abre puertas “de los receptores cerebrales.

LA IMPOSICION DE REPRESENTACIONES SOCIALES

O sea, esa narco- cultura como cultivo de la muerte. La cultura es un cultivo, etimológicamente hablando; de donde derivarán los negocios. En realidad, se influencian; el narco–negocio lucra con la narco cultura y a su vez la estimula. No solo es la manifestación burda, para nuestros pensamientos y creencias argentinas el “narcocorrido” que se canta en las tierras del cartel de Sinaloa donde la música y sus letras idealizan al mafioso como el “macho” mexicano. El narco es la exaltación del “machismo” acendrado del azteca. Se agiganta al pistolero y a la vez se genera un miedo social. En nuestras tierras basta con cultivar el placer máximo del consumo banalizando los daños. La narco cultura impone representaciones sociales en donde es posible huir de todo dolor. El placer no tiene ley ni límites, aunque ese más allá del principio del placer sea la muerte misma. Vegetando vivos o como muertos - vivos. Se crean representaciones sociales de las drogas en donde todo placer se realizará plenamente. Surgen mitos como por ejemplo “la marihuana no daña”. Estos mitos a su vez aseguran pertenencia, referencia e identidad. Lo que está devaluado se ofrece como si estuviera en oferta en una góndola de la postmodernidad: la Identidad. Nunca como hoy nuestra mismidad más profunda o sea nuestra identidad se encuentra más alienada y entregada en liquidación a distintos mercaderes. Para el adolescente “no ser careta” es una señal identificatoria. El “drogón” es una cédula, un DNI o nuestro ADN. Para el joven empresario las sustancias son el tónico de la omnipotencia que asegurarán ilusoriamente un rendimiento “a medida” de la sociedad del éxito. A su vez formar parte de tribus urbanas para muchos jóvenes asegura amparo y una hostilidad hacia otras tribus, lo cual reafirma la pertenencia a una individualidad colectiva. Las tribus parecen ser una agremiación de débiles afirmándose en una individualidad colectiva.

LA ILUSION “DEL TIEMPO NO PARA”

Todo esto me recuerda aquella celebre puesta en escena televisiva del gran director argentino Alejandro Maci, hijo del maestro de psicoanalistas Guillermo Maci, en donde describe maravillosamente en la obra novelada “El Tiempo no para “la volatilidad del tiempo que se come a sus personajes en la vorágine del ya. Sobre esta base existencial se monta la narco-cultura. La novela televisiva narraba en una sucesión desenfrenada de escenas y personajes el vértigo en el cual como sociedad vivimos. En esta época llamada postmoderna y también post-social por la “liquidación” del otro como prójimo –próximo (el otro parecería no existir o solo para ser burlado, transgredido o usado) el tiempo adquiere una dimensión cataclísmica y explosiva. Vale el tiempo del impulso y el frenesí de la ansiedad y así el Dios Cronos (dios del Tiempo) se come a sus hijos que marca la mitología. La narco-cultura lleva a la muerte anticipada sumergidos todos en la vorágine que se les impone. Ir a “mil” se transforma en un fin en sí mismo. La droga así seduce, se transforma en un modo de dominio en un mundo de Poder. Quedamos sometidos al vértigo para salir del túnel, mentando a Jacques Cocteau en su libro “Opio” en donde dice que para muchos la droga es la única forma de salir del “túnel de la vida”. Vidas lúgubres que se intenta atravesar con un mundo alucinatorio comprado (vida a la cual no le hemos encontrado ideales superiores al “ombligo”) y sujetos al “combustible” mortífero de nuestras neuronas y nuestra mente como son las drogas. No hay luz en el túnel de nuestras vidas, pero por lo menos intentamos saltar y esto se nos vende como solución existencial.

LA INTEMPERIE Y SU NARCOTIZACION

Caídos los lazos sociales y familiares miles se asocian en la “intemperie” a través de emblemas. Entre ellos, por nuestros datos, también circulan las drogas y el alcohol. ¿Cómo tolerar el “frío” de la “intemperie” si no es con huidas previamente prestigiadas? Es que precisamente la huida a través de las sustancias está prestigiada. La clave de las representaciones sociales es que generan prestigio y además la “yapa” de una alucinación comprada, aunque dure pocos minutos. Estas huidas prestigiadas paradójicamente acercan a cada ser humano a un destino trágico. Anticipan la tragedia a través de la estrategia del disimulo del dolor. Estos mitos se dan a través de ritos. Lugares también prestigiados y a la vez aborrecidos cuando se asume la condena cotidiana de necesitar la dosis. Villas boliches, aguantaderos, fumaderos, esquinas, etc., representan la ambivalencia del prestigio asumido y de ser dramáticamente fiel a una condena trágica. Así la narco-cultura disciplina no solo para un negocio en donde la demanda no la marca el “pico del placer” sino el vacío de la abstinencia. Así son ya clientes. Mercancía cada vez más devaluada en la medida que se ingresa en la dependencia. Así surge el destino del crónico en donde la soledad es lo cotidiano. Pero la narco-cultura es un disciplinamiento social. Es un control social de enorme cantidad de personas y a veces pienso que si C. Marx viviera diría hoy que “las drogas son el opio de los pueblos”.