Nada más y nada menos que el padre de la Selección

 

Los pibes hoy andan por la vida jactándose del tan anhelado título que se hizo realidad en Qatar. Los desborda el orgullo. También la alegría cómplice de pertenecer al selecto grupo de amantes del fútbol que desde el 18 de diciembre de 2022 ven todo color de rosas. Quizás por estas horas no comprendan que la Selección está de luto. Llora la tristeza de la orfandad. Murió el hombre que le dio vida. Se fue César Luis Menotti, el padre del equipo nacional.

A esos jóvenes que intercambian saludos que van del “¡hola, campeón!” al “¿qué hacés, campeón?” el apellido del Flaco tal vez les resulte desconocido. Quizás ni siquiera sean capaces de imaginar que Menotti dio el puntapié inicial para que la Argentina se abrazara a la gloria que tantas despiadadas gambetas le había tirado durante mucho tiempo. Demasiado tiempo.

Porque hasta la inédita consagración del 25 de junio de 1978 el fútbol de esta tierra transitaba la eterna frustración de abrazarse a ilusiones que nacían y se desvanecían en un abrir y cerrar de ojos. “Campeones morales”. Siempre “campeones morales”. Un rótulo demasiado amable para ocultar penas indisimulables. Un piadoso acto de autoconsuelo que servía de poco y nada.

Los orgullosos simpatizantes que se sienten tan campeones del mundo como Lionel Messi, Emiliano Martínez o Ángel Di María ignoran que no hace tanto que el fútbol argentino tiene un lugar bien ganado en la elite de este deporte. No tienen idea de que en épocas que para ellos se antojan prehistóricas existieron Mario Alberto Kempes. Ubaldo Matildo Fillol y Leopoldo Jacinto Luque, por citar solo a tres figuras del conjunto campeón del ´78. Para ellos todo empezó con La Pulga, Dibu, Fideo y los otros héroes del elenco de Lionel Scaloni. Y, por supuesto, no saben que esas buenas épocas se iniciaron hace menos de 50 años.

Argentina campeona del mundo en 1978, el equipo que llevó a Menotti a la cumbre. El equipo con el que el Flaco refundó a la Selecciòn.

Medio siglo parece una cantidad de tiempo inmensa para ellos, pero es una insignificante gota en el océano de la historia del fútbol. En ese tiempo, aunque a esos muchachos les resulte insólito, la Selección no existía. Los técnicos asumían y se iban jaqueados por la falta de apoyo de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y los consiguientes malos resultados. Los jugadores hacían mil y un malabares para rechazar las convocatorias porque cada llamado constituía una invitación al fracaso, el caos y el desprestigio.

En 1974, cuando tomó las riendas del equipo nacional, Menotti se encargó de conferirle la importancia que jamás había tenido. Jugar en la Selección se convirtió en un orgullo para los futbolistas. La planificación se transformó en moneda corriente. Nada de improvisar y esperar una sonrisa de la diosa fortuna. El Seleccionado tenía que ser la prioridad número uno. Y lo fue. Empezó a serlo.

El trabajo serio y la dosis de suerte que todo buen equipo requiere alumbraron la conquista del título. El Mundial disputado en estas latitudes fue el bautismo triunfal que la Argentina se debía desde siempre. La gloria internacional que no ungió a fenómenos del pasado como Adolfo Pedernera, José Manuel Moreno, Vicente de la Mata, Antonio Sastre o Amadeo Carrizo se la prestaron, con inusitada generosidad, los campeones del `78. El propio Flaco definió su obra cumbre como “un homenaje al viejo y querido fútbol argentino”.

El Flaco, con Claudio Tapia y Lionel Messi. Menotti también acompañó a los campeones de Qatar 2022.

Su trabajo al frente del elenco albiceleste tuvo mucho de fundacional. Con él se puso en marcha un período de estabilidad laboral para los entrenadores que se mantuvo, salvo en caóticos momentos del pasado reciente. Con él los futbolistas recuperaron el orgullo perdido y los hinchas conocieron la gloria que hasta entonces era de otros. Gracias a él se colocó la piedra fundamental para la grandeza de la Selección.

Sí, después llegó Carlos Salvador Bilardo y con herramientas diferentes hizo un trabajo tan productivo como el de su antecesor. El Narigón tomó la posta y condujo al Seleccionado al éxito con su propia filosofía. Pero si en algo se parecieron los dos primeros técnicos campeones del mundo fue en que ambos apostaron por buenos jugadores. Uno eligió al Matador Kempes, el otro al inigualable Diego Armando Maradona. Uno formó un equipo de notable riqueza técnica y solidaridad colectiva, el otro reunió a once esforzados trabajadores que permitieron que Diego se luciera como nadie lo había hecho antes.

Mucho después, luego de una cadena interminable de sufrimientos y esperanzas marchitas, arribó Scaloni y le permitió a Messi tener el título que merecía más que cualquier otro jugador sobre la faz de la tierra. El DT oriundo de Pujato conjugó el brillo que se reconocía en los equipos del Flaco con la solidez y disciplina de los elencos del Narigón. Demostró, por si hacía falta, que se puede ganar de todas las formas posibles. Que no existe una única fórmula para la victoria. Que los argentinos perdieron demasiado tiempo dividiéndose en menottistas y bilardistas…

En su gestión, Lionel Scaloni tuvo cerca a Menotti y demostró que se puede ganar con cualquier estilo. Nadie tiene la fórmula del éxito. 

Hoy, como en el ´78 y en el ´86, Argentina es campeona del mundo. Las generaciones de hinchas de estos días dejaron de vestir la camiseta del Barcelona, el PSG o cuanto equipo contara con Messi en sus filas para lucir con inocultable satisfacción los colores celestes y blancos. Esas generaciones recuperaron la pasión por la Selección. Esas generaciones no lo comprenden, pero en medio de su triunfal alegría, la Selección llora en silencio porque César Luis Menotti, su padre, dejó este mundo.

(*) Coautor del libro Menotti, el último romántico