El análisis del día

Nada está cerrado hasta que todo esté cerrado

Javier Milei parece tener una idea fija que monopoliza sus obsesiones: erradicar a cualquier costo el déficit fiscal, que es, para él, el motor de la inflación.
“Estamos en medio de una forma bastante bestial de bajar la inflación –describió elogiosamente el economista Rafael Di Tella, académico en Harvard, hijo de Guido, el excanciller de Carlos Menem- Milei se concentró en romper la dominancia fiscal (…) es un presidente que hace la parte impopular y no contempla dar marcha atrás. Parece ser un político de convicciones, no de consensos, como diría su admirada Margaret Thatcher”.
Allí está respondida la pregunta sobre cuál es el programa de este gobierno libertario: está concentrado en el punto del déficit fiscal. Milei parece suponer que de esa cuestión depende la solución de los problemas o, si se quiere, que es intrascendente ocuparse de estos sin atender con prioridad absoluta la cuestión del déficit, misión a la que aplica con energía a menudo desbordada todos los instrumentos que la tradición presidencialista argentina permite (también, a veces, algunos que no están permitidos).

IDEOLOGIA FUNCIONAL
La ideología que cultiva el Presidente es funcional con la meta que se ha impuesto: si el define al Estado como “crimen organizado”, ¿qué prurito le impedirá recortarlo hasta extenuarlo y extinguirlo? Observados desde la perspectiva filosófica libertaria, los escándalos y reales o sospechados desvíos de fondos públicos que la propaganda oficial y paraoficial gotea sistemáticamente componen una redundancia, exponen apenas detalles del verdadero mal, constituido por el Estado mismo, más que por los que eventualmente lo vampirizan.
Es más delincuente el Estado que quienes lo roban, podrían sostener los libertarios, parafraseando una famosa boutade (“Robar un banco es un delito, pero es más delito crearlo”), si no fuera que el autor de la ocurrencia fue el dramaturgo marxista Bertolt Brecht.
Si bien se mira, la mala gestión que suele señalarse a la administración Milei tiene como fondo esa mixtura de concepción ideológica antiestatal y obsesión excluyente por el recorte del gasto fiscal. Así, por caso, la epidemia de dengue puede convertirse en algo de lo que el gobierno se desentienda (responsabilidad de “las jurisdicciones”) y la prolongada carencia de los productos necesarios para defenderse individualmente de la plaga, algo de lo que deberán ocuparse cada persona o “el mercado”. Hay una lógica allí. Lo que, en todo caso, resulta incoherente es la subsistencia de un ministro de Salud (incluso de un ministro “exquisito”, según los términos del vocero presidencial).

PRESIDENCIALISMO Y CONVERGENCIAS
Montado sobre su energético hiperpresidencialismo, Milei avanza a través de un derrotero en el que, pese a los reveses (no ha conseguido aprobar una sola ley de las que le interesan y su superdecreto de necesidad y urgencia, aunque vigente, está paralizado en los tribunales en capítulos de enorme interés para el gobierno), mantiene a raya a sus adversarios y va aplacando las reticencias de sus objetores menos agresivos. En medio de una primera y caudalosa ola de despidos en el sector público, la CGT critica de palabra pero calcula cautelosamente la fecha y la modalidad de alguna protesta. Ha hecho saber, además, que está dispuesta a admitir sin corcoveos una reforma laboral “negociada”, dentro o fuera de la nueva “ley ómnibus” (“ómnibis”), diezmada en el número de artículos y accesiblemente conversada con los gobernadores.
Paso a paso, con interregnos de estrépito, Guillermo Francos va acordando con los gobernadores los puntos que abren el camino para que en mayo se firme el famoso Pacto que Milei propuso el primer día de marzo. Los gobernadores son el otro plato de la balanza del poder político.
Por cierto, nada está carrado hasta que todo esté cerrado y a veces el gobierno (el vértice) desordena piezas que ya parecían ordenadas.
Por ejemplo, Milei eliminó la última semana por decreto de necesidad y urgencia las partidas de Anses para las cajas previsionales de trece provincias que no transfirieron sus sistemas a la Nación. Entre ellas hay provincias de distinto signo político, varias gobernadas por líderes amigables con el poder nacional, los titulares de nueve de ellas estuvieron ayer en la Casa Rosada con una nueva queja en el bolsillo. Y se fueron a sus capitales sin satisfacción a varias inquietudes.
En rigor, desde el principio de su gestión Milei había cortado los pagos a esas cajas. Lo que ocurrió el último martes de marzo fue que el presidente formalizó lo que hasta allí era una situación de hecho> los gobernadores solo podían interpretar la decisión como un perfeccionamiento del castigo que invitaba a las réplicas duras o a las respuestas judiciales. El financiamiento para las trece cajas provinciales es una obligación que figura en la Ley de Presupuesto que se ha prorrogado para este año.
Viendo que su trabajo de reunión amenazaba con disgregarse, Guillermo Francos intentó justificar con “un cambio de denominación” lo que todos interpretaban como recorte de partidas. Consiguió que la mayoría de los afectados optaran por “esperar y ver” antes de recurrir a los tribunales. Ya hay bastante contenido fiscal para discutir entre el poder central y las provincias. Según cifras del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), en los primeros tres meses de este año, las transferencias automáticas a las provincias por coparticipación, leyes complementarias y compensaciones, cayeron un 19 por ciento (en ese porcentaje no está incluido el recorte a las cajas).
Guillermo Francos tiene todavía que convencer a gobernadores menos amables que los que vio ayer. Dura tarea.

VATICINIOS Y AGORERIAS
El Gobierno central insiste en reponer el impuesto a las ganancias a la cuarta categoría (que se coparticipa) para buscar la buena voluntad de las provincias. Sobre el punto no hay consenso: son muchas las que rechazan esa idea; alguna otra, como Córdoba, sugiere establecer en cambio un impuesto a los más altos ingresos; otras proponen coparticipar el impuesto al cheque o el impuesto PAIS, dos opciones que Milei y su ministro de Economía resisten.
Pese a que los tironeos no cesan y los ataques de Milei a todos los que resisten sus iniciativas (desde gobernadores a legisladores y periodistas), aunque algo atenuados, persisten, ahora parce más probable que dos semanas atrás que la pulseada entre los poderes federales y el poder central concluya en un acuerdo.
Eso, de todos modos, no resuelve el centro de las preocupaciones de Milei. Debe conseguir que el ajuste “bestial” ejecutad hasta ahora se traduzca en una reducción sostenida del déficit y en una baja de la inflación (Milei y Caputo adelantan que será de un dígito desde mayo) que permita levantar el cepo y producir una unificación cambiaria que, a su vez, abrirá según el guión la puerta a las inversiones y el crecimiento.
Prometen algunos de esos milagros para el segundo semestre. Si se concretan, los precarios acuerdos que se están urdiendo podrían profundizarse. En cambio, si los vaticinios no se aproximan a la realidad, la esperanza será desplazada por la decepción y la paciencia social que hoy sorprende a tantos observadores podría variar dramáticamente.
Epígar ef oto 1 Javier Milei parece tener una idea fija que monopoliza sus obsesiones: erradicar a cualquier costo el déficit fiscal, que es, para él, el motor de la inflación.