El análisis del día

Mundo moderno: Historia sin fe

La “cultura” del Mundo Moderno, fundada hoy en el más bajo y egocéntrico goce imaginable, va tendiendo también sus redes sobre las disciplinas que tradicionalmente ocuparon a la cultura de verdad.

Entre ellas la Historia es una de las más vulneradas, transformada en relato no sólo por el conjunto de incapaces que se arrodillan sin pudor ante las órdenes de la jefa de gobierno, sino por intelectuales de todos los colores políticos que corren anhelantes a ponerse “a la page”. Ahí se desarrolla de todo, desde lo ruidoso grotesco a lo más sibilino, en busca habitualmente del apoyo de los peores.

No merece sino una mención al paso la inclinación del Jefe de Gobierno de Buenos Aires a todo tipo de degeneraciones, centrada en la promoción de la “agenda” LGTB y etc. Es seguramente el mismo programa con que pretende regir al país desde la Presidencia.

HIPOCRESIA

Entretanto el dúo conformado por la hipocresía y la personalidad perversa -que venimos señalando desde que se asociaron- ha coincidido en echar la culpa a Macri de nuestras eternamente malas formas de relacionarnos con los ingleses por las Malvinas.

Más allá de no aprobar a libro cerrado los arreglos del gobierno anterior sobre permisos e intercambios con los isleños, lo que es imperdonable sobre nuestros actuales mandatarios es que se hayan olvidado de que lo que selló diplomáticamente la derrota de 1982 fue el inaceptable tratado de Madrid que firmó el gobierno de Alfonsín.

Es que al “padre de la democracia” no se lo puede tocar según el código de los progresistas, que renacieron a la política con la rendición del 14 de junio.

Y a ese propósito conviene recordar que Cristina Fernández ha contado como hazaña que mientras muchos fuimos a la Plaza de Mayo a apoyar al país para que no se rindiera, ella estaba en otro grupo de izquierdistas que, alrededor de la estatua de Belgrano, se desaforaban pidiendo la caída del gobierno que sostenía la guerra patriótica.

Qué había venido a hacer esta señora desde el Sur, precisamente en ese momento, es algo que se ha perdido entre las hojas muertas del relato.

ESPAÑA COLONIZADORA

En paralelo han recrudecido en estos días los ataques contra la España colonizadora. Desde el bombardeo a la lengua promovido por el intelectual de izquierdas que pretende -con un mal gusto coincidente con su “look”- llamar ñamericano al castellano que nos fundó, hasta toda una discusión a favor de los indios o a los autopercibidos “pueblos originarios” basada en la llamada Doctrina del Descubrimiento, que corresponde mucho más a los colonialistas no católicos que a los ibéricos.

Digo ibéricos porque hay que incluir allí a los portugueses que, como símbolo, hicieron sostener las columnas de los altares laterales de la riquísima iglesia de San Salvador de Bahía alternativamente delante y detrás por un blanco y por un indio, señalando la igualdad de las almas ante Dios.

Y a los españoles que, apenas descubierta América y debido a la inquietud de la reina Isabel, llevaron indios a comparecer ante el Papa, quien estableció que eran hombres como todos los otros, a quienes correspondía catequizar para que conocieran la Verdad completa. Y así lo estableció la reina.

Los resultados están a la vista.

Brasil integró a los negros africanos y nunca tuvo los disturbios raciales que asolaron a Estados Unidos y han dejado hasta hoy un atroz resentimiento actual producto de la hipocresía.

Los países hispanoamericanos, a su vez, se nutrieron de la cruza de sangres y pueden enorgullecerse de sus criollos, libre y profundamente religiosos desde siempre. Que haya habido abusos e injusticias es parte de la pequeñez humana. Pero la regla ha sido la generosidad.

A la inversa, vale la pena recordar que el Día de Acción de Gracias festeja en Estados Unidos el gesto de los indios de la actual Nueva Inglaterra que regalaron con maíz, zapallos y pavos a los primeros migrantes llegados en 1620 en el navío Mayflower a fines del otoño boreal, sin tiempo para sembrar ante el difícil invierno de esa región y con alto riesgo de morir de hambre.

Por eso, cada cuarto jueves de noviembre, las mesas norteamericanas reúnen a las familias ante platos compuestos por maíz, zapallo y pavo. Los que no están son los indios y su sangre, porque los anglosajones no se mezclaron y fueron terminando con los nativos.

Los pocos que perduran son los del Sudoeste, los más bravos, en buena medida también protegidos por los frailes católicos de esa región; pero acorralados hoy en sus reservas, manejando el juego nada menos.

Es grave que los comentarios en general no tomen en cuenta que esta historia de la conquista iberoamericana no se puede entender sin observar su núcleo religioso; que ni siquiera se vean las diferencias con el coloniaje economicista de otras latitudes. Tal historia no puede entenderse sin tener en cuenta la Fe.

Lo más preocupante es que esta amnesia respecto de las almas en la consideración del hombre de nuestras patrias, parezca hoy llegar también desde tierras vaticanas.