SANTIAGO LOZA Y SU NOVELA ‘UN ESPIRITU MODESTO’

Mujeres en transformación

Si en épocas convulsionadas el arte es la resistencia de los intelectuales, Santiago Loza es uno de los mejores guerreros que tiene la Argentina. Director de cine, dramaturgo, guionista y escritor, hace de la palabra y de las imágenes representadas, ficciones que se van colando por las rendijas curiosas de los espectadores y lectores.

Con su nueva novela Un espíritu modesto vuelve a generar esa complicidad multisensorial para contar la historia de una hija y su madre, con la que cualquier persona podría sentirse cercana, porque además de ser un vínculo universal, ellas se hacen querer a primera vista. Con la particularidad de una sofisticación única: los originales recovecos por los que nos guía su autor, para acompañarlas, sentirlas, padecerlas y al final, no salir tan inmunes de la experiencia. Claro, Loza tiene un abordaje único que le da su bagaje teatral, cinematográfico y literario, y aunque en la charla deja en claro que cada historia tiene su formato, en sus descripciones unifica todo para el pleno entendimiento de la situación. Las mujeres en cuestión son Laura, de mediana edad, y Vilma, su adorable madre.

A quienes les resuene el nombre Santiago Loza, sobre todo su apellido, conviene recordar que es el autor de dos obras teatrales resonantes de la cartelera porteña, La mujer puerca y Nada del amor me produce envidia, mientras que en cine se lució con La invención de la carne y La Paz.

MADRE E HIJA

—‘Un espíritu modesto’ en las primeras páginas ya se nos vuelve cercano.

—Me gustaba la idea de contar una historia de mujeres donde sus vidas se van transformando. También narrar lo religioso sin juzgarlo, la creencia, ese consuelo que trae, y el erotismo que surge de esos encuentros insospechados. También está la presencia de la muerte, siempre, latiendo. Además me tentaba la idea de mostrar la ramificación de la historia. La principal y otras que suceden al costado, como si la novela hubiese podido ser esas derivas también.

—Esas mujeres que describe son Laura y Vilma, quienes rápidamente se apoderan de nuestra atención.

—Son madre e hija y las reconozco de muchos vínculos que vi y tuve. En los personajes suelo camuflar ciertas experiencias y maneras de sentir. Vivo en edificios desde hace muchos años, esa vida anónima me interesa. Supongo que también tomé de vecinas que me fui cruzando. Vivir en edificios no es mi ámbito natural porque viví en casas durante mi infancia, en contacto con las sierras, la naturaleza, los pueblos. Esta vida urbana me sigue resultando extraña y misteriosa. Algo de todo eso construyó esos personajes. Después estuvo el placer de seguirlas e ir descubriendo sus tramas.

—En la historia uno recibe muchos registros, ¿su esencia cinematográfica, teatral y literaria se pelean por ver quién toma las riendas de la narración?

—En realidad cada proyecto surge según el formato. Cuando comencé a escribir teatro sentí que podía trabajar de manera más minuciosa el lenguaje, esa orfebrería, encontrar cierta poesía en lo formal. Cuestión que no podía desarrollar en la escritura para cine que suele ser más práctica o utilitaria. Y siempre estuvo el interés por la literatura, por escribir narrativa, así que cada tanto armo esos planes que suelen ser menos colectivos que una película o una obra de teatro. Ahora que pasó el tiempo, se me ocurre que Un espíritu modesto se relaciona con algunos elementos de La mujer puerca, una obra que escribí hace más de diez años y que se sigue representando. Pero la forma es otra, quizás el núcleo de donde salen esos relatos, sea el mismo. Se me ocurre que a veces se produce una especie de insistencia, de repetición musical, una necesidad de intentar ir más allá en algo que uno intenta nombrar o contar.

Loza nació en la provincia de Córdoba el 15 de abril de 1971. A sus creaciones ya mencionadas hay que sumar varios logros: un diploma al mérito Konex en el rubro Teatro quinquenio 2009-2013; los premios Teatro XXI y Trinidad Guevara; más galardones en Cannes, Berlín y Bafici, entre muchos más. Loza atribuye al paso del tiempo su crecimiento como artista.

“Cierta experiencia ligada al proceso de dejar de ser joven, para comenzar a envejecer, es lo que me hace plantarme de manera diferente ante el mundo. Algo de eso tiñe la escritura también, marca un ritmo que se aleja de la ansiedad. Al mismo tiempo supongo que hay cierta libertad. Para mí escribir es un camino, algo que me acompaña desde que soy muy chico, una costumbre que por períodos se interrumpe y entonces la extraño. Una manera de sostener los días también y de acercarme a otra gente”.

RECORRIDO

—De todas sus creaciones, ¿cuál le sorprendió más por el recorrido que realizó?

—Varias. Mi primera película después de egresar de la Enerc fue Extraño y a pesar de haberla hecho en el 2001, en medio de aquella crisis, la película hizo un recorrido milagroso. Obras que hoy se siguen representando con mucho éxito como Nada del amor me produce envidia, Todo verde y La Mujer puerca me llenan de orgullo. El premio Queer por Breve historia del planeta verde también me dio alegría. Pero para que ello haya funcionado, en el medio hubo muchos proyectos que quedaron en el camino y que hacen que lo que hacemos también se nutra de esos fracasos.

—¿Cómo vive la realidad del país?

—Con suma preocupación. El gobierno eligió atacar la cultura y ponerla como uno de sus enemigos principales. Generar esa falsa disyuntiva entre el hambre y la cultura. Tener que explicar o defender lo básico es extenuante, quita las ganas, la fuerza. A diferencia de otras crisis que vivimos, pareciera que no hay posibilidad ni tiempo, porque es tan vertiginoso y violento el modo en que van ocurriendo las cosas, pareciera no haber espacio para que surja lo creativo. Y algunas repuestas que se han dado desde ciertos ámbitos argumentando que la cultura genera divisas y demás me parece errada, es entrar en el mismo juego destructor. La cultura es un derecho, como la comida, como el techo, se debe pelear por todo junto.