Siete días de política

Milei quiso ser Julio César pero terminó siendo Fabio Cunctator

Después de tres semanas de dilaciones en el Senado forzadas por la oposición, el presidente aceptó más cambios a sus proyectos, echó a Posse, entronizó a Francos y consiguió los dictámenes.

Julio César informó al Senado en el 47 AC sobre su fulminante victoria de Zela con una expresión que quedó en la Historia: “Vine, vi y vencí”. Su antecesor Quinto Fabio Cunctactor, general famoso por su participación en la segunda Guerra Púnica, era partidario de la táctica opuesta: demoraba la batalla final mientras debilitaba al enemigo cortándole las líneas de aprovisonamiento. “Cunctator” quiere decir “el que retrasa”.

Javier Milei soñó con ser Julio César, pero terminó pareciéndose a Cunctator. Quiso sacar las dos leyes iniciales de su gestión de atropellada en Diputados, pero después de tener que retirarlas se vio forzado a aceptar una gruesa poda al texto inicial para lograr su primer triunfo en la batalla parlamentaria.

En el Senado no le fue mejor. Todos los acuerdos de Diputados se esfumaron, tuvo que empezar de nuevo y se vio obligado a negociar caso por caso, senador “dialoguista” por senador “dialoguista. A tres semanas de haber encarado esa kafkiana tarea estuvo al borde de un fracaso catastrófico, pero intervino el flamante jefe de Gabinete, Guillermo Francos, para hacer nuevas concesiones (más de 40) con lo que consiguió los dictámenes para habilitar el tratamiento de los proyectos al recinto.

Francos reemplazó a Nicolás Posse, eyectado por el presidente, entre otras razones, porque a seis meses de iniciar su gestión no había logrado que el Congreso aprobara ninguna de las leyes “fundantes” de la gestión. Posse no disimulaba su desdén por la “casta”. No la agredía, pero la trataba con displicencia como ocurrió en el Senado cuando concurrió a dar el único informe de su breve carrera política.

Más allá de las versiones sobre las causas reales de su expulsión del gabinete, el gesto de Javier Milei fue transparente: lo reemplazó por un funcionario de “diálogo” con un porcentaje de casta en sangre mucho más alto. Queda por ver cuál será el futuro del hombre de máxima confianza del presidente, Santiago Caputo, ante el crecimiento del poder del nuevo jefe de gabinete. Otra señal importante en ese plano fue el anuncio de que Federico Sturzenegger ingresará al gobierno en un plazo indeterminado. Se trata de una promesa de que no serán abandonados los cambios estructurales prometidos, a pesar de las concesiones hechas para superar el bloqueo parlamentario. Una de cal y otra de arena.

Párrafo aparte merece el extraño fenómeno de que las defenestraciones de ministros y secretarios, no generan una crisis política. Milei los pone y los saca a discreción por dos razones. La primera, para trasladarles todo el costo político de sus fracasos; la segunda, porque nadie derrama una sola lágrima por ellos. No tienen partidos que los defiendan y a la sociedad les parecen como cualquier otro miembro de la casta. Esta novedad es producto de otra: la llegada a la presidencia de un libertario sin estructura política ni compromisos con las burocracias partidarias.

En el caso del Senado la concesión de reformas dejó de lado cualquier escrúpulo purista o muestra de simple coherencia. Se necesitaba una señal de gobernabilidad y el presidente la obtuvo. La repercusión fue buena en los mercados, el FMI y el “círculo rojo”, aunque involucrase contradicciones: mientras la Ley de Bases contiene importantes rebajas de impuestos, aranceles y retenciones para proyectos de energía y minería, el paquete fiscal incorporó un aumento de las regalías para conseguir el voto de un senador santacruceño. Tan frágil es la posición del oficialismo en la Cámara alta.

Falta aún un paso complicado, la sanción de los dictámenes en el recinto, pero pese a su fragilidad el oficialismo no parece lejos de conseguir la aprobación en general de ambas iniciativas. Eso ocurrirá no sólo por las reformas aceptadas, sino también por la fragmentación opositora.

Entre los “dialoguistas” el radical Martín Lousteau optó por firmar un dictamen propio y quedó aislado. El resto de su bloque decidió acompañar el dictamen oficialista con disidencias. El hecho, sin embargo, no lo afectó porque trabaja en un proyecto político propio de alianza con el peronismo. La dirigencia “progre” cree llegado el momento de recuperar el liderazgo opositor que le arrebató el kirchnerismo. Esto es posible, entre otras razones, porque el peronismo demora en ajustarle las cuentas a Cristina Kirchner y a sus seguidores.

En el PRO, en tanto, el cisma ya es un hecho. Patricia Bullrich (ver “El plan de Patricia”) resolvió romper el partido y proponerse como socia de un mileismo ampliado en plena formación. No es una pelea por el liderazgo del PRO, sino por el futuro de la centroderecha en el que Mauricio Macri tiene un lugar cada vez más testimonial.