EL RINCON DEL HISTORIADOR

Miguel Angel Cárcano, un faro

Por Eduardo A. Fusero

Miguel Angel Cárcano nació en Córdoba, el 18 de julio de 1889, en el hogar de don Ramón J. Cárcano y Ana Sáenz de Zumarán. Estudió abogacía en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, junto a Jorge Figueroa Alcorta.

Además de los vínculos amistosos y universitarios, los unía la afición por la pintura y la poesía. En torno a aquellos años, siempre recordaba, los encuentros frecuentes con el padre de su condiscípulo, don José, el entonces presidente de la República, a quien evocaba con el reconocimiento de haber sido un prohombre, que utilizaba al pragmatismo, mediante el cual ejecutaba a la siguiente regla: no aumentar los impuestos para mantener el déficit constante de los presupuestos.

En el año 1913, Cárcano se graduó de abogado y doctor en jurisprudencia, con diploma de honor. Su inicio en la arena pública comenzó durante el mandato de Roque Sáenz Peña, a quien había conocido en París, cuando éste último desempeñaba su labor en el Instituto de Agricultura de Roma, donde representaba al gobierno argentino, Instituto creado y respaldado por el rey de Italia, cuyo propósito era el estudio y mejoramiento de la economía y legislación rural, y al que habría de dedicarle un estupendo libro sobre la famosa ley que lleva su nombre.

El joven Cárcano recordaba las charlas que mantenía Sáenz Peña con su padre, dichas conversaciones estribaban sobre un eje fundamental: la urgencia de estabilizar y mejorar las instituciones democráticas, las cuales se encontraban amenazadas por las “conspiraciones militares del Partido Radical y deformadas por los abusos del poder federal”. Ambos estaban convencidos de que la libre elección del votante era primordial para lograr el afianzamiento institucional.

En 1917, publicó su primera obra: Evolución histórica del régimen de la tierra pública, 1810-1916, prologada por el Ministro de Agricultura, Dr. Eleodoro Lobos, y posteriormente reconocida con el Premio Nacional de Letras.

Un año después, fue divulgado el ejemplar Organización de la producción: la pequeña propiedad y el crédito agrícola. Seguidamente ocupó el cargo de profesor suplente de la catedra de Régimen Agrario, de la Facultad de Derecho de Bs. As.

En 1928, fue miembro del Partido Demócrata cordobés, dando inicio, de esta manera, a su actividad política, para luego ser candidato a diputado nacional por la provincia de Córdoba y ser reelecto en 1932.

En el transcurso del gobierno de Agustín P. Justo, se desempeñó como Ministro de Agricultura, Industria y Comercio.

El 1 de julio de 1938 es nombrado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario en Francia, y en 1940 fue testigo directo de la invasión nazi que ocupó el frente francés, hecho que jamás olvidó, observando cómo el gobierno y la población francesa huían hacia el Sur. En esas circunstancias, “cuando la vida no valía nada y no se descubría la menor esperanza de reacción”, según sus propias palabras, oyó, desde una radio, una voz lejana que le era conocida, se trataba de Winston Churchill, quien exclamaba: “Combatiremos en Francia, combatiremos en los mares y océanos. Defenderemos nuestra Isla a cualquier costa. ¡No nos rendiremos jamás!”.

Cárcano había conocido a Churchill en el Palacio de Saint James, fue en esa ocasión cuando el Príncipe de Gales le dijo: “Le voy a presentar a los dos hombres más inteligentes de mí imperio, Lord Birkenhead y Winston Churchill”.

Al ingresar a su despacho, Cárcano centró la vista en un gran mapa que marcaba los itinerarios de sus viajes por el mundo, mientras que sobre la chimenea, se encontraban dos fotografías: una, la del presidente estadounidense Calvin Coolidge, la otra, la del presidente Alvear.

Cuando regresó al país se le solicitó que asumiera la presidencia de la delegación que en representación de la Argentina iría a la Conferencia de San Francisco, en la cual se sancionó la Carta de las Naciones Unidas y el Estatuto de la Corte Internacional de Justicia.

En el año 1961, durante el gobierno de Arturo Frondizi, fue designado Ministro de Relaciones Exteriores y Culto.

Propuestas económicas

Invitado por el Instituto Popular de Conferencias, ocupó la tradicional tribuna de los viernes del Salón Dorado de La Prensa, el 20 de junio de 1924, donde expuso con su claridad de estilo algunos planteamientos económicos, bajo el título La Conferencia Internacional de Roma y la política inmigratoria argentina.

Planteaba que para resolver los problemas imanentes del país no bastan las “soluciones superficiales”, como por ejemplo las frases ampulosas, dirigidas a un solo sector social, y mucho menos los esloganes invocando a la patria y a la soberanía, para de esta manera camuflar la carencia de ideas. A su vez, expresaba que quienes hablan en defensa de la industria nacional, jamás proponen nada efectivo para que prospere, y de esta manera poder ofrecer un producto de alta calidad a precios razonables. En este sentido, expresó que los politiqueros y demagogos lo único que han hecho fue defender a las industrias parasitarias con tarifas aduaneras, para después imponer elevados impuestos a estas mismas factorías, impidiendo la renovación de sus instalaciones.

Insistió —al igual que lo hizo Juan Bautista Alberdi en uno de sus escritos, intitulado Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina— en acudir a la iniciativa privada para explotación de los recursos naturales. Recomendó suprimir los altos costos de la producción de las pequeñas usinas, las cuales no pueden persistir ante la técnica y los grandes adelantos.

Indicó que los precios no deben ser fijados por decreto gubernamental, sino que deben ser remunerativos por la expansión natural del mercado, por el menor costo de producción y por la estabilidad de la moneda, de lo contrario, siempre se impone la “carestía de la vida: la inflación”.

Caracterizó como diabólico; al sistema de varios tipos de cambio. Manifestó la necesidad de mantener austeridad en los gastos públicos, además de frenar a la voracidad fiscal.

ULTIMOS AÑOS

Alejado de la actividad pública, se dedicó a continuar robusteciendo su bibliografía. Presidió la Academia Nacional de la Historia y fue miembro de las Academias de Agronomía y Veterinaria, Letras, Derecho y Ciencias Económicas, caso único de un argentino que integrara cinco academias nacionales, lo que lo asemeja al ilustre español Gregorio Marañón.

Falleció en 1978, fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta, y luego sus restos fueron trasladados a la estancia familiar en Córdoba.

Al evocar a este argentino cabal, que nunca se escudó en los latiguillos preambulares, como así tampoco en la cantinela patriotera/chauvinista, nos damos cuenta del vacío que tiene la República de figuras como él, que pueden ser faros luminosos en la bruma de estos tiempos.