El latido de la cultura

Mi cuento preferido

Hace unos días rescaté de mi biblioteca un libro que no había leído. Se titula Mi cuento favorito según los escritores argentinos. El volumen no es otra cosa que el pretexto recogido por Guillermo Saavedra  -escritor a cargo de la edición-, para reunir una valiosa compilación de varios de los mejores relatos de la literatura universal. Abelardo Castillo se inclina por Preocupaciones de un padre de familia, de Franz Kafka; Roberto Fontanarrosa por Encender un fuego, de Jack London; Rodrigo Fresán se queda con El marido rural, de John Cheever; Ricardo Piglia, con El padre Sergio, de Tolstoi. Alberto Laiseca prefiere a Poe y su Caída de la casa Usher y Silvia Iparraguirre a Flannery O´Connor: Las dulzuras del hogar. Qué felicidad le proporcionan al lector esta clase de antologías que saltan de un estilo a otro, del siglo XIX al XX. Debido a su variedad, libros geniales para leer en el colectivo o en una vacación.

La selección de Saavedra me obligó a preguntarme por mi cuento preferido. Al respecto, no me quedan duda. Escojo Los muertos, de James Joyce. No se trata de mi autor predilecto sino de quien ha logrado escribir el cuento perfecto, aquél que sostiene su resonancia desde la primera vez que me topé con él.

Gabriel y Greta Conroy, un matrimonio de mediana edad, viajan especialmente al centro de Dublín con motivo de un festejo. La cena organizada por las hermanas Morkan, tías de Gabriel, es también la excusa para una anhelada salida sin hijos. Es una noche helada. Nieva sobre la ciudad y sobre todo Europa. Como la fiesta seguramente se extienda hasta bien entrada la noche, los Conroy han tomado la precaución de reservar una habitación en un pequeño hotel. Gabriel está nervioso: ha sido designado para pronunciar un discurso, una tradición férrea que las hermanas Morkan sostienen de modo inquebrantable. Gabriel deberá guardar especial cuidado en la elección de sus palabras y atención en relación a los temas que elija tocar. ¿Qué más tradicional que la hospitalidad irlandesa a lo largo del paso del tiempo?  Hablaría de eso, sin duda. Al término de la fiesta, los Conroy han comido, bebido y bailado. Gabriel ha quedado satisfecho con las palabras pronunciadas. Gabriel fantasea con la noche íntima que los aguarda en el hotel. Pero su mujer Greta, está en otro sitio, ausente de la escena. Ha escuchado “The las of Aughrim”, una tonada tradicional irlandesa que le trajo el recuerdo de Michael Fury, un antiguo amor. Greta sospecha que Furey murió de amor por ella, una noche en la que quedó esperándola bajo la nieve. Gabriel la escucha con atención, no entiende por qué se está enterando de todo esto recién en la mitad de su vida y se cuestiona qué significa amar a alguien. El corazón como un pozo sin fondo que atesora secretos inimaginables. El peso de una epifanía que hace que alguien que se sentía “alguien”, en un instante pase a sentirse un muerto.  

Con estos elementos, Jame Joyce -uno de las plumas más modernas e innovadoras del siglo XX-, pone en marcha “Los muertos”, como suelo decirles a mis alumnos “mi cuento preferido de toda la historia de la literatura”. Quizás la justificación de mi elección se deba a la potencia del misterio poético que descansa en el cuento. Que mientras no tenemos ambiciones, deseos y motivaciones, estamos muertos. Y que, a su vez, los muertos están más vivos que nunca cuando alguien los recuerda.