ECOS DE LOS SETENTA

Memoria y grotesco

La memoria tiene sus trampas. Y luego están los tramposos que juegan con la memoria. En esta última categoría cabe nuestra entera historia oficial de los años setenta.

La última falsificación de la memoria, la más osada y grotesca, hay que admitir, es la que acaba de ensayar Ricardo Lorenzetti en una conferencia en la provincia de Chaco al deslizar que los juicios llamados teatralmente de lesa humanidad surgieron “del clamor popular” y “de la calle”.

Por desfachatada que sea, su apuesta es clara: consolidar un poco más la narrativa que, a día de hoy, se contentaba con postular “apenas” que la política de derechos humanos era fruto de “un consenso social”. Claro que, también en este último caso, hay que entender a qué se refieren por “consenso”.

SERA VENGANZA

Un ejemplo lo pone de manifiesto. La mañana del 3 mayo de 2018, día en que iba a estrenarse el documental Será Venganza en la Feria del Libro de Buenos Aires, en la Sala Borges, para ser más precisos, la de mayor capacidad del predio Rural, las autoridades de la Fundación El Libro decidieron “por unanimidad” cancelar la autorización que ellos mismos habían dado para la función, luego de un pedido de organismos de derechos humanos, organizaciones sociales y -esto es elocuente- “un conjunto de editores”.

¿Y por qué fue cancelada? Porque podía socavar “los acuerdos a los que dolorosamente nuestra sociedad ha arribado”.

El filme en cuestión, del realizador Andrés Paternostro y producido por el Centro de Estudios en Historia, Política y Derechos Humanos de Salta, ponía al descubierto la parodia de esos juicios. Procesos que tienen sentencias previas y que sólo fueron posibles tras demoler varias columnas del Derecho (jueces naturales, igualdad, irretroactividad de la ley, ley más benigna, non bis in idem).

Todo con tal de condenar sin mucha distinción a militares ya ancianos que en los setenta combatieron a la subversión, y todo a partir del uso interesado de la memoria histórica.

Será venganza desnuda la verdad sobre esos procesos que Lorenzetti quiere presentar como “un modelo de justicia y legitimidad democrática” y que surgen mucho menos de un consenso que de un apriete.

Detrás de ellos hay un vulgar totalitarismo que quiere ocultar su nombre y ocultar, sobre todo, la verdad. Y la verdad es que la memoria de Lorenzetti es un poco frágil. Se olvidó de decir que el “consenso” que él ve hoy en el Poder Judicial se logró tras una purga en todo el sistema mediante aprietes, coerción y amenazas de juicio político. Empezando por los aprietes a esa Corte Suprema que el propio Lorenzetti integra ahora. Una purga que se ventiló públicamente en la prensa, en cadena nacional, sin sonrojos.

Pero no son sólo los jueces. Cualquier persona puede atestiguar que, quien habla libremente, hasta en una reunión social, enfrentará la reacción indignada de los demás, temerosos de la policía del pensamiento.

No hace falta leer a Orwell para saber cómo se creó una masa cretinizada y cómo se la entrenó para que reaccione con “dos minutos de odio” ante lo que se sospecha un “enemigo del partido”. Alcanza con vivir en la Argentina y saber cómo funciona el totalitarismo setentista, ese que encumbra, premia, soborna con reconocimientos, o tritura, degrada, insulta, castiga con ostracismos.

Al resultado de este adoctrinamiento, al sometimiento del otro mediante un vil apriete, los sofistas lo llaman hoy “consenso”.

Un poco más honestos fueron en la Fundación El Libro cuando los llamaron “acuerdos dolorosos”. A punta de pistola, los llamarían en la calle. Esa calle que Lorenzetti manifiesta oír.