UNA MIRADA DIFERENTE

Matar al padre (o al Jefe)

En este espacio se sostiene desde bastante antes del proceso electoral que cualquier salida factible que no termine en alguna clase de desastre técnico, social o popular pasa por la gestión. Tal concepto se repitió hasta el aburrimiento del lector y el autor en la primera y segunda vuelta. 

Ese concepto se reiteró cuando Mauricio Macri y Patricia Bullrich decidieron apoyar el voto al actual presidente en el balotaje, concepto que ya había sostenido el expresidente en sus presentaciones previas dentro y fuera del país. 

El concepto de gestión condensa varias características: experiencia en la tarea de gerenciar, conocimiento del área específica en que se actúe, un sentido profundo de la integridad, la equidad, la honestidad y la eficiencia, que se traduce en el respeto de todos los que interactúen con el funcionario en cuestión, tanto empleados como usuarios, proveedores, acreedores u otros interesados. 

La columna elucubró que un acercamiento entre LLA y el Pro permitiría incorporar funcionarios valiosos y respetados en varias áreas en las que el partido ganador no había tenido tiempo alguno de formar gente, o de evaluarla y conocerla, ni contaba con la habilidad de elegirla con una cierta chance de éxito.

Esa capacidad de gestión era y es fundamental para que cualquier ajuste, necesariamente siempre desagradable y siempre molesto, fuera justo, equilibrado, preciso y efectivo. También la columna expresó que no esperaba que el Presidente hubiera acertado en la composición de su gabinete, sino que su esperanza radicaba en que fuera capaz de reemplazar a los funcionarios ineficaces, inútiles o simplemente no aptos para la enorme tarea que significa poner en marcha a la Argentina productiva y volver a la cultura del trabajo y el esfuerzo. 

El reciente fracaso con el proyecto de la ley Ómnibus o de Bases, no se debió, como sostienen los sectores interesados en que nada de lo que les conviene cambie (muchos más de los que se cree) a una falta de negociación, ni a haber insultado a quienes debían aprobar la ley, ni siquiera a la alegada actitud dictatorial o antirepublicana de Javier Milei, más allá de que todo eso pueda haber pasado en algún momento o en alguna declaración. Ni a la negativa a negociar con la oposición los términos de la ley. Ni tampoco a los contenidos del proyecto, ni a la amplitud de los mismos. 

Sistema corrompido

Porque Milei tiene razón en la esencia de su planteo. El sistema político, empresario, gremial y judicial (y el periodístico, como se ve con total claridad a partir de febrero) es corrupto y está corrompido, lo que parece una sinonimia no lo es. El término corrompido debe ser entendido en el sentido más amplio del término, o sea podrido, en descomposición. 

Negociar con ese sistema es confundirse con él. Mimetizarse. Tarde entendió el gobierno que aun cediendo en ese punto y sometiéndose al toma y daca de los legisladores, operadores, gobernadores y otros gestores el resultado iba a ser la dilución de su proyecto y de sus ideas hasta la nada. Sin importar ni las formas ni el contenido. Se habría rechazado hasta los 10 mandamientos. 

Quienes de buena fe sostienen que debió negociarse, han olvidado sorprendentemente el drama en que sumergió al país el proceso de dos décadas que se va, en especial la sinusoide desesperada del último año de Sergio Massa como regente, con la anuencia de los mismos legisladores, empresarios, sindicalistas y del poder judicial, beneficiarios del perverso sistema que se intenta cambiar. 

También omiten que el padre putativo de la democracia, Raúl Alfonsín, cuando implementó el Plan Austral en 1985, tal vez el mejor de los planes contra la inflación, lo hizo con un DNU, y el contenido del plan llegaba hasta la confiscación parcial de las acreencias y varias prohibiciones e imposiciones al sector privado, si se recuerda. Imposible de soñar aplicar medidas de ese tipo hoy, sin 140 toneladas de piedras y Verdad consecuencia mostrando gente comiendo de los containers. 

El Gobierno ha incurrido en cambio, en otros errores graves que no se pueden soslayar, y que urge corregir drásticamente para que las ideas correctas no terminen estallando y quemándose como un fuego de artificio sin dejar como secuela nada más que el ruido de la explosión, el encandilamiento y el humo. Estrépito y cenizas, diría Borges. 

Comenzó por formar un gabinete que – si bien se anticipaba que sería de apuro – incluye una serie de funcionarios que combinan la incapacidad de gestión con el desconocimiento de las tareas inherentes al área en que se deben desempeñar. Ello es garantía de que no podrán gestionar. Y algo peor, de que no son ni confiables ni útiles para el propio presidente. 

En este proceso abortado de la aprobación de la ley Ómnibus, por caso, varios funcionarios aseguraron al mandatario que contaban con un apoyo que luego no existió. Son incapaces de entender lo que ocurre, y salvan su ropa mintiéndose y mintiendo que han logrado objetivos que nunca se concretan. Cualquier manual de administración de empresas identifica a estos personajes. Muchos de ellos ni siquiera fueron elegido por el presidente, sino por su hermana secretaria general, que tiene los mismos rasgos que se acaban de criticar y que comparten sus elegidos. 

Pero no termina ahí el problema. Otros cargos han sido cubiertos con personajes cuya trayectoria y afinidades los descalifica automáticamente para pilotear un cambio de la magnitud de la que se necesita y se intenta, porque han defendido justamente la posición opuesta y son corresponsables en muchos casos del estado de cosas actual. Difícilmente esos personajes tengan la autoridad moral o técnica para gestionar y conseguir el respeto de quienes deben sufrir las consecuencias. 

La designación de Daniel Scioli, para citar un ejemplo fácil, fue un duro golpe contra la credibilidad del gobierno, con independencia de los contenidos de la ley, o de cualquier medida que surgiese de su área. Sin caer en la exageración, si se analiza uno por uno los ministros, hay muy pocos que se salvan del desprecio, el rechazo o la sospecha, aún antes de haber actuado. Su trayectoria garantiza su comportamiento futuro. Su ignorancia, en otros casos, garantiza su fracaso. 

Y aquí es importante hacer algunas reflexiones. Javier Milei no es capaz de gestionar. Levantó una bandera imprescindible y acertada en medio de una batalla perdida, y la agitó y agita con potencia, coraje  y convicción en el país y en el mundo. Su charla en Davos fue el primer ataque frontal contra un sistema universal suicida, que amenaza con terminar en la más absoluta pobreza inducida y luego en la esclavitud. Su postura fue el nacimiento de una corriente de oposición al totalitarismo woke, que sirvió de inspiración a muchos líderes. 
 

Pero necesita un equipo de gestión y altamente capacitado a su servicio. Alguien que tenga la decisión, la formación, la templanza, la integridad y el coraje de decirle que no cuando corresponda. No un montón de obsecuentes que le mientan o se inclinen ante él. Pero ese alguien no puede ser su secretaria general y hermana, “el jefe” como la llama con una lamentable resignación. Justamente su secretaria tuvo un papel primordial en la designación de buena parte de este tipo de personajes en cargos de trascendencia o en la bolilla negra a otros. 

El resultado es un gabinete que además de muy poco presentable es muy poco efectivo y útil. ¿Realmente Sandra Pettovello puede con semejante ministerio monstruo como el que se le ha asignado en el que además tiene billetera libre? ¿Cúneo Libarona es el ministro de Justicia que piloteará el saneamiento de la Justicia? ¿Guillermo Francos es el hábil y conocedor funcionario para manejar las relaciones con los gobernadores y aconsejar al presidente? El innecesario e imposible saneamiento de los medios de comunicación está a cargo de un ex funcionario de confianza de Daniel Vila, socio de Manzano y garantía de que el experimento resultará un peligro.

 Gestores importantes, como Ritondo, Iguacel, Talerico, fueron dejados groseramente de lado y desperdiciado por consejo de quién sabe quién porque son “denunciadores seriales”, según supone la sociedad, que necesita explicarse con un pacto de impunidad algunos desatinos.

¿Un vengativo?

El desafortunado proyecto para derogar la ley del aborto, que aparece ahora como iniciativa de nadie, y que en el mejor de los casos es inoportuno y muestra a Milei como un vengativo y además como obsecuente papal, nunca debió haber pasado con los adecuados personajes en el Congreso, ya de por sí lleno de pintorescos diputados de LLA que son un contrapeso más que una ayuda. 

Además de la calidad de los funcionarios, parte del contenido del DNU y de la ley se rechazan por sí mismos, o al menos sirven de excusa para que una oposición que no quiere un cambio que le costará poder e ingresos fabulosos, trate de posar ante la población como defensora de la Constitución, de la república y del derecho que supo pisotear en toda su gestión. 

La primera observación sobre el contenido son las omisiones. El caso de Tierra del Fuego y su sistema de privilegio industrial es un cachetazo. Los intentos de algunos de defender esa omisión son otro cachetazo. La omisión de ajustes en serio en los sectores políticos, la poca contundencia en las primeras medidas de ahorro en los planes, que deberían ser espectaculares solamente parando el robo, dejan flancos de equidad que la sociedad contabiliza y los opositores usan. 

La permanencia de La Cámpora en las grandes cajas es simplemente inexplicable. Pero quita respaldo, autoridad moral, credibilidad, hasta seriedad a la propuesta de fondo, y nuevamente, da argumentos donde no los había para descalificar el plan y su ejecución. 

También lo es el reparto de beneficios y ventajas (prebendas) que comenzaron con el DNU, inexplicables e injustas, que justamente es el tipo de excepciones y concesiones que se intenta evitar supuestamente. La exención del IVA a los desarrolladores inmobiliarios, expertos en negociar rezonificaciones y otras artimañas, es una decisión muy difícil de explicar, como algunas “urgencias sectoriales” que no tienen justificación. Ese paquete es más grave e importante que la decisión de mutilar y despedazar la ley Ómnibus que tomó el Congreso.  

Ese paquete de rarezas, del que estas menciones son apenas una muestra, tiene precios políticos, y quita autoridad moral para la prédica, la persuasión y aun para enfrentar con contundencia el rechazo legislativo o callejero. Lo peor que puede pasarle a alguien que quiera ajustar, es ganar fama de injusto o poco ecuánime, o poco inteligente.

No se va a incluir aquí comentarios técnicos sobre las medidas incluidas en la ley. Ya se ha dicho en este espacio que en esta instancia se mezclan dos planes: el de salvataje de un enfermo en coma, y el de resurrección del país. En tales condiciones nadie tiene la verdad. 

También se debe tener en cuenta que por detrás está influyendo y presionando el FMI, cuyo criterio antiinflacionario es precario y basado en anclas cambiarias neokeynesianas que siempre estallan, pero que salvan la ropa de los burócratas internacionales ganapanes de siempre. Aunque el gobierno deba conformarlo de algún modo, el plan del Fondo no es el mismo que el plan oficial.

Punto muerto

Llegado a este punto la pregunta es: ¿es esto culpa de Milei? U otra pregunta más de fondo: ¿Qué pasos debería dar Milei para salir de este punto muerto? 

La respuesta empezó a darla ayer con algunas decisiones sobre las cajas del kirchnerismo y una actividad extractiva fundamental, al reemplazar a sus delegados inexplicablemente a cargo de esos agujeros negros. Probablemente para sancionar la traición de algún gobernador. Pero debe ir más a fondo. Debe reconstruir su gabinete. Rodearse de ministros y secretarios fuertes, capaces, de alto poder de gestión y conocimiento de cada área, que no sean el pago de ninguna negociación, sin compromisos ni padrinos, de gente que sea capaz de decirle que no. Y en esa tarea también debe reestudiar la función de Karina Milei. Ella se ha tomado en serio la metáfora de ser el jefe. Así no funciona un gabinete ni un gobierno. 

Alguien capaz, inteligente, formado, con conocimiento de gestión, responsabilidad y coraje para disputar ideas con el propio presidente, en una de esas no aceptaría formar parte de un gobierno para depender de la voluntad o la censura de Karina Milei. 

La psicología ha estudiado largamente el concepto de “matar al padre”, el paso que da todo adolescente para independizarse de sus progenitores y vivir su propia vida. Tal vez Milei deba “matar al Jefe”, y empezar a crecer en todos los sentidos. Seguramente el país le agradecería el sacrificio y lo valoraría debidamente como un ejemplo de grandeza.