Opinión
Massa vapuleado por el dólar
Entre el viernes 4 y el lunes 7 el gobierno devaluó el dólar oficial casi cuatro pesos. Fue, según los especialistas, la corrección más fuerte del tipo de cambio de la gestión Fernández. Proyectada da 14,6% mensual y 425,1% anual. Ante este número escalofriante la reacción del mercado resultó inevitable: el mismo lunes el blue llegó a $596 y al día siguiente la presión se mantuvo.
Una de las principales causas de la corrida fue la decisión del FMI de postergar la entrega de US$ 7.500 millones de dólares a la Argentina y supeditarla a una devaluación real del 30% a corto plazo. Otra causa fue la ausencia de dólares del BCRA. A Sergio Massa le gusta jugar al límite. El cimbronazo cambiario fue una de las consecuencias involuntarias de esa costumbre. Pensaba llegar a las PASO sacando pecho, pero lo hará vapuleado por el trío dólar-inflación-pobreza, las plagas eternas del populismo.
Hubo quienes atribuyeron la disparada a la incertidumbre electoral y recordaron el antecedente de las PASO de 2019. En esa ocasión la derrota de Mauricio Macri produjo un fortísimo salto cambiario. Pero en 2023 no ocurre eso por un par de razones: en aquel momento no había cepo y si el domingo pierde el kirchnerismo el mercado en lugar de entrar en pánico, festejará. El tándem Cristina-Kicillof quedaría fuera del control de la economía.
En resumen, se ignoraban los detalles del entendimiento de Sergio Massa con Kristalina Giorgieva y compañía, pero apenas se comprobó que el Central aceleraba la tasa de devaluación diaria todo el que pudo fugó de los pesos a siete días de las PASO. No se sabe que le funciona peor al ministro-candidato, si sus decisiones económicas o su timing electoral.
Pero los operadores del mercado no son los únicos que desconfían de Massa. Sus fiadores políticos, también. Creen cada vez más posible una debacle económica. Lo de las PASO no es nada comparado con la que imaginan entre las PASO y unas lejanísimas generales en el mes de octubre.
El ministro no sólo fracasó en su intento de convencer al FMI de que le financiara la campaña, sino que hizo creer a los kirchneristas que era el hombre con los contactos necesarios para negociar en Washington. Por eso ahora está solo en la campaña, pocos se le arriman y el cierre lo hará con un “conversatorio” en un teatro platense.
Tampoco pudo hacer una recorrida por La Matanza, algo insólito para cualquier candidato peronista. Solo se anima a aparecer en entornos controlados y hace campaña mediática, pero con tan poco criterio que termina peleándose con los periodistas.
A lo que hay que agregar que su discurso además de endeble es desalentador. Repite hasta el cansancio que toda la culpa de la miseria actual la tienen Mauricio Macri y la sequía como si no hiciese un año que maneja la economía con resultados peores que los de Martín Guzmán.
En síntesis, no controla la economía ni la campaña. Vive al día, quejándose del pasado y sin poder proyectar una imagen de futuro convincente. Parece dudoso que bajo esas condiciones pueda reclutar algo más que el voto incondicional de CFK. Como hubiera hecho Wado.
Una de las principales causas de la corrida fue la decisión del FMI de postergar la entrega de US$ 7.500 millones de dólares a la Argentina y supeditarla a una devaluación real del 30% a corto plazo. Otra causa fue la ausencia de dólares del BCRA. A Sergio Massa le gusta jugar al límite. El cimbronazo cambiario fue una de las consecuencias involuntarias de esa costumbre. Pensaba llegar a las PASO sacando pecho, pero lo hará vapuleado por el trío dólar-inflación-pobreza, las plagas eternas del populismo.
Hubo quienes atribuyeron la disparada a la incertidumbre electoral y recordaron el antecedente de las PASO de 2019. En esa ocasión la derrota de Mauricio Macri produjo un fortísimo salto cambiario. Pero en 2023 no ocurre eso por un par de razones: en aquel momento no había cepo y si el domingo pierde el kirchnerismo el mercado en lugar de entrar en pánico, festejará. El tándem Cristina-Kicillof quedaría fuera del control de la economía.
En resumen, se ignoraban los detalles del entendimiento de Sergio Massa con Kristalina Giorgieva y compañía, pero apenas se comprobó que el Central aceleraba la tasa de devaluación diaria todo el que pudo fugó de los pesos a siete días de las PASO. No se sabe que le funciona peor al ministro-candidato, si sus decisiones económicas o su timing electoral.
Pero los operadores del mercado no son los únicos que desconfían de Massa. Sus fiadores políticos, también. Creen cada vez más posible una debacle económica. Lo de las PASO no es nada comparado con la que imaginan entre las PASO y unas lejanísimas generales en el mes de octubre.
El ministro no sólo fracasó en su intento de convencer al FMI de que le financiara la campaña, sino que hizo creer a los kirchneristas que era el hombre con los contactos necesarios para negociar en Washington. Por eso ahora está solo en la campaña, pocos se le arriman y el cierre lo hará con un “conversatorio” en un teatro platense.
Tampoco pudo hacer una recorrida por La Matanza, algo insólito para cualquier candidato peronista. Solo se anima a aparecer en entornos controlados y hace campaña mediática, pero con tan poco criterio que termina peleándose con los periodistas.
A lo que hay que agregar que su discurso además de endeble es desalentador. Repite hasta el cansancio que toda la culpa de la miseria actual la tienen Mauricio Macri y la sequía como si no hiciese un año que maneja la economía con resultados peores que los de Martín Guzmán.
En síntesis, no controla la economía ni la campaña. Vive al día, quejándose del pasado y sin poder proyectar una imagen de futuro convincente. Parece dudoso que bajo esas condiciones pueda reclutar algo más que el voto incondicional de CFK. Como hubiera hecho Wado.