En su “Diccionario de Mitología Griega y Romana” Pierre Grimal describe a Proteo como una divinidad marina que podía metamorfosearse en cualquier forma que desease. No sólo en un animal, sino también en un elemento como el agua o el fuego. Usaba esa capacidad cuando quería sustraerse a los que le hacían preguntas, porque tenía el don de la profecía.
Así en la Odisea, cuando Menelao va a consultarlo, se metamorfosea sucesivamente en león, en serpiente, en pantera, en un enorme jabalí, en agua y en árbol. Pero Menelao lo aferra y finalmente debe contestar sus preguntas.
En la política criolla las metamorfosis de Sergio Massa hacen empalidecer a las del mítico dios griego. Desde sus lejanos inicios en la UCeDé ha sufrido innumerables transformaciones que terminaron depositándolo después de una larga trayectoria de vuelta en el seno del kirchnerismo. Más precisamente, en el de Cristina Kirchner y La Cámpora a los que había acusado apenas veladamente (y en ocasiones sin ningún velo) de practicar la corrupción y el “ñoquismo”.
¿A qué obedece que el líder “renovador” se haya transformado nuevamente en kirchnerista? A que encara una campaña difícil que le exige múltiples identidades, pero no ya sucesivas, sino simultáneas. Volviendo a la mitología griega, lo obliga a convertirse en una suerte de Quimera, criatura de pesadilla con cuerpo de cabra, cola de serpiente, alas y una cabeza de león.
Hoy el candidato a presidente de Unión por la Patria debe hablarle al electorado en medio de una inflación que supera holgadamente el 100% anual, estrangulamiento cambiario por falta de dólares, reclamos por los subsidios de empresarios y piqueteros, mientras el FMI lo presiona para que devalúe lo antes posible porque en caso contrario no le prestará los dólares que implora.
¿Qué hace? Se coloca a la izquierda de La Cámpora y ataca en público a los empresarios con quienes tiene fama de confraternizar en privado. Tan cristinista se ha vuelto que descalifica a la oposición y hace terrorismo verbal pintándola como ajustadora y represora. Cambia las melosas apelaciones al acuerdo y a la “ancha avenida del medio” por la retórica kirchnerista más agresiva. Todo en un abrir y cerrar de ojos.
El Massa camporizado trata de polarizar con Patricia Bullrich y Javier Milei a quienes mete en la misma bolsa, aunque para mayor precisión habría que decir que quiere convertirlos en el proverbial hombre de la bolsa. Idea que ya se le había ocurrido a Axel Kicillof en uno de sus raptos de mayor lucidez política.
Con la campaña sucia Massa pretende no verse obligado a hablar de economía y a explicar por qué no resuelve ahora los problemas que hunden a la sociedad en la pobreza y la desesperanza en vez de esperar hasta el 11 de diciembre. Como en el caso de Proteo, haría falta un Menelao para forzarlo a responder esa pregunta.
Dos cosas, sin embargo, diferencian al dios griego del político criollo. La primera es la absoluta falta de credibilidad de Massa. La otra, que Proteo no quería hablar, mientras que Massa no para de hablar de cualquier cosa mientras cambia de discurso cada vez con mayor velocidad y mayores contradicciones.
Así en la Odisea, cuando Menelao va a consultarlo, se metamorfosea sucesivamente en león, en serpiente, en pantera, en un enorme jabalí, en agua y en árbol. Pero Menelao lo aferra y finalmente debe contestar sus preguntas.
En la política criolla las metamorfosis de Sergio Massa hacen empalidecer a las del mítico dios griego. Desde sus lejanos inicios en la UCeDé ha sufrido innumerables transformaciones que terminaron depositándolo después de una larga trayectoria de vuelta en el seno del kirchnerismo. Más precisamente, en el de Cristina Kirchner y La Cámpora a los que había acusado apenas veladamente (y en ocasiones sin ningún velo) de practicar la corrupción y el “ñoquismo”.
¿A qué obedece que el líder “renovador” se haya transformado nuevamente en kirchnerista? A que encara una campaña difícil que le exige múltiples identidades, pero no ya sucesivas, sino simultáneas. Volviendo a la mitología griega, lo obliga a convertirse en una suerte de Quimera, criatura de pesadilla con cuerpo de cabra, cola de serpiente, alas y una cabeza de león.
Hoy el candidato a presidente de Unión por la Patria debe hablarle al electorado en medio de una inflación que supera holgadamente el 100% anual, estrangulamiento cambiario por falta de dólares, reclamos por los subsidios de empresarios y piqueteros, mientras el FMI lo presiona para que devalúe lo antes posible porque en caso contrario no le prestará los dólares que implora.
¿Qué hace? Se coloca a la izquierda de La Cámpora y ataca en público a los empresarios con quienes tiene fama de confraternizar en privado. Tan cristinista se ha vuelto que descalifica a la oposición y hace terrorismo verbal pintándola como ajustadora y represora. Cambia las melosas apelaciones al acuerdo y a la “ancha avenida del medio” por la retórica kirchnerista más agresiva. Todo en un abrir y cerrar de ojos.
El Massa camporizado trata de polarizar con Patricia Bullrich y Javier Milei a quienes mete en la misma bolsa, aunque para mayor precisión habría que decir que quiere convertirlos en el proverbial hombre de la bolsa. Idea que ya se le había ocurrido a Axel Kicillof en uno de sus raptos de mayor lucidez política.
Con la campaña sucia Massa pretende no verse obligado a hablar de economía y a explicar por qué no resuelve ahora los problemas que hunden a la sociedad en la pobreza y la desesperanza en vez de esperar hasta el 11 de diciembre. Como en el caso de Proteo, haría falta un Menelao para forzarlo a responder esa pregunta.
Dos cosas, sin embargo, diferencian al dios griego del político criollo. La primera es la absoluta falta de credibilidad de Massa. La otra, que Proteo no quería hablar, mientras que Massa no para de hablar de cualquier cosa mientras cambia de discurso cada vez con mayor velocidad y mayores contradicciones.