Siete días de política
Massa ordena la interna, pero la economía sigue complicada
El ministro consiguió un alto el fuego entre el presidente y la vice y se esperan más fotos de unidad, pero el FMI no le da tregua y los transportistas lo apretaron por los subsidios
Sergio Massa no tiene como economista nada positivo que mostrar, pero como candidato puede exhibir fotos del peronismo alineado detrás de su aventura presidencial.
Lamentablemente para él también hay otras fotos no tan favorables. Por ejemplo, la del masivo paro de transportes de anteayer en el AMBA que dejó a miles de pasajeros sin poder ir a trabajar. Como una gran parte lo hace en negro, la pérdida de ingresos alteró el humor de muchos que en poco más de un mes deben ir a las urnas a expresar su opinión sobre el gobierno.
En los últimos días Massa pudo contar entre las fotos positivas la que se sacó en el CFI con los gobernadores que le ratificaron su respaldo. También las de sus ex competidores Daniel Scioli y Eduardo “Wado” de Pedro alineados. El camporista fue nombrado jefe de su campaña. También tuvo una foto con los piqueteros del conurbano que abandonaron a Juan Grabois, a pesar de compartir ideología y movilizaciones. Se trata de gente que a la hora de elegir no le gusta demasiado alejarse del Tesoro. Las opiniones serán libres, pero los subsidios son sagrados. Algo parecido a lo que sucede con los empresarios del transporte. Al final todos viven del Estado.
Massa va poblando su arca con lo que encuentra, porque tiene que consolidar su candidatura. Se supone que después se encargará de la economía, aunque ese orden de prioridades es falso porque ambas cosas son interdependientes y deben ser abordadas simultáneamente.
El ministro cree que la unidad le garantiza un 25% de votos en las primarias, lo que lo consolidaría como candidato competitivo y le permitiría ir a un eventual balotaje en el que el sueña enfrentar a Patricia Bullrich. Si eso se le da, ya tiene el libreto escrito: la acusará de tener en carpeta un ajuste inmisericorde que provocará una rebelión social y la consiguiente represión. Se propondrá entonces como garantía de paz social y gobernabilidad.
Enfrenta, sin embargo, desafíos imprevisibles. Por ejemplo el de los subsidios no a los piqueteros, sino a los empresarios. Lo comprobó el viernes cuando los del transporte de pasajeros le armaron un paro salvaje en el distrito que más preocupa a Cristina Kirchner.
Eso lo sacó de su melifluo tono conciliador. Reaccionó con una inusual violencia verbal calificándolos de “parásitos del Estado” y asegurando que no les tenía miedo, pero el daño estaba hecho. Lo habían desafiado en plena campaña y puesto en un callejón sin salida porque no tiene recursos para distribuir a los capitalistas amigos ni puede aumentar la tarifa sin perder votos.
En una situación similar se encuentra con el FMI. Las semanas pasan, las PASO se acercan, pero el organismo sigue sin dar señales del préstamo que el ministro necesita para no caer en cesación de pagos. Medios también amigos hicieron trascender que se había contactado con autoridades egipcias para coordinar un “default”. Humo en lugar de resultados (ver “La dureza del Fondo”).
Las maniobras de prensa no cambian, sin embargo, lo crítico de la situación. Massa quiere un adelanto de dólares que el Fondo no aprueba. Ambas partes presionan por el monto de la ayuda que necesita el gobierno.
La Casa Blanca, por su parte, tiene la llave para resolver el conflicto pero es partidaria de que se entregue una cifra mucho menor de la que implora Massa para evitar una corrida cambiaria que sellaría su derrota electoral.
Entre otras condiciones el Fondo puso una más rápida devaluación del tipo del cambio oficial y un recorte efectivo del gasto público. Hace más de dos meses que ambas partes vienen pulseando. Massa no la tiene tan fácil como hizo creer que la tendría.
En resumen, si la corrida cambiaria se produce de poco servirá la unidad de las facciones peronistas. El ministro trabaja en la interna, pero la economía también existe.
Al revés, Juntos por el Cambio no debe enfrentar los problemas de la economía, pero sí los de las peleas internas que Massa parece tener casi resueltas.
Las diferencias entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta se profundizaron con el correr de los días, lo que abrió un interrogante sobre qué pasará después de las PASO cuando uno de los dos deba irse a su casa. ¿Seguirá existiendo de hecho la coalición opositora o de ella quedará sólo el sello en manos del ganador? Lo lógico es que la coalición persista, porque el poder unifica.
Las encuestas muestran a Bullrich adelante, lo que hace que Rodríguez Larreta endurezca su discurso contra el peronismo para no perder terreno. Pero el mensaje no es lo decisivo en este caso, sino el mensajero: cuál de los dos es más creíble y en ese punto la primera lleva ventaja. También puede favorecerla el retroceso en las encuestas de Javier Milei, enredado en escándalos que el kirchnerismo y los medios reproducen con fruición.