El análisis del día

Más allá de los sellos, llega la hora de medir nombres y propuestas

La elección de septiembre en la provincia de Buenos Aires y la nacional que tendrá lugar un mes más tarde no logran aún despertar interés en una sociedad que sigue hastiada de la política. Los medios reflejan esa atmósfera: noticias y programas dedicados a comentar romances o discordias entre personajes de la farándula doméstica o mundial, crímenes, delitos y las siempre atrayentes novedades deportivas se disputan el sitial de noticias más atendidas. La información política sólo excepcionalmente descuella en esa competencia. A la sombra de esa fatiga crece la propensión al ausentismo electoral, una versión posmoderna del “que se vayan todos”.

DE LAS MARCAS A LOS APELLIDOS

Al final de la semana, la usina de noticias políticas tendrá insumos flamantes: los partidos y alianzas que se presentarán a la elección nacional del 26 de octubre (en la que se renovará la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio de la de Senadores) presentarán ante la Justicia Electoral sus nóminas de candidatos.

Si por el momento las encuestas miden los vaivenes de la opinión pública solo en relación con las marcas (partidos, coaliciones) o -cuando es posible hacerlo o cuando se busca simplificar- con sus figuras emblemáticas (aunque, como ocurre con Javier Milei, Mauricio Macri o Cristina Kirchner, no participen personalmente en el comicio), podrán ahora medir candidatos con nombre y apellido. Como en octubre se votará con la llamada BUP (boleta única de papel), en los grandes distritos sólo constarán los nombres de los cinco primeros candidatos a diputado de cada fuerza, el primero o los dos primeros de cada partido, con foto. Generalmente se destaca al cabeza de lista con alguna tipografía especial.

El oficialismo -La Libertad Avanza- hace tiempo que ha develado el nombre de su primer candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires: será el contador José Luis Espert, que se sumó al partido del Presidente en marzo de 2024. Se sabe también que formará parte de esa nómina (entre los cinco primeros, quizás el número tres) Diego Santilli, uno de los violetistas más destacados del PRO.

Otro nombre cantado, en este caso para la candidatura al Senado por la Ciudad Autónoma, es el de Patricia Bullrich. La actual ministra de Seguridad es la figura oficialista de mejores calificaciones en los estudios de opinión pública, por encima del propio Javier Milei, y ya apunta más allá de la Cámara de Senadores, podría acompañar a Milei en la fórmula presidencial en 2027, podría aspirar a la Jefatura de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y podría, inclusive, tomar la posta del Presidente si éste por algún motivo revé su proclamado deseo de repetir su candidatura dentro de dos años.

Fuera de esos nombres que parecen induscutidos, el oficialismo todavía tiene que afinar el lápiz antes de la presentación del fin de semana. Por cierto, más complicada es la confección de la boleta bonaerense de Fuerza Patria.

Los dos nombres más traídos y llevados en los comentarios eran los de Sergio Massa y Máximo Kirchner. Tanto uno como otro tienen el problema de una mala recepción en la opinión pública. Massa todavía no ha conseguido reparar el costo político que le demandó su paso por el ministerio de Economía. Juan Grabois apuntó a ese flanco y abrió a su fracción de la constitución de Fuerza Propia en protesta por la eventual candidatura de Massa.

A diferencia de Kirchner (h), y al margen de las objeciones de Grabois, al jefe del Frente Renovador se le reconoce un amplio conocimiento sobre los mecanismos de la toma de decisiones y sobre las instancias institucionales y fácticas del poder; tiene, asimismo, la virtud arquitectónica de haber desarrollado una fuerza política que le responde y le permite grados de autonomía y articulación, tanto hacia dentro de Fuerza Patria como hacia otras corrientes políticas.

Ninguna de estas virtudes compensa, sin embargo, su déficit en relación con la opinión pública, motivo por el cual anunció, horas atrás, que no competirá en las elecciones. Su prioridad parece ser, en cambio, ubicar figuras del Frente Renovador en las nóminas en distintos distritos, no sólo en Buenos Aires.

Y, complementariamente, jugar algunas fichas en otros tableros: por ejemplo, en Córdoba, donde estaría alentando la construcción de la alianza que lidera Natalia De la Sota, que puede quitarle algunos puntos porcentales al cordobrsismo del gobernador Martín Llaryora y del ex gobernador Juan Schiaretti. Si una candidatura de Massa en la provincia de Buenos Aires sería recibida con alegría por el oficialismo nacional, una postulación de Máximo Kirchner sería una fiesta para la Casa Rosada: le permitiría explotar al máximo su estrategia propagandística -la polarización con el kirchnerismo- y tendría efectos negativos sobre la elección local bonaerense del 7 septiembre: al gobernador Axel Kicillof se le haría muy cuesta arriba su intento de diferenciación y autonomía en relación a los mandatos de Cristina Kirchner con el hijo de ella corriendo como candidato nacional en su distrito en vísperas del comicio provincial. No es improbable que este razonamiento y cierto sentido de las conveniencias electorales terminen incidiendo en la nominación de una figura menos desafiante, que en principio no esté lastrado por una fuerte opinión negativa. La incógnita se develará durante el fin de semana.


LA SUSTENTABILIDAD DEL SISTEMA

Mientras Karina Milei, Eduardo Lule Menem y Sebastián Pareja se ocupan principalmente de la estrategia electoral, el Presidente atiende la gestión de gobierno, que tropieza con algunos baches. Para alivio de la Casa Rosada, la inflación de julio no estuvo mayormente influida por los saltos del dólar (que seguramente se reflejarán más en la de agosto), pero la economía está desajustada.

El Gobierno convalidó una tasa altísima (casi 70 por ciento) para afrontar vencimientos de deuda de los que, pese a esa renta, sólo pudo captar dos tercios de la suma buscada. El problema es la falta de confianza. Según el prestigioso economista Ricardo Arriazu ese factor incide en el registro del riesgo país (alrededor del 700 por ciento) y explica el estancamiento que, según él se extiende desde abril.

Milei asocia, razonablemente, esa desconfianza con los problemas políticos que le plantea su debilidad legislativa. Quiere asegurarse un número suficiente de votos legislativos para garantizar los vetos que le permiten afirmar sus políticas. Por eso dedicó tiempo a una tarea que por lo general desprecia, que es la negociación legislativa con aliados potenciales.

“Perdimos todo, perdimos todas las votaciones”, había registrado con objetividad el Jefe de Gabinete, Guillermo Francos después de la noche de las doce derrotas en la Cámara de Diputados.

Franco atribuyó aquel revés a una táctica demagógica de la oposición determinada, según él, por la atmósfera preelectoral. Para el funcionario, “todos los que votaron contra el gobierno (prácticamente todos los radicales, la Coalición Cívica, algunas fuerzas provinciales) fueron funcionales al kirchnerismo”. Francos advirtió que “todo lo que podamos vetar, lo vetaremos”. Ahora Milei está ante el desafío de convertir esa promesa en realidad efectiva.

El viernes 8 el propio Presidente decidió afrontarlo con un discurso por Cadena Nacional. “Quieren quebrar la economía y llevarnos al abismo", denunció y advirtió, extremando el tono: “Al Congreso le digo: si ustedes quieren volver atrás, me van a tener que sacar con los pies para adelante”.

La Cadena Nacional fue sobre todo una jugada de posicionamiento político. Necesitaba dejar asentado ante los mercados que está dispuesto a llevar adelante su programa a toda costa. Sin embargo, esa reacción, probablemente influida por una estrategia signada por el acentuamiento de la polarización electoral en octubre, difícilmente corrija la creciente debilidad en que se encuentra o el escepticismo que todavía impera en los mercados.

No se duda de la convicción de Milei, sino de la capacidad del gobierno y del sistema político para darle sustentabilidad a un programa de cambios.
Allí no hace falta sólo la convicción del actual oficialismo, sino la idea de que una oposición razonable sostendrá cuando llegue su turno la lógica de una economía y una convivencia social sensatas y en sintonía con el mundo.

El Gobierno está inquieto por su suerte electoral. La idea de presentar la cita en las urnas como una batalla contra el Mal (encarnado en el kirchnerismo) se desdibuja cuando lo que tiene que enfrentar en el Congreso es un conglomerado que excede largamente al núcleo K, que incluye a varios de sus aliados de hace pocos meses, y también con la aparición de la fuerza federal lanzada por cinco gobernadores de provincias exportadoras que se presentará como tal en 15 distritos y que ya apunta a las presidenciales de 2027.

En su discurso en Cadena Nacional Milei trató de conjurar esa competencia: “No hay terceras vías en esta encrucijada. No hay soluciones mágicas”, dijo, pensando en el lanzamiento de “Provincias Unidas”.

En rigor, tendría que comprender que una competencia de esta naturaleza, que sostiene el equilibrio fiscal y las políticas de productividad (aunque difiera con él en el papel organizador y compensador del Estado), apuntala al sistema, lo vuelve más confiable y afianza la gobernabilidad.