El rincón del historiador

Manuel Láinez, en su centenario

Seguramente, mañana, el lunes 4, pasará inadvertido el centenario de la muerte de Manuel Láinez. Es por esta razón, que creemos necesario escribir estas líneas. 

En sus exequias en el Cementerio de la Recoleta, el ministro del interior, doctor Vicente Gallo, manifestó que “en el escenario de la vida pública argentina, la generación a la que perteneció Láinez se destacó con brillo”. Y en su caso particular, su “personalidad se definió y caracterizó honrosamente con rasgos fuertes e inconfundibles, por la extraordinaria y útil consagración con que atendió sus deberes parlamentarios y por la distinción y eficacia con que invistió la representación de la República en el extranjero y por la dignidad sin sombras con que ejerció el periodismo como una alta función civilizadora”.

Vio la luz el 26 de marzo de 1852 -a un mes y días de la batalla de Caseros-, en el hogar de Pedro Martín Láinez y de Bernabela Cané, en el antiguo caserón de los bisabuelos Andrade, cerca de la iglesia de San Francisco, en donde en esos patios de malvones y glicinas, compartió la vida y los juegos con sus primos Cané. 

Llevó el nombre, probablemente, o mejor dicho, seguramente, como homenaje al abuelo gaditano don Manuel José María Láinez, quien medio siglo antes había llegado a bordo de la fragata Joven María Josefa, donde fundó el apellido.

EL COLEGIO NACIONAL 

Recibió su primera educación en la escuela del afamado maestro Juan Andrés de la Peña, y después en el Colegio Nacional -que tan bien describió su primo hermano, Miguel Cané, que apenas le llevaba catorce meses, en la obra Juvenilia-. Ambos vivieron en esos claustros la orfandad paterna; don Pedro Láinez adhirió a la causa porteña y murió en Pavón, en 1861, y don Vicente Cané falleció el 5 de julio de 1863. Los dos primos hermanos encontraron en el rector  del Colegio, Amadeo Jacques, tanto a un maestro como a un cuasipadre, como lo había sido tiempo antes el canónigo Julián Segundo de Agüero. 

De algún modo, la tragedia de las guerras civiles rodeaba a los Láinez, vaya como ejemplo su tío, llamado Manuel, hermano de su padre, médico de profesión, quien murió desempeñando su humanitaria misión en la batalla de Cepeda.

La Revolución de 1874 lo encontró junto a los que respetaban en orden constitucional y se alistó con la Guardia Nacional. Poco después acompañó como agregado en la legación del doctor Manuel Rafael García ante el gobierno de los Estados Unidos, donde aprendió los primeros pasos de la vida diplomática. 

De regreso en 1878, el presidente Avellaneda le ofreció la subsecretaría de Relaciones Exteriores, cargo que no aceptó, asimismo, rechazó una función ofrecida durante la administración de Dardo Rocha, mientras que ejercía el periodismo en La Tribuna y La Tribuna Nacional con el seudónimo de Argos. 

Fue electo secretario del Senado de Buenos Aires (1880), diputado nacional (1884-1880) y posteriormente ocupó una banca en el Senado de la Nación (1904-1913), sucediendo a su primo Cané y casi como siguiendo los pasos de éste se desempeñó como embajador en Europa, ante los gobiernos de Italia y de Francia.

LEY INMORTAL

De su labor parlamentaria como senador nacional se recuerda especialmente la ley que lleva e inmortalizó su nombre. El Congreso, preocupado por la pobreza y la cantidad de analfabetismo en algunas provincias, a instancias de Laínez sancionó la ley 4.874, que incorporó buena parte de esa población a la educación formal, logrando de ese modo acelerar el proceso iniciado en 1884 con la ley 1420.

Las escuelas primarias provinciales dependían de las provincias, en muchos casos con poco presupuesto, sin recursos, los maestros mal pagos y cobraban los sueldos con varios meses de atraso; y los recursos que enviaba la Nación, a veces los gobiernos provinciales los utilizaban para cubrir otras necesidades. Por eso, gracias a la Ley que difundió la escolaridad primaria por todo el país, creando incontables escuelas, a cincuenta años de su muerte, en muchas ciudades se decía por ejemplo la Escuela 43 Láinez. A esto debemos agregar los proyectos sobre creación de colegios nacionales en las ciudades de Dolores, Mercedes, Bahía Blanca, San Nicolás, Chivilcoy, Azul y Olavarría e la provincia de Buenos Aires y el de Gualeguaychú en Entre Ríos.

PERIODISTA APASIONADO

La actividad de Láinez y por qué no decir su pasión fue también el periodismo. El 28 de septiembre de 1881 fundó El Diario, que dirigió hasta su muerte, donde escribieron plumas destacadas como Lucio V. Mansilla, desde Europa, con su columna Páginas Breves. 

Un trabajo de Geraldine Rogers estudia la competencia entre la página de Láinez, un vespertino que salía tres veces por día con La Nación y Caras y Caretas, y recuerda que Miguel Navarro Viola afirmaba que era “el diario más leído de la capital”. 

A través de sus páginas se puede recrear, además, la vida de la sociedad porteña, a la que él estaba vinculado por lazos de parentesco y amistad, como así también a múltiples iniciativas sociales, de beneficencia o culturales. De muchas de ellas fueron escenarios los salones de su casa, ubicada en la calle Maipú, o la quinta de las barrancas de Belgrano, donde recibía los domingos. 

Dice su sobrino, Mujica Láinez, que “era un recibo que se prolongaba el día entero, desde el almuerzo con los íntimos hasta los que llegaban a tomar el té y los que hacían su aparición después de las carreras y del teatro. Estadistas, políticos, diplomáticos, escritores, artistas… los franceses estaban en mayoría, y se explica por su espíritu muy francés”. Aunque aclara que una vez estaba Clemanceau, y en otras oportunidades, lo estuvieron Jacinto Benavente, Lucio V. Mansilla, Enrique Larreta, Pedro Chutro, Pedro Chutro y artistas como Hariclée Darclée, Leone Giraldoni, Giuseppe Anselmi, Georges Till. Todos estos, nombres que dan una idea de la relevancia del anfitrión.

* Historiador. Vicepresidente de la Academia de Artes y Ciencias de la Comunicación

.