Manuel Belgrano: modelo de general católico

El 3 de junio de 1770 nacía el creador de la bandera nacional.

 

Hoy 3 de junio es el día del Soldado del Ejército Argentino, en homenaje al natalicio de Don Manuel Belgrano. Pero… ¿no suele imponerse en estos tiempos la imagen del ‘Doctor Belgrano’… "el exitoso abogado"… por sobre su rol de militar?… ¡Si Belgrano dijo de sí mismo en su autobiografía: "No es lo mismo vestir el uniforme militar que serlo". Sin embargo, el filósofo griego Sócrates dijo de sí "sólo sé que no se nada" y por ello era considerado el más sabio. Entonces, ¿en qué quedamos?... Dejemos la opinología. Mejor hagamos historia y conozcamos al General Belgrano a través de sus palabras, obras y testimonios de sus contemporáneos.

UN NOMBRE, UN DESTINO
Dijo el poeta Leopoldo Marechal en su ‘Didáctica de la Patria’: Quien recibe un nombre, recibe un destino. Su nombre era Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. Y convencido de su misión trascendente, fue a cumplir su llamado. Siguiendo una consigna clara, que dejó escrita en el Correo de Comercio: “El origen más serio y verdadero de la sabiduría es la ley evangélica”. Y abandonado en la Divina Providencia sostenía: “Que nos entristezcamos o nos alegremos, la mano que todo lo dirige, no por eso va a variar”.
En el marco de la guerra civil desatada en Hispanoamérica (que no otra cosa fue el proceso autonomista e independentista hispanoamericano) como consecuencia de la terrible crisis del imperio español en manos del tirano Napoleón Bonaparte desde 1808 y las represalias del Consejo de Regencia ante la autonomía proclamada desde Buenos Aires en 1810; este joven criollo asumió el rol que las circunstancias le había impuesto en esos tiempos turbulentos y confusos. Su protagonismo y su actitud no eran algo nuevo.
Así como defendió los intereses del bien común del Virreinato del Río de la Plata como abogado secretario del Real Consulado de Buenos Aires; así como había participado heroicamente en las jornadas de la Defensa de Buenos Aires en 1807 contra las tropas invasoras de Gran Bretaña; así como juró como vocal de la Junta Provisional y Gubernativa del 25 de mayo de 1810 proclamando su fidelidad al rey Fernando VII preso en Valencay y renunciando a su sueldo porque sus convicciones así lo exigían; así como marchó en militares campañas hacia el Paraguay y hacia la Banda Oriental para sumar a las provincias hermanas a la causa americana; así como fue juzgado e incomprendido; así como siempre hizo patente que la guerra fratricida le dolía hasta desgarrarlo afirmando: "jamás puedo ver cómo glorias la efusión de sangre de mis hermanos"; pero convencido de que "estoy muy acostumbrado a los contrastes y más espíritu tengo en ellos que en las prosperidades" siempre se mantuvo firme en sus convicciones y especialmente a su filial devoción a la Santísima Virgen María. A las pruebas me remito.

LA BANDERA NACIONAL
Tras los desastres de Huaqui (20-6-1811) y de Sipe Sipe (18-8-1811), Belgrano fue restablecido en el ejercicio de las armas y nombrado General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú, dirigiéndose hacia el norte a poner orden. Antes pasó por Luján y prometió a la Virgen María enarbolar una bandera con los colores de su manto. Tal hecho es atestiguado por José Lino Gamboa, antiguo cabildante de Luján, quien dejó escrito: “Al dar Belgrano los colores celeste y blanco a la bandera patria, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto por haberse amparado a su Santuario de Luján”. Y su hermano Carlos Belgrano, sargento mayor, comandante militar de Luján y presidente de su Cabildo, dijo: “Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján de quien era ferviente devoto.” Cosa que hizo a orillas del Paraná un 27 de febrero de 1812 entre las baterías Independencia y Libertad. Dando a la causa de la América del Sur un símbolo de unidad trascendente, de virtudes sobrenaturales de fe, esperanza y caridad, amparándose bajo el manto Inmaculado de la Virgen María. Así pudo exclamar sin vacilación: "Sirvo a la Patria sin otro objeto que el de verla constituida, y este es el premio al que aspiro" porque "No busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la patria".

DESTINO: EL NOROESTE ARGENTINO
¿Por qué Belgrano fue hacia al norte? Porque el panorama era más que desolador. Los fusilamientos sin tino y sin juicio de los contrarrevolucionarios de cabeza de Tigre -especialmente el de Don Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, por temor a un levantamiento popular en Buenos Aires- lamentablemente debemos decirlo, sin faltar a la verdad, aprobados y firmados por todos los miembros de la Junta de Mayo a excepción del Padre Alberti, habían hecho lo suyo, manchando con sangre las manos de los ejecutores de la Revolución desatada en 1810.
Las campañas patriotas o autonomistas en el Alto Perú, especialmente las comandadas por el impío Juan José Castelli, cometieron todo tipo de abusos en el nombre de la Patria y de la Libertad. Sus hordas jacobinas llevaron adelante toda clase insultos a los preceptos del Evangelio, del clero y fe un pueblo fiel a manos de un ejército completamente desmoralizado y tildado de hereje. “Cristiano soy y líbreme Dios de ser porteño” decían en el norte por aquella época. La causa de América peligraba. Y Huaqui fue el fruto podrido de tan triste cosecha. Y Pueyrredón debió ceder el bando a otro porteño. Pero un porteño que rompía todos los esquemas: era un ferviente católico.

EL EJÉRCITO DEL NORTE
Fiel a sus palabras que decían que “el miedo solo sirve para perderlo todo” Belgrano plantó su siembra bajo una nueva dirección que las tropas debían obedecer bajo su mando. Así decía en su proclama desde la Posta del Pasaje (2-04-1812): “Deshaced las odiosidades; apartad de vosotros todo lo que no sea espíritu de patria, y estad ciertos que ella logrará cimentar su santa y sagrada causa bajo los principios más sólidos para nuestra felicidad. A estos nos llama la religión santa que profesamos, aquella digna y respetable madre, y las obligaciones en que estamos constituidos”.
Y tras la jura de la bandera nacional bendecida por el obispo Gorriti en Jujuy exclamaba el 25-05-1812: “Hijos dignos de la Patria, camaradas míos: dos años ha, que por primera vez, resonó en estas regiones el eco de la libertad, y él continúa propagándose hasta por las cavernas más recónditas de los Andes, pues que no es obra de los hombres, sino del Dios omnipotente, que permitió a los americanos que se nos presentase la ocasión de entrar al goce de nuestros derechos. Esta gloria debemos sostenerla de un modo digno, con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras obligaciones hacia Dios, hacia nuestros hermanos y hacia nosotros mismos. ¡Ea!, pues soldados de la Patria; no olvidéis jamás que nuestra obra de es Dios; que Él nos ha concedido esta Bandera, que nos manda que la sostengamos”.
Refiere el Coronel Blas Pico, oficial del Ejército del Norte que combatió bajo las órdenes de Belgrano, en su obra Juicio sobre la conducta militar del general don Manuel Belgrano que “durante todo su generalato tanto en el ejército del norte como en el del Perú”, su General “trató y consiguió con su ejemplo y doctrina en formar de todo su ejército un modelo de subordinación, disciplina militar, valor, honor y amor al orden que le eternizarán en la memoria, respeto y gratitud de los pueblos del Perú. Su conducta religiosa, piadosa y devota le abrieron tan franco camino y tan fácil y eficaz medio para uniformar así la de todos los individuos del ejército, que en muy breve le tuvo que mirar como el objeto de sus complacencias”.
Como buen líder, predicó con el ejemplo personal y sirvió al bien común: “le vimos siempre incansable en el bufete expidiendo las órdenes concernientes las más de las veces de su puño para dar a los negocios el mayor impulso: corría como el relámpago a toda hora por los cuarteles, por el campo de instrucción, por los hospitales, por los laboratorios y por todas las demás oficinas del ejército, hasta mirar por sus ojos el rancho y comida de los soldados”.
Al respecto decía otro testigo, Manuel Antonio Castro en su escrito Cualidades del general Belgrano: “Yo observé en el general Belgrano tres cualidades que principalmente formaban su mérito: patriotismo absolutamente desinteresado, contracción al trabajo, y constancia en las adversidades. En prueba de lo primero, citaré los hechos siguientes: en todo el tiempo que permaneció el ejército estacionado en Tucumán, que fue el de cuatro años, destinó sus sueldos sobrantes al socorro de las necesidades del mismo ejército, desterrando de su persona y casa todo lujo, y aun las comodidades más naturales y necesarias. Su diario vestido era una levita de paño azul. Su casita construida en la ciudadela, a la manera del campo, era una choza blanqueada. Sus adornos consistían en unos escaños de madera hechos en Tucumán, una mesa de comer, su catre de campaña y sus libros militares. Comí con él varias veces. Tres platos cubrían su mesa, que era concurrida de sus ayudantes y capellán”.
Y concluye: “Se había consagrado tanto al servicio de la patria, que no era fácil saber cuáles eran las horas de su descanso. Yo lo observé en Tucumán (...) ocupar todo el día en la atención del ejército, y continuos ejercicios doctrinales, salir de noche a rondar hasta las doce de la noche, o más tarde, retirarse de mi posada a esas horas, e irse a escribir sus multiplicadas correspondencias que despachaba de su puño, y mantenía con todos los gobiernos, con todos los pueblos y con toda clase de gentes en favor de la causa de la patria”.
Al mismo tiempo, continúa el coronel Blas Pico desarrollando la religiosidad distintiva del General Belgrano: “Su asistencia frecuente a los templos, a los solemnes y privados sacrificios, el verles en ellos en oración exhalar su espíritu en tiernas lágrimas ante la majestad de Dios sacramentado; el proteger, promover y llevar a cabo todo establecimiento piadoso fueron tan edificante a los pueblos que tuvieron la felicidad de mirarse bajo la protección de sus armas, que llegaron a amar con la mayor ternura y fraternidad a todo individuo del ejército, franqueaban los recursos con prodigalidad no menos que con el mayor placer y honor en que cada uno del ejército aceptase la hospitalidad y obsequio que se le hacía en particular”.
Un católico cabal. Y como tal amigo del orden. Belgrano entendió que la disciplina era la clave. Y él la puso en práctica sin que le temblase el pulso. Continúa Pico: “fue celosísimo e infatigable en formar mantener todas las clases del ejército fieles y escrupulosas, observadoras de las ordenanzas castigando rigurosa e inflexiblemente toda contravención sin que entibiasen su celo jamás ni la amistad ni los respetos humanos, ni los demás resortes que debilitan la justicia menos recta e imparcial que la suya. (…) La limpieza en las palabras y en las obras fue virtud distinguida del ejército del norte. En la mente de nuestro General, el soldado argentino debía ser persona decente, de puras costumbres. Estableció (…) un tribunal de cinco jueces elegidos por los oficiales; y todo oficial tenía obligación de delatar al compañero que hubiese cometido una acción indecente o poco decorosa (…), estableciendo penas para todas estas. (...) Y si alguna vez por accidente oyó algún soldado una palabra obscena e indecente lo castigó con el mayor rigor y lo mismo encargaba a los jefes y oficiales".
Incluso en las peores circunstancias: "El general Belgrano tuvo la desgracia de mandar un ejército que su gobierno cuidaba muy poco de asistir y que siempre le faltó aún lo indispensable necesario; todo otro general habría aflojado algún tanto la disciplina con este motivo, pero él era más severo cuantas más necesidades tenía el ejército. Fue celosisimo de que ningún oficial ni tropa maltratase a los paisanos y vecinos, castigando el menor insulto que se les hacía, tanto en sus personas, como en perjuicio de sus propiedades: de tal suerte las respetaban los soldados que en la marcha de Tucumán a Córdoba acampé con mi regimiento en un lugar que había un sembrado de sandías en sazón y no hubo uno que tomase una sin comprarla a su dueño”.
Al respecto Lorenzo Lugones, otro de sus oficiales, dejó escrito que: "el ejército parecía que adivinaba los pensamientos de su general; bien se podía creer que entre ambos había un espíritu de emulación, a cual cumplía mejor con sus deberes, el uno mandando y el otro obedeciendo. Tal fue el estado de subordinación, amor al orden, disciplina y patriotismo".
Y el General Paz atestiguaba: "No tenía grandes conocimientos militares, pero poseía un juicio recto, un entusiasmo decidido por la disciplina y un valor moral que jamás se ha desmentido, agregando a estos antecedentes la probidad del General Belgrano, su pureza en el manejo de los caudales públicos, su desinterés, su rectitud, puede decirse que no solo dio nervio a la Revolución, no sólo la generalizó, sino que le dio crédito y la ennobleció".

EL CABALLERO CRISTIANO
Cómo podemos ver, Belgrano se convirtió en general modelo de un ejército modelo, moldeado bajo su sombra piadosa. Un caballero cristiano al mando de guerreros cristianos. Y para ello, dio al clero un rol fundamental: “Era de la obligación de los capellanes por mandato expreso asistiesen por la mañana y tarde a los hospitales que diariamente hiciesen a sus regimientos una plática doctrinal a la hora de la lista, sin perjuicio de la que había los días de festividad en la misa del regimiento, que celasen se rezase el rosario por todos los soldados diariamente y que cumpliesen con el precepto anual a cuyo fin ordenaba a los jefes para que concediesen a la tropa franco tiempo para disponerse debidamente".
Rezo del Santo Rosario. Asistencia frecuente a Misa. Catequesis y formación en Doctrina Católica. Utilización de Escapularios cómo divisas de guerra. Sumado a los ejercicios físicos militares. Armas para el combate espiritual y el combate corporal. Al respecto concluye Pico dando una extraordinaria definición: "Con todo lo que logró que su ejército fuese observado más como una congregación de hombres de estatuto piadoso que como a soldados”. Ésto también fue admitido por otros de sus oficiales. José María Paz en sus Memorias Póstumas dijo: “Exigía Belgrano que los oficiales una especie de disciplina monástica, y castigaba con severidad las menores transgresiones”.
Y para Gregorio Aráoz de La Madrid, Belgrano consiguió hacer “observar al ejército la más estricta subordinación y disciplina: y puedo decir, sin temor de ser desmentido, que no hemos tenido nunca un ejército tan moralizado como aquel que él mando”.
Todo ello, nos lleva a sostener con el P. Guillermo Furlong SJ que el primer milagro obrado por intercesión de la Santísima Virgen, que utilizó a Don Manuel Belgrano como dócil instrumento, fue lograr de la nada, de las ruinas, de la desmoralización propia de los vicios, y ante un panorama desolador, pobre materialmente y espiritualmente; un ejército templado como el acero, disciplinado, católico, mariano, monástico, sacrificado y de un verdadero misticismo patriota. Que siguió a su líder a capa y espada, contra viento y marea.
Su mayor acto de piedad se materializó al nombrar como Generala del Ejército a Nuestra Señora de la Merced, bajo cuya protección se puso y a quien entregó su bastón de mando, atribuyéndole con fe sincera y gratitud permanente, el triunfo de las armas patriotas en la batalla de Tucumán y Salta de 1812 y 1813 respectivamente. Rezó y dió santa sepultura a los muertos de ambos bandos. Tuvo compasión de sus prisioneros al perdonarles la vida y dándoles la libertad.
Y si esto fuera poco, fue el mismo Belgrano quien en carta fechada el 6 de abril de 1814, aconsejó a su relevo Don José de San Martín sobre cuál era el mejor modo de conducir el ejército del norte: "Conserve la bandera que le dejé; que la enarbole cuando el ejército se forme; que no deje de implorar a N. Sra. de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tropa. Deje usted que se rían; los efectos le resarcirán a usted de la risa de los mentecatos, que ven las cosas por encima. Acuérdese usted que es un general cristiano, apostólico y romano; cele usted de que en nada, ni aún en las conversaciones más triviales se falte el respeto de cuanto se diga a nuestra santa religión".
Esto explica que el mayor elogio que Belgrano recibiera en vida fuese por la pluma del Libertador quien en carta a su amigo Tomás Guido le decía: “En el caso de nombrar a quien deba reemplazar a Rondeau, yo me decido por Belgrano; éste es el más metódico de lo que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame V. que es lo mejor que tenemos en América del Sur”.
¿Qué duda nos queda?