Manifiesto de desagravio a Nuestra Madre, Corredentora y Mediadora de todas las Gracias

Con la intención de desagraviar y reparar públicamente los ataques proferidos contra nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre, Corredentora y Mediadora de todas las Gracias, en la “Nota doctrinal sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la salvación” presentado el pasado 4 de noviembre, por el cardenal Víctor Manuel "Tucho" Fernández encargado del Dicasterio para la doctrina de la Fe, los sacerdotes abajo firmantes decimos:

Dicho documento es impío y dañino para la Fe de los fieles. 

Decimos impío, pues la piedad, virtud que inspira actos de amor y compasión, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, es contrariada por donde se la mire en este documento.

Y dañino para la Fe, pues, se separa peligrosamente de las enseñanzas auténticas de la Iglesia (llegando casi hasta la herejía) en sus afirmaciones.

Nuevamente, el autor del “fiducia supplicans”, sobre la cual también nos expedimos en su momento, haciendo gala de la mas refinada hipocresía, con la excusa de no “oscurecer la única mediación salvífica Cristo”, nos dice que el título de “Corredentora”, -para definir la cooperación de María Santísima-, es siempre inoportuno” y que “se requiere una especial prudencia en la aplicación de la expresión “Mediadora” a María”, ya que esto podría generar confusión entre la fe del pueblo fiel, pide que no se use tan acertado título. Nosotros entendemos que el verdadero motivo sería que el papel que Dios, en su infinita Sabiduría y Amor, le otorgó a la Madre del Redentor, es una piedra de escándalo, un gran impedimento para la tan buscada “hermandad universal” que propone el ecumenismo modernista.

Para entender la gravedad del asunto, nos extenderemos explicando desde la teología los títulos de Corredención y Mediación en la Virgen María.

Con esta palabra Corredención se designa en Mariología la participación que corresponde a María Santísima en la obra de la Redención del género humano realizada por Cristo Redentor.

María Santísima fue real y verdaderamente Corredentora de la humanidad por dos razones fundamentales:

1. Por ser la Madre de Cristo Redentor, lo que lleva consigo la Maternidad espiritual sobre todos los redimidos.

2. Por su compasión dolorosísima al pie de la Cruz, íntimamente asociada, por libre disposición de Dios, al tremendo sacrificio de Cristo Redentor.

Los dos aspectos son necesarios y esenciales; pero el que constituye la base y fundamento de la Corredención mariana es su Maternidad divina sobre Cristo Redentor y su Maternidad espiritual sobre nosotros. Por eso la llamamos con plena y deliberada intención, la Madre Corredentora.

La Sagrada Escritura no dice expresamente en ninguna parte que María sea Corredentora de la humanidad. Pero hay en la Biblia -en ambos Testamentos- gran cantidad de textos que, unidos entre sí e interpretados por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, nos llevan con toda claridad y certeza a la Corredención mariana.

Velada e implícitamente la encontramos en la primera promesa del Redentor, que había de ser de la “posteridad” de la mujer, o lo que es lo mismo, del linaje humano, y, por tanto, nacido de mujer (Gén. 3, 15). No se dice aquí que la mujer de la que había de nacer el Redentor sea María, pero, en el proceso progresivo de la misma revelación divina, se va determinando cada vez más cuál sea esa mujer de la que había de nacer el Redentor del mundo.

Así Isaías dice que nacería de una virgen (Is. 7, 14) y Miqueas añade que su nacimiento tendría lugar en Belén (Miq. 5, 2), todo lo cual concuerda con lo que los evangelistas San Mateo y San Lucas narran acerca del nacimiento del Salvador (Mt. 1, 23; 2, 1-6; Lc. 2, 4-7). Un Ángel anuncia a María ser Ella la escogida por Dios para que en su seno tenga lugar la concepción del Salvador de los hombres, a lo cual presta Ella su libre asentimiento (Lc. 1, 28-38), dándole a luz en Belén (Lc. 2, 4-7). Con lo cual se evidencia aún más que la predestinación de María para ser Madre de Cristo está toda Ella ordenada a la realización del gran misterio de nuestra Redención.

La unión de María con Jesús se extiende a todos los pasos de la vida del Salvador. Después de haberlo dado a luz, lo muestra a los pastores y Reyes Magos para que lo adoren (Lc. 2, 8-17; Mt. 2, 1-12); lo cría y sustenta; lo defiende de la ira de Herodes huyendo con Él a Egipto (Mt. 2, 13-15); lo presenta para ser circuncidado (Lc. 2, 2), y en el templo oye al viejo Simeón anunciarle el trágico final de su vida y la “resurrección de muchos” que le habían de seguir (Lc. 2, 22-35); lo va a buscar a Jerusalén, donde lo halla en el templo en medio de los doctores de la ley, escuchándoles y respondiendo a sus preguntas, quedando todos admirados de la sabiduría y prudencia en sus respuestas (Lc. 2, 42-49), e interviene, en el comienzo de su vida pública, en las bodas de Caná (Jn. 2, 1-5). Por fin, asiste a la inmolación de su vida en la Cruz por nosotros (Jn. 19, 25), co-inmolándolo y co-ofreciéndolo Ella también en su espíritu al Padre para conseguir a todos la vida.

Ahora bien: dada la unión tan estrecha que en la predestinación y revelación divina tiene Jesús y María acerca de nuestra Redención, sería gran necedad no ver en todos estos hechos nada más que la materialidad de los mismos, sin percibir el lazo tan íntimo y profundo que los une en el gran misterio de nuestra salud. Porque en todos esos hechos no sólo resalta la preparación y disposición por María de la Víctima, cuya vida había de ser inmolada después en el monte Calvario por la salvación de todos, sino también la unión profunda de la Madre con el Hijo en la inmolación y oblación al Padre de su vida por todo el género humano en virtud de la conformidad de voluntades entre los dos existente.

He aquí de qué manera en los hechos de la revelación divina, contenidos en la Sagrada Escritura, está reflejada la existencia de la Corredención mariana.

La Virgen Santisima, con su libre consentimiento, cooperó directa e inmediatamente a la Redención del género humano.

Todas las acciones de la vida del Verbo encarnado, desde el primero hasta el último instante, es decir, hasta la muerte, estuvieron ordenadas a la Redención del género humano, y por tanto, fueron causa de nuestra salvación.

Ahora bien, la Virgen Santisima, que había cooperado al principio de nuestra Redención, a la entrada de la Víctima en cuanto tal en el mundo, cooperó también al coronamiento, a la consumación de la misma, o sea, al sacrificio de la Cruz, inmolación de la Víctima. Esa cooperación a la inmolación era un corolario necesario del consentimiento dado a la Encarnación Redentora, y por tanto, a nuestra Redención.

Esta cooperación, o sea, esta activa participación de la Virgen Santisima en el sacrificio de la Cruz, en la inmolación de la Víctima Redentora, la subraya con sorprendente energía el Evangelio de San Juan: Estaba junto a la Cruz de Jesús, su Madre... Jesús, pues, mirando a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dice a la Madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “He ahí a tu Madre”. Y desde entonces el discípulo la tomó consigo Jn. 19, 25-27.

La presencia de la Virgen en el Calvario y el modo como está presente, están suficientemente explicadas en estas palabras del texto de San Juan: su Madre. Aquella mujer que estaba allí en actitud sacerdotal era la Madre de la Víctima del género humano. Y, como tal, Ella no pudo estar ausente, no pudo tener otra actitud.

En aquella Víctima había algo suyo. Aquella sangre preciosísima que se derramaba sobre el mundo para lavarlo de sus delitos, había brotado como de una fuente Purísima de su corazón virginal. Sobre aquella Víctima de valor infinito, la Virgen Santisima tenía derechos de madre. Dios, en efecto, al constituir a la Virgen Santisima Madre del Redentor en cuanto tal, le confería libremente y le reconocía sobre el Redentor los auténticos derechos que toda verdadera madre posee sobre los hijos que ha engendrado.

La Maternidad divina, considerada en concreto, es decir, como históricamente se ha dado, es el medio escogido y puesto en práctica por Dios para unir a Jesús y a la Virgen Santisima en un principio total de salvación del género humano. La Maternidad divina viene así a ser el signo más cierto, más luminoso y más auténtico conque se nos revela la asociación de Cristo y de María en la obra de nuestra salvación.

El Magisterio de la Iglesia en torno a la Corredención mariana se apoya en el testimonio implícito de la Sagrada Escritura y en el del todo claro y explícito de la Tradición cristiana. Nos haríamos interminables si quisiéramos recoger aquí una serie muy completa de los testimonios de la Tradición cristiana. Basta decir que desde San Justino y San Ireneo (siglo II) hasta nuestros días apenas hay Santo Padre o escritor sagrado que no hable en términos cada vez más claros y expresivos del oficio de María como nueva Eva y Corredentora de la humanidad en perfecta dependencia y subordinación a Cristo.

Veamos ahora el Magisterio de la Iglesia. Como es sabido, se ejerce de dos maneras principales: de manera extraordinaria por una expresa definición dogmática del Papa hablando ex cathedra, o del Concilio ecuménico presidido por el Papa; de manera ordinaria, por las encíclicas, discursos, etc., del Romano Pontífice, o a través de las Congregaciones Romanas, o por los obispos esparcidos por todo el orbe católico, o por medio de la Liturgia.

Pues bien, no ha habido hasta ahora ninguna definición dogmática de la Corredención por parte del Magisterio extraordinario de la Iglesia, pero sí múltiples declaraciones expresas del Magisterio ordinario, tanto por parte de los papas como de los obispos y de la Liturgia oficial de la Iglesia. Nos limitamos aquí al testimonio de los últimos Papas en forma breve.

Haciendo alusión al texto de Génesis 3, 15, el Papa Pío IX termina diciendo: ... así la Santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo, ejercitando con Él y por Él sus sempiternas enemistades contra la venenosa serpiente y triunfando de la misma plenísimamente, aplastó su cabeza con el pie inmaculado (Bula Ineffabilis Deus (8-12-1854). Cf. Doc. mar., nº 285).

Triunfar con Cristo quebrantando la cabeza de la serpiente no es otra cosa que ser Corredentora con Cristo. A menos que se quiera desvirtuar el sentido obvio de las palabras.

El Papa León XIII entre otras afirmaciones decía: La que había sido cooperadora en el Sacramento de la Redención del hombre, sería también cooperadora en la dispensación de las gracias derivadas de Él (Supremi apostolatus (1-9-1883).

En este texto citado, se ve la distinción entre la Redención en sí y su aplicación actual. Según esto, María no sólo es Corredentora, sino también Dispensadora de todas las gracias derivadas de Cristo, como veremos en el capítulo siguiente.

El Papa Benedicto XV escribió: Los doctores de la Iglesia enseñan comúnmente que la Santísima Virgen María, que parecía ausente de la vida pública de Jesucristo, estuvo presente, sin embargo, a su lado cuando fue a la muerte y fue clavado en la Cruz, y estuvo allí por divina disposición. En efecto, en comunión con su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte; abdicó los derechos de madre sobre su Hijo para conseguir la salvación de los hombres; y, para apaciguar la justicia divina, en cuanto dependía de Ella, inmoló a su Hijo, de suerte que se puede afirmar, con razón, que redimió al linaje humano con Cristo. Y, por esta razón, toda suerte de gracias que sacamos del tesoro de la Redención nos vienen, por decirlo así, de las manos de la Virgen dolorosa (Inter sodalicia (22-5-1918), cf. Doc. mar., nº 556).

En este texto, el Papa afirma, como puede verse, los dos grandes aspectos de la Mediación universal de María: la adquisitiva (Corredención) y la distributiva (distribución universal de todas las gracias).

En la clausura del jubileo de la Redención, Pío XI recitó esta conmovedora oración: ¡Oh Madre de piedad y de misericordia, que acompañabais a vuestro dulce Hijo, mientras llevaba a cabo en el altar de la Cruz la Redención del género humano, como Corredentora nuestra asociada a sus dolores...! conservad en nosotros y aumentad cada día, os lo pedimos, los preciosos frutos de la Redención y de vuestra compasión (Radiomensaje del 28 de abril de 1935).

Finalmente colocamos unos textos del Papa Juan Pablo II, quien hizo estudiar sobre la conveniencia de proclamar el dogma de la Corredención, aunque no le dio viabilidad por el Ecumenismo reinante que tanto daño hace a la Iglesia:

María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del Ángel Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías, comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. [...] Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Cristo culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte del Redentor. [...] pone de relieve que el consentimiento que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptación pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a su Hijo como “víctima” de expiación por los pecados de toda la humanidad. Por último, la Lumen gentium pone a la Virgen en relación con Cristo, protagonista del acontecimiento redentor (L’Osservatore Romano, del 4 de abril de 1997, nº 14).

“El papel de cooperadora que desempeñó la Virgen tiene como fundamento su maternidad divina. ... cooperó de manera totalmente singular a la obra del Salvador. [...] Aunque la llamada de Dios a cooperar en la obra de la salvación se dirige a todo ser humano, la participación de la Madre del Salvador en la Redención de la humanidad representa un hecho único e irrepetible. [...] María está asociada a la obra salvífica en cuanto mujer. El Señor que creó al hombre “varón y mujer” (cf. Gén. 1, 27), también en la Redención quiso poner al lado del nuevo Adán a la nueva Eva. La pareja de los primeros padres emprendió el camino del pecado; una nueva pareja, el Hijo de Dios con la colaboración de su Madre, devolvería al género humano su dignidad original (L’Osservatore Romano, del 11 de abril de 1997, nº 15).

En la enseñanza de la Liturgia, con sus fiestas, sus himnos, etc., se nos revela del modo más claro cuál es la fe de la Iglesia acerca de un determinado punto doctrinal, puesto que lo que la Iglesia predica es siempre perfectamente conforme a lo que practica.

Por dos veces celebra la Iglesia los dolores de María Santísima: el viernes de Pasión y el 15 de septiembre. Surge de aquí espontáneamente la pregunta: ¿Por qué estas fiestas...? ¿Acaso se festejan los dolores...? La respuesta nos parece obvia: No se celebran los dolores como tales, sino en cuanto que con ellos la Virgen nos ha redimido, o sea, ha satisfecho a la divina justicia por nuestros pecados y nos ha merecido todas las gracias que ahora se nos conceden. Se celebran, pues, las satisfacciones y los méritos de la Virgen Sma. obtenidos a precio de inefables dolores. Nada de extraño, pues, si la Iglesia asocia en su culto las llagas del Hijo y los dolores de la Madre, puesto que unas y otros han sido constituídos por Dios como precio de nuestro rescate.

La Iglesia, en efecto, nos dice expresamente que las lágrimas de la Virgen Santisima han sido suficientes para lavar los pecados de todo el mundo: Nobis salutem conferant - Deiparae tot lacrymae - quibus lavare sufficis - totius orbis crimina.

Gravemente heridos e indignados por este nuevo ataque a las grandezas de María Santísima, hacemos nuestro el voto que hiciera el sacerdote Pedro Poveda, mártir en la Cruzada Española, en Covadonga en 1932:

Yo, Pedro Poveda, deseando cooperar a la gloria y honor de la Reina del Cielo y Señora Nuestra: Hago voto y prometo con Juramento, confesar, defender y propagar que la Virgen Madre de Dios y Corredentora nuestra, resucitó y subió en cuerpo y alma a los Cielos, donde es Mediadora de todas las gracias.

P. Fernando Muñoz
P. Luis Costaguta
P. Luis Jardín
P. Marcelo López
P. Fabricio Porta
P. Camilo Dib
P. Eduardo González
P. Jorge Alberto del Rosario Cortés
P. Cesar Barroso
P. Guillermo Lemos
P. Maximiliano Eraso
P. Juan Fajardo