La riqueza del lenguaje

Los países por su nombre

Por Fernando Sánchez Zinny *

Me entero que, desde no hace mucho y por decisión de su gobierno, la India no se llama más la India sino Bharat, lo que no ha dejado de llamarme la atención y de traerme algunas reflexiones melancólicas acerca de la creciente ignorancia que va invadiendo en mí lo que estimaba como razonable formación e información.

Lo siento, de veras, pero, en fin, tampoco es asunto como para hacer de él una tragedia: India llamaban los antiguos helenos a las tierras que están “más allá” del río por ellos conocido como Indo, denominación ignorada por los naturales de esa zona, trance no infrecuente en las relaciones entre culturas diversas; al fin y al cabo, ni China se llama China; ni Japón, Japón; ni Corea, Corea, sino que así designamos a esos países, siendo que en ellos jamás fueron usados tales nombres.

EN EL CORAZON DE EUROPA

De casos similares hay mil ejemplos y uno de ellos –seguramente el más llamativo– se da en el corazón mismo de Europa: a Deutschland le decimos Alemania (con variación pequeña del francés), en tanto los italianos la llaman Germania, Germany los ingleses, Niemcy los polacos e increíblemente Nemetország los húngaros, todos al parecer partícipes de una conjura generalizada para negar similitud con la palabra que los propios alemanes utilizan, replicada en cambio –y un poco a escondidas– por el adjetivo “dutch” que en holandés significa holandés.

Residuos de turbulencias pasadas, de las invasiones, de la transformación paulatina de comunidades y de idiomas, se dirá; o simple muestra de extranjería, si se prefiere: como es sabido, Finlandia se llama Soumi; Hungría, Magyarorsgág; Albania, Shqipëria y Grecia, Elláda. En fin, Montenegro es mera traducción inmediata de Crna Gora.

Hay, pues, una manera específica en que cada idioma designa a los países y lugares extranjeros que sus hablantes conocen, impropia en sí, si juzgamos por cómo lo hacen los pobladores respectivos, arbitraria o antojadiza en ocasiones, pero necesaria en cuanto nos ubica en el mundo dentro de un orden fonético de fácil expresión: decimos Francia y esto nos calza mejor que “la Frans” (la France) y así… De los franceses, a su vez, hemos tomado nuestra Inglaterra, que para ellos es Anglaterre, con consabida caída de la e.

Las especificaciones acerca de este tema nos enseñan bastante: las guerras y el comercio signan la relación entre los hombres y por eso lo que primero –y casi lo único– traducido de lo peculiar extranjero son las capitales, los puertos, los ríos y ciertos accidentes geográficos.

Todos los países europeos y los de las márgenes asiáticas y africanas del Mediterráneo tienen añejo rastro de traducciones nuestras ajustadas a ese esquema: Atenas, Salónica, Alejandría y Constantinopla dan fe. Ambas capitales históricas de Polonia: Varsovia y Cracovia, se encuentran en la nómina, lo mismo que multitud de ciudades alemanes en virtud de haber albergado la corte de príncipes diversos: Munich (München) y Aquisgrán (Aachen). Sachsen es Sajonia, en tanto que se nos ha perdido Lipsia: Leipzig.

Por mi parte y a despecho de pedantes y de agencias turísticas, voy a seguir diciendo Florencia y también Nápoles; ya sé que en italiano son Firenze y Napoli, pero es una opción que hago, igual que a propósito de Padua, de Mantua, de Milán o de Turín, de los Apeninos o de los Alpes, sin innovar para eso en nada… Y sigamos: Tíber, Ródano, Támesis, Danubio, bellos vocablos por los que discurre una Europa ilustre e ilusoria que siempre me ha acompañado.

LA CORUÑA Y OPORTO

¿A Coruña? No, La Coruña; esto me parece a mí, por supuesto, que por otra parte digo Oporto y no “El Puerto”, pero, en fin, se trata de nimias contradicciones que no afectan mayormente ni los hábitos ni la fluencia en el hablar y que suelen darse: un extremo extremoso –en lo que localmente toca– lo hallamos en el vecino Brasil: decimos Río de Janeiro, pero a la vez São Paulo, Minas Gerais, Porto Alegre, Belo Horizonte… Y, más lejos están Puerto Príncipe y no “Port-au-Prince”, la isla de Martinica y no “de la Martinique”…

Asimismo por esos mares cálidos se encuentra Puerto Rico, siendo lo que es propio de él, “portorriqueño”, pero como a su turno los gringos nombraban al país mismo, según su código, como “Porto Rico”, el gentilicio derivado terminó volviéndose ofensivo para los hijos de Borinquen
, los que optaron en cambio por la deformación "puertorriqueño”, espantosa de suyo, pero recomendablemente patriótica…

Como vemos, los bárbaros ex rubios no sólo son bárbaros sino que también difunden la barbarie entre quienes no lo son.

 

* Periodista. Miembro de la Academia de Artes y Ciencias de la Comunicación.