La discusión de la actual campaña se parece a un diálogo de sordos, porque mientras el oficialismo habla de hechos, la oposición habla de sus deseos, las más de las veces contaminados de fantasía.
Un ejemplo entre muchos. Cuando el equipo económico pasó del “crawling peg” a la flotación, Cristina Kirchner tuiteó: “Che, Milei, el Fondo te obligó y te mandaste una devaluación de casi el 30%”.
La realidad, en cambio, mostró que los tipos de dólar libre cayeron en promedio de $1.350 a $1.190 tras el abandono de la “tablita”. Una revalorización del peso (lo contrario de una devaluación) del 12% aproximadamente.
Pero la expresidenta no inventó lo de la exigencia del FMI de una devaluación a cambio de un préstamo. Lo habían instalado medios que, repentinamente, dejaron de hablar del asunto. Fueron más prudentes que ella: esperaron la reacción de los mercados y cuando sus pronósticos se evaporaron, sacaron el tema de la agenda sin decir una palabra.
Abandonaron abruptamente el “relato” que habían difundido como si fuese información. También se equivocaron en otras cuestiones como la revuelta en las calles que encabezarían los piqueteros o la fuga de Milei en helicóptero como la de Fernando de la Rúa.
Ayer, el Presidente insistió con los reproches a los periodistas. Los acusó de mentir y de no rectificarse cuando la realidad dejaba expuestas sus falsedades. También de desviar la atención de esa actitud maliciosa, escudándose en la libertad de prensa.
Les exigió, además, arrepentimiento, algo fuera de lugar porque su batalla con los medios no es por la verdad, sino por el poder. Y en toda guerra de poder, la primera víctima es la verdad.
¿Por qué Milei está empeñado en ese tiroteo cotidiano con los medios? Por varias razones, pero la primera es porque los considera un enemigo débil, desprestigiado y de muy baja credibilidad.
Esto, más allá de lo que diga Milei, es en buena medida atribuible a que la mayoría ha tomado una actitud partisana y reacciona a los ataques del Presidente de la peor manera: contestándole. Se ponen a su altura. En suma, son un blanco fácil, porque se parecen cada vez más a los políticos.
Por eso también la estrategia de comunicación del Presidente es elemental. Tiene periodistas “amigos” a los que concede largas entrevistas en las que las preguntas están monitoreadas y tuiteros profesionales que atacan a sus enemigos y tratan de imponer la opinión oficial en la discusión de las redes. Como la realidad -por lo menos la económica- los respalda en casi todas las polémicas, tienen más de la mitad del trabajo hecho.
Toda campaña electoral en Argentina que no hable de inflación o pobreza es ficticia. La oposición evita estas cuestiones para no dar ventajas al Gobierno y prefiere fingir pánico moral ante una presunta actitud “dictatorial” del Presidente que pondría en riesgo las instituciones democráticas. El gran enigma es si los votantes confundirán esa construcción imaginaria con la realidad en octubre.
Un ejemplo entre muchos. Cuando el equipo económico pasó del “crawling peg” a la flotación, Cristina Kirchner tuiteó: “Che, Milei, el Fondo te obligó y te mandaste una devaluación de casi el 30%”.
La realidad, en cambio, mostró que los tipos de dólar libre cayeron en promedio de $1.350 a $1.190 tras el abandono de la “tablita”. Una revalorización del peso (lo contrario de una devaluación) del 12% aproximadamente.
Pero la expresidenta no inventó lo de la exigencia del FMI de una devaluación a cambio de un préstamo. Lo habían instalado medios que, repentinamente, dejaron de hablar del asunto. Fueron más prudentes que ella: esperaron la reacción de los mercados y cuando sus pronósticos se evaporaron, sacaron el tema de la agenda sin decir una palabra.
Abandonaron abruptamente el “relato” que habían difundido como si fuese información. También se equivocaron en otras cuestiones como la revuelta en las calles que encabezarían los piqueteros o la fuga de Milei en helicóptero como la de Fernando de la Rúa.
Ayer, el Presidente insistió con los reproches a los periodistas. Los acusó de mentir y de no rectificarse cuando la realidad dejaba expuestas sus falsedades. También de desviar la atención de esa actitud maliciosa, escudándose en la libertad de prensa.
Les exigió, además, arrepentimiento, algo fuera de lugar porque su batalla con los medios no es por la verdad, sino por el poder. Y en toda guerra de poder, la primera víctima es la verdad.
¿Por qué Milei está empeñado en ese tiroteo cotidiano con los medios? Por varias razones, pero la primera es porque los considera un enemigo débil, desprestigiado y de muy baja credibilidad.
Esto, más allá de lo que diga Milei, es en buena medida atribuible a que la mayoría ha tomado una actitud partisana y reacciona a los ataques del Presidente de la peor manera: contestándole. Se ponen a su altura. En suma, son un blanco fácil, porque se parecen cada vez más a los políticos.
Por eso también la estrategia de comunicación del Presidente es elemental. Tiene periodistas “amigos” a los que concede largas entrevistas en las que las preguntas están monitoreadas y tuiteros profesionales que atacan a sus enemigos y tratan de imponer la opinión oficial en la discusión de las redes. Como la realidad -por lo menos la económica- los respalda en casi todas las polémicas, tienen más de la mitad del trabajo hecho.
Toda campaña electoral en Argentina que no hable de inflación o pobreza es ficticia. La oposición evita estas cuestiones para no dar ventajas al Gobierno y prefiere fingir pánico moral ante una presunta actitud “dictatorial” del Presidente que pondría en riesgo las instituciones democráticas. El gran enigma es si los votantes confundirán esa construcción imaginaria con la realidad en octubre.