Los límites deben ser claros y oportunos

Por un mundo sin drogas

Ya no habrá tiempo u oportunidad de volver atrás, del "otra vez volver a empezar" (un concepto inexistente), cuando los padres son sorprendidos por el mal en que cayó el hijo adolescente fuera del ámbito y del control familiar que no pudo, porque no los conoció, ponerse límites a sí mismo. Ya sin freno, se expuso a la irremediable circunstancia de que poco a poco se fuera saltando de pequeños riesgos a situaciones más difíciles, hasta encontrarse en soledad o sin otra compañía que esa consecuencia que no se debió padecer porque se pudo prevenir, es decir, "ubicarse en el determinado lugar que bien se conoce antes de que eso llegara y esperar para atajarlo, impedirle su propósito maligno, y así proteger lo que uno creó o produjo y no quiere exponerlo a "ese" mal".

El tiempo pasa superando con incalculables velocidades etapas bien definidas en un hombre que es padre y en una mujer que es madre simultáneamente con las del hijo o la hija que van creciendo física, cerebral y espiritualmente. Y (desgraciada o desafortunadamente) pasó ese momento único para poner los límites imprescindibles que a muchos padres tanto les cuesta jugar en el seno de la familia. Gran error es creer que poner un límite a una situación, a un pedido, es sólo decir "no", sino también lo es para el "sí". Dos monosílabos de mucha fuerza y que deben ser explicados cuando se los aplica. El chico o el adolescente no deben creer que el "sí" o el "no" es una respuesta caprichosa, sino el fundamento mejor para que se vayan conociendo las responsabilidades que a cualquier edad se tienen en la vida: hacia arriba -con los progenitores-; en forma lineal -con uno mismo-, y en proyección, cuando la vida los lleve a tomar las decisiones con los propios hijos.

No poner límites es el signo de una generación de padres con problemas para ponerse límites ellos mismos, y así no pueden ejercer una autoridad que es indelegable. No se propone un autoritarismo absoluto, sino ejercer una autoridad razonable. Lo que no hace un padre por el bienestar de su hijo, no lo conseguirá -por delegación o transferencia- un tío, el mejor amigo, ni el maestro, porque tienen otros roles, porque no sólo es la carne y la sangre, sino también y mucho el corazón lo que nos hace padres e hijos.

Hay padres a los que les resulta más fácil ser el jefe de una veintena de empleados de una empresa que padre de una criatura, un adolescente, de ese chico que le pertenece. Los empleados no le pertenecen al patrón, y si le facilitan la acción del jefe implacable, es por miedo a no obedecer y perder el trabajo, o de que se le apliquen normas legales que no lo beneficiarían, o que lo dejarían a un lado sin poder participar de un trabajo de equipo. Aunque ese jefe está poco tiempo ante sus empleados, tendrá un poder absoluto sobre ellos. Es curioso que ese mismo ser tenga un poder relativo cuando debe ser padre en el hogar que él mismo creó. Ya no es el jefe que amenaza. Simplemente porque es débil al no sentirse capaz de ser el padre que explore la vida de su hijo dedicándole el tiempo que éste necesita para ser escuchado y recibir la mejor explicación. O ese "sí" o ese "no" que finalmente no se diferenciarán en las consecuencias si ese padre califica como erróneo un camino elegido y explica por qué es un error andar por él, para luego señalar otro como una perspectiva o proyección hacia un futuro menos conflictivo. Y no terminar allí, sino propiciar que el chico se exprese, que haya un claro convencimiento y también una sonrisa por sentirse escuchado y comprendido.

Así, más que como "jefe", cumplirá con la obligación de "padre", sin miedo a que no le obedezcan y disminuya el afecto filial, como tampoco apurar esa ida del hogar que indefectiblemente algún día se producirá, pero con felicidad de todos porque será para formar otro hogar. Será así un padre que si invoca una ley, no será la del despido del empleado, sino la de la vida, indiscutible e inmodificable por naturaleza propia.

CAIDA LIBRE
El alcohol, las drogas, las malas compañías, su existencia en caída libre es lo que encontrará ese chico al que tardíamente se le pide madurez cuando no se le enseñó a crecer entre límites, frustraciones superables, con un padre de "tiempo completo" y no de a ratos, cuando a él le resulte más cómodo para caer en la equivocada solución extrema de un castigo al creer que es la solución final del conflicto que el chico quiere solucionar junto a "su padre".

Esa solución la quiere encontrar junto al padre-padre, y no junto al padre-amigo, porque amigos ya tiene y muchos, pero ninguno de ellos podrá suplir a su padre en el mejor consejo o la advertencia oportuna y necesitada. "No sé cómo mi hijo, que lo tuvo todo, cayó en la droga", dice así ese padre que se miente a sí mismo aun sabiendo que la razón de ser hoy un drogadicto es porque ayer no tuvo "todo", porque necesitó de ese padre ausente. Culpará entonces a esta implacable sociedad sabiendo también que él la integra como "mal padre", contribuyendo así, inmejorablemente, a que cada vez la comunidad sea menos humanitaria y solidaria.