Los cuatro principios fundamentales del Bergoglio jesuita que enmarcaron el papado de Francisco

Durante su desempeño al frente de los jesuitas, como arzobispo de Buenos Aires y como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Jorge Bergoglio siempre ha planteado cuatro principios fundamentales que se pueden aplicar como base de diferentes aspectos de la organización tanto de un grupo humano como de su doctrina.

Los mismos fueron excelentemente desarrollados en el trabajo realizado por el sacerdote jesuita, Juan Carlos Scannone. Los mismos también están explicados en Evangelii Gaudium, la primera exhortación apostólica escrita por el papa Francisco, y publicada el 24 de noviembre de 2013.
Estos cuatro principios, como diferentes criterios de discernimiento frente a la vida y sus constantes tensiones, son:

EL TIEMPO ES SUPERIOR AL ESPACIO

Con este principio propone la visión de que trabajar a largo plazo es mejor que hacerlo para el corto plazo y que no es recomendable obsesionarse por resultados inmediatos. La prioridad del tiempo se plasma en el iniciar procesos confiando en que el tiempo ilumina y transforma los eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Bergoglio incorporó este principio al ámbito social y lo ha aplicado también a la evangelización. Es necesario tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo, planteaba.

También se trata de una crítica a aquellos que privilegian los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. “Pues, quien pretende tener todo resuelto en el presente, intenta tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación”. En cambio, dar prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. Pues “se trata de privilegiar acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos”. En concreto, al ocupar espacios para poseer y controlar se opone el poner en movimiento dinamismos históricos en los que intervienen otros y, por ello, necesitan tiempo.

LA UNIDAD PREVALECE SOBRE EL CONFLICTO

La vida social y política no sucede sin conflicto. Frente a esta realidad existen tres actitudes diferentes. La primera es ignorarlo y “lavarse las manos” y seguir adelante como si nada pasara. La segunda es involucrarse de tal manera en el conflicto quedándose atrapados en el y perdiendo todo tipo de perspectiva. “Los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada y se pierde la noción profunda de la realidad”.

La tercera postura, la más adecuada, es situarse ante el conflicto y asumirlo. “Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo, y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”. Una transformación pacífica que apunte a la unidad y que comienza por un proceso de pacificación interior.

“El tema está en no absolutizar la propia posición, como si ésta agotara la verdad de la realidad, ni demonizar la contraria, como si no tuviera nada que aportar. Por ello es que se apunta a ir acercándose a la comunión en las diferencias. Y ello se consigue elevándose a un nivel superior, desde el cual es posible comprender y asumir en cuanto tales las oposiciones bipolares en su tensión vivificante”.

Al respecto, Bergoglio siempre postuló a la posibilidad de desarrollar “una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda”. En definitiva, el método es el diálogo. La cultura del encuentro.

LA REALIDAD ES MAS IMPORTANTE QUE LA IDEA

Entre la realidad y la idea es necesario que se instaure un diálogo constante para evitar que la idea termine separándose de la realidad, si no ésta es ocultada o deformada por la mera idea, que se convierte en ideológica. Este tercer principio, apunta a tratar de evitar la reducción de la realidad o su absolutización. Bondad y sabiduría siempre deben estar presentes para el conocimiento recto de la realidad.

La mera idea, en su abstracción, desconectada de la realidad, no es eficaz, no convoca, no toca la afectividad profunda, no siendo así fiel a su “función de la captación, la comprensión y la conducción” de aquella. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento de modo que, para ser eficaces, “hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa”.

Este tercer principio también se vio reflejado en las numerosas advertencias a los sacerdotes para que no sean funcionarios, sino pastores con olor a oveja. O cuando apuntó contra “los teólogos de despacho” que contemplan la humanidad “desde un castillo de cristal”, animádoles a buscar, como en el Evangelio, “las necesidades de las personas a las que se anuncia, de manera comprensible y significativa”.

EL TODO ES SUPERIOR A LA PARTE

El cuarto y último principio se encuadra en la oposición entre globalización y localización. Cuando no se conserva la tensión vivificante entre ambas, o bien, por el lado de la última, se cae en “una mezquindad cotidiana, uno se convierte en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites”.

O bien, por el otro extremo, se deja de “caminar con los pies sobre la tierra”, uno se mueve “en un universalismo abstracto ”como“ miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y los aplausos programados.

Por consiguiente “el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas”. Bergoglio, como jesuíta, siempre tenía presnete “el buscar la mayor gloria de Dios”, por eso aconsejó que “siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia”.

Este punto también se ve reflejado en las exhortaciones a la solidaridad a favor de los más necesitados que también integran ‘el mundo global’. A través de este principio se entiende por qué el Papa siempre ha pedido a los movimientos eclesiales no cerrarse en sí mismos, sino ver más allá y trabajar en comunión y junto a la Iglesia universal. De este modo, el Pontífice se refiere al modelo del “poliedro” en el que “todas las parcialidades” confluyen pero “conservan su originalidad”.

Por último, se explica con este principio que el Papa Francisco siempre haya respaldado siempre que aún “las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse” para buscar el bien común e incorporar a todos, como la figura evangélica del buen pastor.