Los crueles cuentos infantiles: de Pulgarcito a Cenicienta
Walter Elias Disney tenía solo 16 años cuando se enlistó para pelear en la Primera Guerra Mundial. Para hacerlo, falsificó su partida de nacimiento y se unió a la Cruz Roja como conductor de ambulancias.
Tres de sus hermanos se habían alistado, y Walt planeaba hacer lo mismo, pero necesitaba la firma de su padre, Elias. Este se negó a consentir su enlistamiento: “Puedo estar firmando tu sentencia de muerte”, le dijo en forma terminante.
Sorprendentemente, su madre apoyó a Walter: “Tres de mis hijos dejaron a esta familia en plena noche. Walter está decidido a irse. Prefiero firmar este papel y saber dónde está”.
Aun así, Elias se resistió. Entonces, Walt cambió su fecha de nacimiento y, el 16 de septiembre de 1918, se alistó en el ejército.
Cuando evocaba esos 10 meses que pasó en Europa, decía que “sumaron toda una vida de experiencia… me hizo más autosuficiente”.
Estando en la base de entrenamiento, enfermó de gripe española. Podríamos haber perdido a Mickey, a Donald y “Fantasía”, pero se recuperó. En esa misma base, en Connecticut, conoció a otro joven aún menor que él, que también había falsificado sus documentos para alistarse. Se llamaba Ray Kroc, y con los años fundaría una empresa de comidas rápidas llamada McDonald's.
Curiosamente, los dos mayores empresarios que llevaron al mundo “The American Way of Life” se conocieron siendo adolescentes, falsificando su identidad para servir a su patria.
Aunque la guerra había concluido, la Cruz Roja necesitaba los servicios de ambulancieros. Fue de esta forma que este joven de Kansas conoció Europa.
No entró en acción y casi no tuvo contacto con heridos ni enfermos. Visitó distintos lugares de Francia, como la casa natal de Juana de Arco, y ganaba unos dólares haciendo caricaturas para sus compañeros.
De vuelta a su hogar, ya tenía decidido emprender su propio camino y dedicarse a dibujar (cosa que ocasionó un nuevo disgusto en su padre).
Con su hermano Roy -quien estaba en Los Ángeles convaleciente de tuberculosis– fundaron “The Walt Disney Company”, una empresa que atravesó numerosas crisis y estuvo a punto de quebrar en más de una oportunidad.
Clásicos como “Dumbo” y “Bambi” le dejaron deudas y fueron fracasos comerciales.
Muchas de las obras de Disney tienen una cosa en común: la crueldad.
Siguen el patrón de los cuentos de Esopo, Charles Perrault, La Fontaine, los hermanos Grimm, cuya tarea era advertir a los niños de algunos problemas y peligros que podrían encontrar a lo largo de su existencia.
ANTIGUOS COMO LA HUMANIDAD
No hay recuerdo más grato de nuestra infancia que cuando nos leían un cuento antes de dormir.
Desde sus albores, el hombre se vio en la obligación de contarle a su descendencia cómo era el mundo, con una clara intención didáctica: la vida es compleja, con momentos crueles y algunas instancias de fantasía y alegría.
Esos relatos eran transmisiones orales de tradiciones morales. Lo que Richard Dawkins llamó un meme.
Antes del siglo XVIII, la infancia no se reconocía como una etapa que tendría influencia en los comportamientos del individuo el resto de su existencia.
Fue Jean-Jacques Rousseau, en su “Emilio”, quien señaló que el niño no es un adulto en miniatura, sino que tenía características propias.
Vale señalar que Rousseau tuvo cinco hijos con Thérèse Levasseur, a quienes entregó a un orfanato poco después de nacer, lo que en el siglo XVIII era casi un infanticidio. En sus “Confesiones”, dijo que lo hacía para que sus hijos no tuvieran contacto con la “nefasta influencia de su familia política”.
Hoy día, los cuentos infantiles son historias que tienden a fomentar la imaginación, la creatividad y el aprendizaje, además de crear hábitos saludables y conductas acordes a la moralidad de cada época y lugar.
Al menos, eso es lo que Disney intentó imprimir en sus dibujos. Pero en todos ellos hay un mensaje de fondo: hay que estar preparados para los golpes que te da la vida.
El lobo feroz existe, las brujas son pérfidas y los padres mueren y te dejan solo en el mundo, a merced de gente malvada… que incluye a tu madrastra.
LAS MADRASTRAS
Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859) Grimm eran dos investigadores del folklore alemán, especializados en filología, es decir, el origen de las lenguas.
Ambos sufrieron la muerte de su padre a temprana edad, pero pudieron acceder a la Universidad de Marburgo, donde se interesaron en el estudio de la cultura alemana y las curiosidades de su lengua.
Analizando el origen de los cuentos, descubrieron que muchos venían del tiempo en que hubo una gran inmigración de hugonotes franceses (protestantes) que huían de las persecuciones religiosas en Francia.
El material de los cuentos fue aportado casi exclusivamente por mujeres, por transmisión oral.
Curiosamente, en las versiones originales de “Blanca Nieves”, “Hansel y Gretel” y “Cenicienta”, la madre era la malvada.
En las versiones posteriores, los Grimm modificaron ese detalle (que hasta a ellos les parecía demasiado cruel ) y remplazan a la madre por la madrastra que casi siempre termina muerta.
“Cenicienta” es especialmente cruel: las hermanastras deben cortarse los dedos del pie para entrar en el zapatito y asesina a la madrastra.
Disney atenuó la crueldad, pero no la pudo abolir porque era parte del mensaje.
En el siglo XVIII, la mayor parte de los campesinos eran minifundistas que apenas tenían, como mucho, 40 hectáreas para trabajar. Si necesitaban más manos de obra, debían recurrir a sus hijos, ya que no podían pagar asalariados.
Como la mortalidad perinatal era muy alta, era frecuente que el campesino se hubiese casado más de una vez y tuviese hijos con distintas mujeres.
Cuando el año era bueno, había comida para todos. Pero si el año era malo, o había una guerra, la comida escaseaba y se debía repartir. ¿Quién era la encargada de la distribución? La nueva mujer de la casa…
¿Y a quién iba a privilegiar con el racionamiento? Pues a sus hijos y no a los de “la otra”.
Cuando el vástago crecía y no había comida, debía salir a trabajar, deambulando por caminos infectados por bandidos y animales salvajes.
Entonces, el lobo feroz era real.
De allí que Pulgarcito se va del hogar, Hansel y Gretel vaguen por el bosque (en una Europa destruida por guerras y malas cosechas, no era tan rara la antropofagia) y Cenicienta debe realizar las duras labores que sus hermanastras no quieren hacer ( de allí su nombre, estaba sucia por las cenizas de las chimeneas).
Los cuentistas que discontinúan con estos mensajes de crueldad son los relatos de Hans Christian Andersen y, especialmente, Lewis Carroll, autor de “Alicia en el país de las maravillas”. Allí, el reverendo Charles Dodgson (tal el verdadero nombre de Carroll) se burla de la crueldad de los cuentos que lo preceden e introduce el sinsentido dentro del relato, con personajes bizarros y distopias.
En última instancia, el cuento de “Alicia” y las versiones almibaradas relatadas por Walt Disney transmiten un nuevo mensaje: La vida suele ser cruel, pero vale la pena ser vivida.
Como bien dice Michael Shermen un autor norteamericano especializado en divulgación científica: “Los escritores desarrollan relatos, pero buscan un patrón para darle coherencia a sus historias y tratar de entender al mundo que los rodea”.