El testimonio de tres condes, una baronesa y una princesa sobre la Revolución comunista de 1917

Los aristócratas rusos en la Argentina

Para mi primera nota en la revista Siete Días, tres condes, una baronesa y una princesa, todos de origen ruso, me narraron sus aventuras durante y después de la revolución comunista, sus novelescos exilios y su vida actual. En 1975, en Buenos Aires, repartían su tiempo libre entre el futbol, la literatura y los niños. Eso sí, todos trabajaban como vulgares plebeyos.

La revolución bolchevique de octubre de 1917 contó entre sus innumerables consecuencias la de precipitar la emigración política más numerosa que haya conocido la historia de la Humanidad.

Según fuentes oficiales soviéticas vivían en 1975 en Occidente doce millones de rusos. De toda esa inmensa masa de exiliados, los que primero se vieron obligados a abandonar a su patria fueron los representantes de la aristocracia rusa, una clase social para la cual la tremenda transformación que significó la revolución tuvo consecuencias gravísimas.

"Antes era la gran gloria - me confió uno de los condes rusos - y ahora es la gran miseria". Lo que sigue es entonces el resultado de las entrevistas en las que indagué sobre la vida y el pensamiento de cinco auténticos -porque también circulan los falsos (como "el conde de Chikof") - exponentes de la controvertida y fascinante nobleza rusa.

Siguiendo el pensamiento del filósofo Italiano Benedetto Croce -quien afirmó en una oportunidad: "Primo mangiare, dopo filosofare" - hice que la revista invitara a los aristócratas a un ágape que tuvo lugar en el Alvear Palace Hotel de Buenos Aires, y que compartieron la princesa Olga Emanuil, la baronesa Tatiana Cherkasoff y los condes Alejandro Konovnitzin y Alejo Mouravieff. El conde Alexis Uvaroff, por su parte, faltó con aviso.

De izquierda a derecha Alexis Uvaroff,, Alejo Mouravieff y Alejandro Konovnitzyn. Abajo Olga Emanuil, y Tatiana Cherkasoff.

El festín comenzó con foie gras truffé, aspic de pavita, ensalada rusa (prerrevolucionaria) y salmón farcé. Continuó con pollito a la Souvaroff y culminó al arribar a la mesa la omelette surprise Alvear. Todo generosamente regado con vino tinto Pont l'Evêque Gran Reserva y blanco seco Chablis. Como se podrá observar, los comensales optaron por un menú con obvias reminiscencias eslavas. ¿Síntoma de nostalgia o, simplemente, de savoir manger?

Los temas de conversación, extremadamente animada, que se desarrolló en tres idiomas, castellano, ruso y especialmente francés, lengua que la nobleza rusa de antaño aprendía antes que la natal, abarcaron desde las conveniencias e inconveniencias de Nueva York y París, hasta el maquillaje que se hace en el rostro de los muertos en las empresas funerarias.

Aunque la comida tuvo lugar a las 12,30 del mediodía, los invitados se obstinaron en llamarla "desayuno". Y uno de ellos lo explicó de este modo: "En la Vieja Rusia las clases altas desayunaban a mediodía, almorzaban a media tarde y cenaban después del teatro". Pero ese ritual no siempre era tomado al pie de la letra: "Cuando no había función, simplemente no se cenaba", bromeó otro de los comensales.

En los días siguientes al “desayuno” realicé las entrevistas individuales que revelan los altibajos y vicisitudes de cinco vidas particularmente novelescas.

PRINCESA OLGA EMANUIL: "LENIN, EL ENERGUMENO"

Jubilada después de casi 60 años de duro trabajo, la princesa Olga Emanuil (76 años, una hija, dos nietos) ocupa un diminuto departamento en el barrio de Congreso. Su porte señorial y sus rasgos eslavos no pueden menos que contrastar con los posters tangueros que adornan las paredes. Un antepasado de la princesa recibió el título ("que casi habíamos dejado de usar aún antes de la revolución") por su desempeño en la campaña contra Napoleón.

-¿Qué recuerda de la Revolución de Octubre?

-Muchas cosas y todas tristes. Mi padre fue recluido en un campo de concentración. Murió a la semana de ser liberado. A mi hermano lo fusilaron sobre un terraplén por haberse negado a sacarse la Cruz de San Jorge, máxima condecoración por arrojo en combate. Mi marido fue arrestado y yo fui testigo de cómo el famoso crucero Aurora cañoneaba el Palacio de Invierno. Hasta a mí me dispararon unos marineros, cuando me vieron al asomarme a un balcón.

-¿Llegó a ver a Lenin?

-Lo vi y lo escuché cuando hablaba desde los balcones del Palacio de Invierno. Era un energúmeno, gesticulante y vociferante. Claro que aún no existían los micrófonos. Estuve también en el Palacio Smolny, donde Lenin vivía, y lo que más me llamó la atención fue la cantidad de extranjeros que lo rodeaban.

- ¿Recuerda al Zar Nicolás II?

-Tuve la dicha de saludarlo. Poseía un rostro maravilloso y unos ojos que rezumaban bondad. No los podré olvidar mientras viva.

-¿Tuvo muchas dificultades para salir de Rusia?

-Debí atravesar el rio Dniestr por un puente semidinamitado, llevando en brazos a mi hija de un mes. Eran unos cuatro kilómetros, con las balas que silbaban a mis espaldas.

-¿Dónde se radicaron luego?

-Llegamos a París sin un centavo, sin siquiera una valija. Al principio, trabajamos como simples obreros. Luego mi marido empezó a manejar un taxi y yo comencé a coser para las casas de modas. Llegué a trabajar con Coco Chanel. Al radicarme en la Argentina abrí un salón de modas propio.

- ¿Qué opina de la aristocracia?

-Jamás usé mi título. No me gusta la aristocracia. Respeto más a la clase trabajadora; son gente más digna. A los aristócratas les falta algo. Mimados y acomodados, utilizaban sus privilegios para obtener lo que no merecían. Llevaban una vida fácil. No producían; solo gastaban.

CONDE ALEXIS UVAROFF: LA ARISTOCRACIA DEL APARATO DIGESTIVO

Corpulento, majestuoso, el conde Alexis Uvaroff (70 años, una hija, dos nietos) tiene la apostura de un gladiador. Sin embargo, trabaja modestamente en la recepción de un hotel internacional, el Lancaster, de Córdoba y Reconquista, y conduce, sin percibir remuneración alguna, la organización juvenil Vitiaz, una especie de boy-scouts rusos. Habita un modesto departamento capitalino, con desteñidas fotos de familia en las paredes, y una codiciable biblioteca colmada de clásicos rusos y lujosos álbumes ilustrativos de las glorias de la Rusia Zarista. Odia la publicidad, a duras penas tolera al fotógrafo, e impone condiciones. “No voy a hablar de la aristocracia, justamente porque soy un aristócrata. Si quieren, hablemos de la historia rusa o de mi trabajo con los chicos”, dijo.

-De acuerdo. ¿Cuáles fueron a su juicio las causas de la Revolución de 1917?

-El empujón inicial lo dieron los derechistas cuando aislaron al Zar y lo hicieron abdicar. Los derechistas le desbrozaron el camino a los social-demócratas y estos a los bolcheviques.

-¿Pero ¿cuál fue el error de base?

-La idea de seguir democráticamente a las autoridades revolucionarias. No se podía tirar por la ventana una experiencia de mil años de monarquía rusa. No fue un partido, sino la vida misma, la que dio a luz a la monarquía. En 1917, al perder la monarquía, Rusia perdió la vida.

-¿La organización Vitiaz es exclusiva para chicos de origen ruso?

-Si, pero en ella se les enseña a ser leales al Estado argentino, a servir al país. Lógicamente, también se les imparten conocimientos sobre Rusia, así los chicos tienen acceso a dos lenguas, a dos culturas.

-¿Usted combatió en la Segunda Guerra Mundial?

-Me alisté en el ejército italiano junto con otros oficiales anticomunistas rusos, con el exclusivo propósito de combatir en el frente oriental por la libertad de mi pueblo, contra el despotismo antiilustrado.

-¿El despotismo ilustrado era más de su agrado?

-La monarquía rusa jamás fue despótica. Por ejemplo, estando confinados en Siberia, los revolucionarios Lenin y Stalin recibían libros y diarios, paseaban a su antojo, e incluso podían cazar. Ya en 1872, en la Rusia Zarista se publicó El Capital, de Carlos Marx, cuando estaba prohibido en muchos países de Europa. Además, había un parlamento, la Duma, donde estaban representadas todas las corrientes políticas, el bolchevismo inclusive.

-Volviendo a la Segunda Guerra Mundial, ¿usted era fascista?

-No. Monárquico. A pesar de que en Italia todo oficial debía afiliarse al partido fascista, a nosotros, a los rusos anticomunistas, ni siquiera nos sugirieron hacerlo.

-¿La aristocracia de la sangre ha sido reemplazada por otras?

-Si. Por la aristocracia del aparato digestivo y la cuña. La de antes era desinteresada, no como la de ahora.

CONDE ALEJANDRO KONOVNITZYN: LOS HOMBRES DE RAZA YA NO LE INTERESAMOS A NADIE

La estirpe del conde Alejandro Konovnitzin (68 años, divorciado, una hija actriz) tiene más de siete siglos, y sus antepasados llegaron a participar en las Cruzadas. Pero el tìtulo nobiliario de conde fue obtenido por su abuelo en merito a su actuación contra Napoleón en 1812. Tras haber combatido a los 15 años contra los comunistas durante la guerra civil rusa, en el exilio Konovnitzyn integró una orquesta de balalaikas y estudió canto. Luego enseño tenis en Biarritz y otros centros turísticos europeos, y también en la Argentina. Paralelamente, trabajó en decoración sobre tela. En 1975 estaba jubilado.

- ¿Le asombra que le hagan una entrevista?

-Si, porque hoy se aprecia a los caballos de raza y a los perros de raza. Pero los hombres de raza ya no interesan.

-Usted tuvo una infancia azarosa...

-Pasé una infancia muy difícil, muy cruel. Mi padre fue fusilado por los rojos en 1919. Yo pasé cuatro meses en un campo de concentración comunista. Había epidemia de tifus, pero carecíamos por completo de asistencia médica, y los cadáveres no eran retirados. De 30 mil reclusos pereció un tercio. Hasta que, por fin, estando fuera del campo, pero siendo rehenes del Soviet, mi hermano mayor, que era oficial del Ejército Blanco anticomunista, hizo un raid, y nos rescató, a mí, y al resto de la familia.

- ¿Existe una tendencia de la aristocracia de la sangre a unirse con la aristocracia del dinero?

-Indudablemente, y creo que esa tendencia nació en Estados Unidos. Con dinero se puede comprar todo, excepto un pedazo de historia. Pero ese obstáculo se puede sortear vía casamiento. A mí mismo me ofrecieron algo así, pero me negué.

- ¿Ser noble le ha reportado algún privilegio?

-Aunque soy un aristócrata de alma, siempre he vivido fuera de mi ambiente. Toda la vida tuve que luchar por un pedazo de pan. Me abrí paso con uñas y dientes: soy un trabajador. Los privilegios que trae aparejada la aristocracia son de índole estrictamente moral: la satisfacción de llevar un buen apellido, de conservar durante toda la vida las tradiciones de honor y abnegación.

-¿Le parece que hay una nueva aristocracia hereditaria también en las democracias del Occidente actual?

-¿Usted nunca se fijó que hay puestos que se transmiten de padres a hijos, que para desempeñar ciertos cargos o trabajos profesionales se concede prioridad a los parientes de quienes los ocuparon en tiempos pasados? Incluso en el comercio se usa el pomposo título de sucesor, título que, a costa de muchas víctimas, se procuró que no usaran los herederos de los nobles.

BARONESA TATIANA CHERKASOFF: TODO COMENZÓ CON MARX

El título que ostenta la baronesa Tatiana Cherkasoff (60, soltera) fue otorgado por Pedro el Grande. Por la línea materna, además, ui estirpe se remonta a Gengis Khan. En la mansión que los Cherkasoff poseían en las afueras de Moscú pernoctó Napoleón después de la batalla de Borodino, y en la de San Petersburgo, falleció el escritor Alexandr Pushkin. La primera es ahora una escuela y la segunda un museo en honor al “Shakespeare ruso”. En la actualidad, esta mujer enjuta y enérgica, es social-gerente de una agencia de viajes, y habita un menudo chalet de Olivos, sobriamente decorado.

-¿Como repercutió la Revolución de 1917 en la familia Cherkasoff?

-Mi bisabuela de 96 años y mi abuelo de 82 fueron a dar con sus huesos a la cárcel, lo cual les causó la muerte.

- ¿Y cómo rehicieron su vida los demás integrantes? 

- Después de abandonar Rusia y de vender los anillos y algunas otras joyas, pudimos instalar una casa de pensión. Pasamos estrecheces, pero nunca hambre. Eso sí, debí interrumpir mis estudios de derecho y emplearme como secretaria en Niza.

-¿La Segunda Guerra Mundial volvió a perjudicarla?

-Lógicamente. Hacia el final de la contienda yo servía como subteniente del ejército francés de ocupación en Alemania, y a mí, justo a mí, me tocó presenciar la inauguración del museo de Carlos Marx, en Treveris.

-¿Se sintió muy incómoda?

-Extremadamente. De no haber nacido Marx, no se hubiera producido la Revolución y Rusia se habría ahorrado tantos horrendos baños de sangre.

- ¿Por qué vino a la Argentina?

-Era el único país que a fines de los años 40 abrió sus puertas a los refugiados de todo el mundo. Vine aquí con 5 dólares en el bolsillo, pero pronto conseguí trabajo como secretaria.

- ¿Qué reacción provoca en la gente su título nobiliario?

-Aquí, solamente curiosidad, cosa que detesto. Por eso, nunca uso el título. Y por favor deje bien en claro esto: existe la gran aristocracia y la pequeña aristocracia. Yo pertenezco a la pequeña.

- ¿Selecciona a sus amigos por la clase social?

-De ninguna manera. Mis mejores amigos son el almacenero y su mujer.

- ¿No le parece injusto que el título se herede?

-Si se admite la transmisibilidad de los bienes materiales, no hay razón para oponerse a los del honor. ¿Por qué criticar a la aristocracia, si nadie pone reparos, por ejemplo, a la yernocracia?

ALEJO MOURAVIEFF, EL CONDE FUTBOLISTA

Mouravieff es un apellido que ha dado a Rusia revolucionarios y contrarrevolucionarios. El conde Alejo Mouravieff (31 años, casado) garboso supervisor de ventas de una importante firma de máquinas de calcular, desciende de estos últimos. Aunque no nació en la Argentina, cursó aquí todos sus estudios, y vive ahora en un pequeño departamento, magníficamente amueblado, en Martínez. En los anaqueles de su reducida biblioteca, el Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn coexiste pacíficamente con las Obras Completas de Vladimir Illich Lenin.

-¿Ser conde le ha reportado algunas ventajas?

-Mi título nunca me facilitó nada. Por otra parte, jamás lo hice valer, ni me sentí conde. Al huir de Rusia, mi familia dejó allí todos sus bienes. Nos disgregamos y sólo a los 28 años conocí a mi padre. ¿Sabe usted lo que es llegar a un país extraño, sin dinero, sin amigos y sin saber el idioma? Mi abuela tuvo que trabajar de modista y pasó mucho tiempo antes de que nos estabilizáramos. Tal vez si hubiéramos llegado con dinero, todo hubiese sido diferente.

-Y en la escuela, ¿sabían que era conde?

-Si, pero nadie le daba importancia. Salvo el consabido chiste: "Éles conde" - "¿Ah, sí? ¿Y que esconde?"

-¿Le parece justo ostentar un título que no ganó?

-No, no tengo derecho usarlo. Aunque quizá, por tradición, tenga la obligación de hacerlo.

-¿Es un anacronismo la aristocracia?

-Si, lo es, en cuanto a privilegios, pero todas sus tradiciones deberían conservarse. Todas las tradiciones de un país, incluidas las de su aristocracia, deben conservarse. Si muere la tradición, muere la nación.

-En su biblioteca hay muchos trofeos deportivos: ¿en qué los ganó?

-Son copas que gané jugando al ping-pong. También practico tenis, pero lo que hago realmente bien es jugar al fútbol. A los 16 años fui arquero en la primera de Defensores de Belgrano. Hasta me hicieron reportajes en la radio y en los diarios.

- ¿Cuáles son sus pasatiempos favoritos?

-Escuchar música, especialmente a Waldo de los Ríos, y cocinar. En mi familia soy el único que conoce a fondo los secretos de las comidas tradicionales rusas, y para las fiestas, en especial para Pascuas, todos acuden a mí.

-¿Y no practica golf o polo?

-Oh, no. Esos son deportes para condes…