La mirada global

Los Estados como negocio inmobiliario

El Diccionario de la Real Academia Española define al Estado como “…una forma de organización política que tiene un poder soberano e independiente”.

Claro que los Estados -como hoy los conocemos- no nacieron de un día para el otro; por el contrario, fueron resultado del paulatino asentamiento de grupos humanos sobre porciones determinadas de su hábitat: la Tierra.

Así es que Carl Schmitt afirma que “…el suelo labrado y trabajado por el hombre muestra líneas fijas que hacen visibles determinadas divisiones, líneas que están surcadas y grabadas en los límites de los campos”. Y añade que cuando ya se había “…perfilado la forma de la tierra como un globo verdadero” se produjo “…una ordenación del espacio de todo el globo terrestre de acuerdo con el Derecho de Gentes” (El nomos de la tierra).

Ese derecho de gentes -o derecho internacional- del cual son sus sujetos los Estados, parte de la premisa de que cada uno de ellos goza del pleno dominio del territorio sobre el cual se asienta. Es decir, que ejercen soberanía sobre fracciones ciertas y determinadas del globo terráqueo.

Principio que se aloja nada menos que en el art. 2 de la Carta de las Naciones Unidas, que prohíbe a sus miembros “…recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política” de otro Estado.

Si lo traemos a cuento es porque en esta muy reciente y cruda actualidad, están sucediendo cosas que parecen dejar atrás esa sedimentada base de la convivencia internacional.

Es que, en estos días, Trump nos ha sorprendido por partida doble. Por una parte, no ha encontrado mejor solución para la franja de Gaza, asiento de buena parte del pueblo palestino, que convertirla en un corredor turístico, transformándola en una suerte de Riviera del cercano Oriente. Expulsando para ello a sus pobladores, claro está, para que no estorben con su presencia a los futuros turistas.

Una vez puesto en esa faena de emprendimientos inmobiliarios -rubro en el cual amasó parte de su fortuna- le tocó el turno a Ucrania, a la cual conminó a ceder a Estados Unidos sus tierras raras -es decir, las que son ricas en minerales estratégicos- si no quiere que éste la abandone a merced del expansionismo ruso (añádase a todo ello, la turbia oferta que hizo a Dinamarca de comprarle Groenlandia y sus divagaciones sobre Canadá como Estado N° 51 de los Estados Unidos).

Con esas tierras ucranianas Estados Unidos dejaría, en todo o en parte, de depender de China en cuanto al suministro de dichos minerales y, además, percibiría un altísimo precio por la ayuda militar que brindó a Ucrania durante la presidencia de Biden.

Tal vez, Trump pueda alegar que no propone usar la fuerza contra los palestinos y que tampoco amenaza a Ucrania. Que a los primeros sólo los desalojaría -como a un locatario moroso, eso sí- y que a los segundos únicamente dejaría de suministrarles armas. Claro que no hay desalojo sin el auxilio de la fuerza y, suspender la ayuda militar a Ucrania, es lo mismo quitarle el salvavidas a quien se está ahogando.

Putin, agresor impune, se relame. Y, deseoso él también de hacer negocios, le recuerda a Trump que también Rusia posee tierras raras

que le son propias, amén de aquellas de Ucrania de las que pueda apropiarse.

RASGOS COMUNES

Trump y Putin guardan rasgos comunes. Comparten el desprecio por el citado art. 2 de la Carta de las Naciones Unidas y, además, guardan poco apego por la ley en general. Si lo hacen en distinta medida, es porque uno (Trump) tiene en su país un poder más limitado del que goza Putin en el suyo.

Este último es un autócrata rodeado de una oligarquía que desguazó en beneficio propio el aparato estatal de la Rusia Comunista. Y cuando algún opositor le resulta molesto, lo elimina. Trump, aunque tal vez lo quisiera, no puede llegar a tanto. Pero no trepida en vedar accesos a ciertos periodistas, ni en indultar a sus partidarios que asaltaron el Capitolio cuatro años atrás, ni en votar en las Naciones Unidas a favor de la Rusia invasora.

Es esa faceta agresiva de sus personalidades, lo que nos recuerda con alta preocupación que son justamente ellos quienes tienen acceso a los dos botones más peligrosos del universo en materia de armas nucleares.

PD: Ya escritas estas líneas, la reunión entre Trump y Zelensky terminó a los portazos. Lo que nos hizo volver sobre ellas. Porque del mismo modo finalizó la que sostuvo Hitler con el canciller de Austria, Schuschnigg, en 1938, poco antes de anexar ese país a su Reich, que imaginaba milenario. Ahora bien, quien tiene tropas en Ucrania es Rusia, no Estados Unidos. ¿Puede darse Trump el lujo de abandonarla? ¿Hasta qué punto puede dejar obrar a los rusos sin renunciar, al mismo tiempo, a sus planes sobre las tierras raras ucranianas? Son preguntas que, en este mismo instante, no tienen respuesta. Lo que sí es seguro es que ni John Foster Dulles, ni Ronald Reagan hubieran actuado como lo hace Trump.