Los 35 años de un templo de la escena

Andamio ‘90, el teatro fundado por Alejandra Boero, los celebra convertido en un faro del circuito independiente. Actualmente a cargo de Alejandro Samek, hijo de la recordada maestra y directora, la sala sigue formando actores y recibiendo en su escenario propuestas de gente convencida de adónde quiere llegar con sus obras.

Cambió todo desde 1990. ¿Cambió tanto? "Yo siempre sostengo que estamos muy bien preparados para un mundo que ya no existe. Entonces tenemos que estudiar todo de nuevo", dice Alejandro Samek, quien ese año -menemismo embrionario, hiperinflación- acompañó a su madre, la legendaria e inolvidable -y tan talentosa- Alejandra Boero, en la fundación de Andamio ‘90, un teatro y escuela que esta semana cumple 35 años a puro deseo y que se transformó en un referente de la escena nacional.
Boero invirtió el dinero de una herencia, pidió créditos y pudo reunir el monto necesario para comprar el galpón de la calle Paraná donde vendían pistones para motores -era otro barrio en esa época, eso sí-. Ella venía dando clases desde 1967 y ya era una figura completamente consagrada de la escena nacional -fue una de las fundadoras del mítico Nuevo Teatro-. Cuando apareció la oportunidad de crear su propio espacio no lo dudó.

Su hijo -por entonces en un puesto importante en un banco, pero también dedicado al teatro- la ayudó en esa patriada. El puntapié inicial fue con ‘Final de partida’, de Samuel Beckett, protagonizada nada menos que por Alfredo Alcón.

 

IMPULSO VITAL

Hoy, 35 años después, y en diálogo con La Prensa, Samek recuerda ese impulso vital: "A ella se le ocurrían cosas y las hacía, a veces sin medir los riesgos con la plata, claro". En sus ojos y rostro está la mirada inconfundible de su madre. “Yo siempre quise continuar eso que ella sembró -asegura Samek-. Trabajé para que el prestigio de ella quedara pegado a Andamio. Yo podía haber remado por el prestigio propio, pero siempre cultivé el bajo perfil. Por eso siempre hablo de Andamio. Te digo, una vez le habían hecho un homenaje a ella en la Casa del Teatro, donde habían hablado Alfredo (Alcón) y otros actores importantes; me tocó a mí, y yo hablaba de Alejandra Boero, con nombre y apellido. Cuando salgo, y esto lo cuento siempre, dos señoras me agarran en la puerta y me preguntan: ‘Dígame una cosa, ¿por qué dice Alejandra y no dice: mi mamá?’ Y yo les contesto: ‘Porque Alejandra Boero es mucho más importante que mi mamá’."

-¿Qué recuerda de ella?

-Ella decía que la cultura es la columna vertebral de un país. Ahí tenés un legado. También tenía una mirada especial con respecto al pasado, a cómo plantarse en la vida. “No miramos el tiempo transcurrido con nostalgia, sino que lo miramos para enriquecernos de la comprensión de los errores y de la comprensión de los aciertos, pero miramos al presente y al futuro de lo que hay que hacer. ‘Yo soy lo que hago’". Es decir, que para atrás ya está hecho. Que lo juzguen otros. Esa idea, esa frase, yo la mantengo.

-¿Siempre tenía un gran ímpetu?

-Ella tenía muchas ideas. Recuerdo que hubo que refuncionalizar el lugar, picar el piso para lograr altura, tirar paredes. Para uno de los hitos de estos 35 años, ‘Ángeles en América’, de Tony Kushner, había una escena final en que tenía que entrar un ángel y, para entrarlo, demolieron la pared y una pasarela. Solo para una escena de dos minutos. Perdí la discusión. Había que hacerlo.

 

PERSONALIDAD DESTACADA

Casado desde hace más de cuarenta años con Stella Minardi, Samek tiene dos hijos de su primer matrimonio y tres nietos; el menor, Alexei, se dedica al teatro.

Director, productor artístico y docente, a sus 86 años se transformó él mismo en una verdadera institución e incluso fue nombrado Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura porteña hace pocas semanas. Sentado en la segunda fila de la sala que ayudó a crear, se lo ve muy atento, despierto y con ganas de seguir dando clases -”me da energía”, asegura-.

Boero murió en 2016 y desde entonces él quedó a cargo de la institución, que logró consolidar y promover. El original teatro se agrandó y se transformó en una escuela de actuación y dirección que tiene más de cuatrocientos alumnos y tres carreras: Actuación, Dirección y Profesorado de Teatro.

-¿Cambiaron tantas cosas en esos 35 años?

-Y sí….Por ejemplo, cuando nosotros fundamos Andamio no había ningún subsidio. Con los años, se logró crear el Instituto Nacional del Teatro y Proteatro, y también empezaron algunos subsidios. Son todos muy chiquitos, no es que podamos vivir de ellos, pero algo es algo.

Paraná 662: de comercio de venta de pistones a teatro-escuela.

-¿Qué es lo que busca en los que se acercan a estudiar en Andamio? ¿Qué quiere transmitirles?

-Sobre todo, que sientan el amor por lo que hacen. Ayudar al estudiante a que descubra el artista que tiene dentro. Que todos lo tienen, aunque la vida no los ayuda a encontrarlo. La vida te va tapando de cosas porque hay que pagar las cuentas. Y trabajamos mucho el contacto humano, el contacto personal; buscamos la diferencia que tiene el individuo. Se dice que el teatro es colectivo, cierto, pero no es amontonamiento de personas; es integración de voluntades y de personalidades que se desarrollan.

-¿Y cómo responden?

-Algunos aguantan el tiempo que se requiere de investigación y otros no. Y además hay que estudiar mucho. No es joda, no es pensar que me subo al escenario y hago tres morisquetas y se termina. Me acuerdo de Norma Pons, a quien yo dirigí en ‘Volvió una noche’, acá en Andamio. Un gran material y una enorme actuación. Norma se iba con el texto y al día siguiente volvía con cada página leída, escrita, transcripta, subrayada, con propuestas. Era una actriz, aparte del talento que tenía, laburadora. Venía del teatro de revista, la había remado toda la vida. Esa ética del trabajo es lo que transmitimos.

 

EL TEATRO

-¿Cómo es gestionar la parte del teatro de Andamio?

-Yo ahora me estoy corriendo de muchas cosas porque quiero apostar a la continuidad. Entonces, hay gente formada que me acompaña. Hago la cuenta: mi vieja murió cuando tenía 88, mi papá murió cuando estaba a dos meses de cumplir noventa y mi abuelo paterno, el que primero murió de la familia, tenía 82. O sea, en esta franja ya estás en el túnel de salida.

-Pero sigue.

-Voy delegando, pero acá estoy. Dando clases y dirigiendo la sala, con gente idónea que me acompaña, claro.

-¿A qué le dice que no al momento de programar?

-De repente te encontrás con que la experiencia que te proponen es interesante, pero yo les pregunto: ¿adónde van con esta obra? ¿Qué tiene esta obra, qué me propone? Pasa con mucha gente joven que escribe hoy, que no son Tito (Cossa) o (Carlos) Gorostiza. Escriben para su grupo etario, para la gente que hace teatro, para los que entienden de lo que están hablando. Entonces, ¿cómo ganás al gran público que va a la calle Corrientes y paga tanto por la entrada? En general, le digo que no a los unipersonales. Hay que moverse muy bien en cómo vas vendiendo el espectáculo, que la gente se entere. Eso es hoy. Hay que moverse. Antiguamente el público venía solo. Ahora hay que ir a buscarlo y hay que mover el espectáculo donde está el público.

 

LA GESTION

La charla va terminando, pero Samek sigue con vigor. Le gusta charlar. Habla pausado y claro. Firme. Se nota que le apasiona enseñar, transmitir. “Últimamente -señala-, estamos insistiendo muchísimo en el tema de la gestión. Roberto Arlt decía: ‘El futuro será nuestro por prepotencia de trabajo’. Nosotros decimos que el tema es la gestión, no es la prepotencia; que hay que trabajar porque el mundo ha cambiado y hay que gestionar”.

-No sólo la parte económica.

-No. Todo. El dinero, los elementos, los grupos. No es solo poner la obra en escena y dirigir a los actores. Lo que ha cambiado son las formas, pero, aclaro, no los valores. La solidaridad, el trabajo colectivo, la fraternidad y la cooperación no cambiaron. Eso sigue ahora tanto como en 1990.