UNA GRAN PORCION DE LA SOCIEDAD MILITA LAS IDEAS MAS ESTRAFALARIAS
Locos, desquiciados y delirantes
Por Jorge Martínez Barrera *
No creo exagerar si supongo que alrededor de una cuarta parte de toda sociedad, de cualquiera, está integrada por personas bastante desquiciadas. La cifra no es caprichosa: la tomo de esa invencible militancia de aproximadamente el 25% que suele acompañar con entusiasmo a ciertos partidos políticos, movimientos sociales o cofradías consagradas a causas que desafían toda lógica, sin que uno llegue a entender muy bien por qué y sin que sus adherentes se muestren particularmente interesados en explicarlo.
Hablo de locos incorregibles y delirantes irredentos, dispuestos a defender ideas tales como que Dios, o bien es injusto, o bien no es todopoderoso (tesis que sostenía, nada menos, Max Weber), o convicciones cuya aplicación concreta ha resultado, una y otra vez, en el empobrecimiento de las comunidades, la brutalización de sus miembros y la pérdida de cosas consideradas valiosas desde hace siglos.
Roger Scruton, filósofo inglés fallecido hace 5 años, ofrece un imperdible inventario de algunas de esas insensateces en su libro Locos, impostores y agitadores. Pensadores de la Nueva Izquierda, publicado en español en 2019.
Scruton cita, entre otros, a Alain Badiou, pensador francés, objeto de incontables tesis doctorales y autor venerado por la gauche divine enquistada en muchas universidades. En un ensayo de 1977, Badiou afirma que “hay un solo gran filósofo de nuestro tiempo y se llama Mao Zedong”.
Zlavoj Žižek, enfant terrible de los neomarxistas y también citado por Scruton, llega a sugerir en su libro En defensa de las causas perdidas (2011), que el verdadero problema de Hitler o de Stalin es que no fueron lo suficientemente violentos. Es hora, dice, de reinventar el terror. En vez de denostar a Stalin, más bien debiéramos alabarlo por su humanidad, afirma el pensador esloveno, ya que rescató el experimento soviético de la biopolítica.
Es posible que esa cuarta parte trastornada de seres humanos esté convencida de que las más estrafalarias ideas, unas que un niño de seis años encontraría absurdas, en realidad encierran verdades profundas. Y, para nuestra sorpresa, esta gente extravagante parece estar teniendo más éxito del que jamás soñaron.
De hecho, la cultura de la cancelación se ha convertido en una especie de refugio antiatómico donde no solamente es posible resistir a la razonabilidad, a la cordura y a la moderación, sino también, desde allí, continuar apedreando, con total impunidad, a unos perplejos defensores del sentido común.
IDIOTAS
Umberto Eco ya lo advirtió en 2015, al recibir un Doctorado Honoris Causa en Comunicación en la Universidad de Turín:
“Las redes sociales le dan derecho de palabra a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.”
Tal vez uno de los retos más urgentes de una política sensata -si aún queda alguna- consista en impedir que esta minoría vociferante de apologistas del sinsentido termine haciendo metástasis sobre una mayoría que, por el solo hecho de gritar menos, corre el riesgo de parecer inexistente. Tampoco sería mala idea predicar con el ejemplo.
* Doctor en Filosofía y académico en la universidad Gabriela Mistral (Santiago de Chile).