Locomotora, al estilo Rocky Balboa, pero con La otra mano de Dios

El baúl de los recuerdos. En 1994, Jorge Fernando Castro venció a John David Jackson en una pelea digna del cine. Unió la bravura del personaje de Sylvester Stallone con un homenaje a Diego Maradona.

Desde que en 1976 la pantalla grande se sacudió con las conmovedoras victorias del noqueador Rocky Balboa, el boxeo adquirió un particular dramatismo cinematográfico. Es cierto que este deporte siempre ofreció espectáculos emocionantes. Y también que la realidad muchas veces supera a la ficción. Pero a ningún director se le habría ocurrido un filme como el que protagonizó Jorge Fernando Castro el 10 de diciembre de 1994. Locomotora, golpeado, malherido y casi ciego, venció a John David Jackson con un nocaut épico consumado con una mano que el propio púgil argentino definió como “La otra mano de Dios”.

Los fanáticos de la eterna saga protagonizada por Sylvester Stallone suelen decir que el mejor triunfo de Rocky fue el que consiguió contra el soviético Iván Drago (encarnado por el actor sueco Dolph Lundgren). Ese combate se dio en la cuarta entrega de la serie. Quizás hasta se pueda arriesgar que la segunda versión de Balboa versus Apollo Creed (Carl Weathers) fue superior desde el punto de vista técnico y ofreció un final tan increíble que vale toda la película. En cambio, no hay margen posible para la discusión cuando la cuestión es encontrar la pelea más icónica en la carrera de Locomotora Castro.

El púgil argentino será eternamente recordado por su triunfo sobre Jackson. Es más: ese éxito les gana por nocaut a todas las victorias cinematográficas de Rocky Balboa. Porque Locomotora estaba contra las cuerdas en el sentido más literal de la expresión. El estadounidense, invicto en 32 peleas, le dio una paliza memorable. Lo lastimó mucho. Le destrozó los ojos, al punto de dejarlo con la visión tan disminuida que podría decirse que el Roña -el apodo de sus días de pibe pendenciero en Caleta Olivia- estaba ciego. No veía siquiera la posibilidad de evitar la derrota. Pero su enorme corazón lo empujó hacia un éxito inolvidable.

La victoria de Locomotora Castro supera en dramatismo al triunfo cinematográfico de Rocky Balboa sobre Ivan Drago.

PELEADOR NATO

El duelo Castro-Jackson formó parte de una noche estelar de boxeo. Con el pomposo nombre de El día del juicio, el promotor estadounidense Don King organizó una velada con cinco campeones del mundo defendiendo sus títulos. En la ciudad mexicana de Monterrey se presentaron los locales Julio César Chávez​ (contra Tony López) y Ricardo Finito López (frente al colombiano Yamil Caraballo), el puertorriqueño Félix Trinidad (se midió con Oba Carr) y el estadounidense Frankie Randall (su rival fue Rodney Moore). El quinto era nada más y nada menos que Locomotora, quien exponía por segunda vez el cetro de los medianos de la Organización Mundial de Boxeo (OMB).

El santacruceño, en ese entonces de 27 años, se había alzado con el título en agosto de 1994. Le había ganado por puntos al estadounidense Reggie Johnson y lo había defendido en noviembre contra otro norteamericano, Alex Ramos. Y un mes después subió otra vez al ring para vérselas con Jackson. Ese cruce, en realidad, se había demorado más de la cuenta, ya que Jackson era el campeón, pero se había negado sistemáticamente a pelear contra los mejores del ranking y solo se cruzaba con púgiles de dudosa calidad. Evitaba las defensas obligatorias, la OMB se cansó y lo despojó de su cinturón.

Castro se presentó esa noche en Monterrey siendo fiel a su estilo. A su particular estilo. No le gustaba demasiado el gimnasio y odiaba las largas concentraciones. Su esquema de entrenamiento preferido consistía en pelear una y otra vez. No podía ser de otro modo, ya que Locomotora era un peleador nato. Toda su vida había sido así. Desde que dejó tempranamente la escuela y no dudó en saldar toda discusión en Caleta Olivia con la fuerza de sus puños. Hasta había trabajado como patovica en un boliche…

El rostro del Roña exhibe con claridad el castigo que recibió el boxeador argentino.

Antes de medirse con Jackson, ya había tenido diez peleas ese año. Sí, diez peleas en 11 meses. Las había ganado todas y tres de ellas por nocaut. Castro estaba en la mejor condición posible que su forma de entender el boxeo podía concebir. Subió al ring en Monterrey con 101 presentaciones que incluían 95 triunfos (66 por la vía rápida), cuatro derrotas y dos sin decisión. La campaña de su rival, cuatro años mayor, apenas contaba con 32 triunfos, 19 de ellos por nocaut. El estadounidense estaba invicto y su único traspié había sido en los escritorios de la OMB.

UN HOMENAJE A GALÍNDEZ

El impecable estado físico de Jackson contrastaba con la deficiente preparación de Castro. El argentino, consecuente con sus principios, creía a muerte en su fortaleza, tanto para soportar el castigo como para herir a su rival con su pegada. La velocidad del estadounidense fue marcando los tiempos de la pelea. Además, con mayor largo de brazos, el retador planteó una estrategia basada en impactar a distancia, evitando el cuerpo a cuerpo en el que seguramente Locomotora tenía todo para ganar.

Jackson imponía ventajas en las tarjetas después de cada asalto. Castro amagaba con nivelar las acciones solo cuando acertaba con sus fortísimos impactos, a veces algo grotescos, pero durísimos. El norteamericano no podía ocultar que sentía los golpes. Entonces, como era lógico, se alejaba y aguardaba el instante para buscar tanto el rostro como la zona media del campeón. Ese planteo le daba la razón en las tarjetas de los jurados. Al Roña se lo veía muy desdibujado. Estaba soportando un escarmiento impiadoso, pero se mantenía de pie. A partir del quinto asalto, la superioridad del estadounidense se hizo más evidente. La pregunta a esa altura era cuánto podía aguantar Locomotora.

John David Jackson fue el claro dominador de una pelea que se resolvió por el inmenso amor propio del púgil santacruceño.

El rostro del argentino empezaba a adquirir el aspecto de una máscara sanguinolenta. Tenía cortes en los ojos y los pómulos inflamados. Castro seguía apostando todo a entreverarse en un intercambio a corta distancia para hacerle sentir a Jackson lo que era estar cara a cara con él. Esa oportunidad no aparecía. Todo lo contrario. Para colmo de males, se le dificultaba la visión. Buscaba por todos los medios quitarse la sangre que enturbiaba su visión. Lo hacía frotando la cara tanto en el cuerpo de su adversario como en la camisa del árbitro Stanley Christoudolou.

Por vaya a saber qué extraño designio del destino, el juez sudafricano ya sabía lo que era tener su blanca indumentaria teñida por la roja sangre de un argentino. El 22 de mayo de 1976 había sido el tercer hombre en una pelea mítica del boxeo nacional: la victoria de Víctor Emilio Galíndez sobre Richie Kates en Johannesburgo. Y como si fuera un calco de ese combate, Christoudolou pensó en detener el martirio que estaba sufriendo Castro. Casi dos décadas antes, le dio el vía libre a Galíndez para consumar una hazaña y lo volvió a hacer en 1994, con la autorización del médico Luis Spada.

Luego del octavo round, con Castro totalmente maltrecho, le permitió continuar. Jackson vio a su oponente casi vencido y fue a tratar de rematarlo. Lo buscó con furia, Locomotora se mostró aturdido, inmóvil. Según él, fingió estarlo. El estadounidense se confió y le dio la distancia que el argentino esperó toda la noche. Sacó un derechazo que se perdió en el aire, pero detrás llegó una zurda lacerante que derribó al retador. La sorpresa se hizo presente en Monterrey.

A Castro le costó encontrar la corta distancia para hacer que el retador sintiera la potencia de sus puños.

Christoudolou contó hasta ocho y el norteamericano reaccionó. O pareció hacerlo. Se encontró con otro golpe que lo devolvió a la lona. Se puso nuevamente de pie y por tercera vez Castro lo hundió en el abismo de la derrota más impensada, mientras él tocaba el cielo con las manos gracias a la más fabulosa victoria que estuviera en condiciones de conseguir.

Pareció un homenaje a Galíndez. En cierto modo lo fue. El propio Locomotora, ocurrente, confesó que el zurdazo con el que tiró a Jackson fue “La otra mano de Dios”, en abierto tributo al primer gol de Diego Maradona a los ingleses en México 1986. Lo que Locomotora no dijo fue que ganó a lo Rocky Balboa con la diferencia de que, gracias a él, la realidad superó a la ficción.

Casi ciego, Locomotora consumó una de las victorias más dramáticas del boxeo nacional.