FILOSOFIA COTIDIANA

Lo sano y lo normal

Suele darse una confusión con el término “normal” asociándolo a que es sinónimo de sano, de lo que está bien, de lo correcto, de lo que conviene hacer. Pero esto es un grave error. De ninguna manera puede considerarse normal como sinónimo de algo bueno. Por lo cual, conviene tener bien en claro cuáles son las diferencias. Veamos.

Aprendimos en la escuela secundaria –al menos, en la época en que yo cursé esos estudios; desconozco si hoy también seguirá enseñándose esto– que lo normal es ese lugar de la curva de Gauss donde se concentra la mayor cantidad de individuos de una muestra. Es decir, aquellos que se encuentran comparten denominadores comunes.

Hacia ambos costados la curva tiende a cero porque allí la cantidad de individuos es escasa; pero nunca llega a cero. Técnicamente se dice que es donde la curva se asintotiza. Estas áreas laterales de la campana –con pocos individuos de la muestra– representan lo anormal del grupo.

Ahora bien, afirmar en base a estos pocos datos que lo anormal es lo incorrecto, lo indebido o lo enfermo, sería prejuzgar y equivocarse de ante mano en virtud a un análisis demasiado superficial de lo expuesto.

Dejando a un lado el abordaje del tema desde el campo jurídico donde lo normal es aquello que se expresa a través de la presencia de una norma siendo ésta el resultado de un acuerdo dispuesto entre los integrantes de una comunidad, lo normal en el campo psicosocial resulta asimilable a lo habitual, lo cotidiano, lo previsible, lo que abunda, aquellas maneras de comportarse que son usuales en la mayoría.

Así, si hiciéramos una encuesta en la población de la ciudad de Buenos Aires (por ceñirnos a un espacio geográfico preciso) advertiríamos que lo normal es gente que tiene como características comunes la presencia de síntomas de angustia, ansiedad, irritabilidad, actitudes depresivas y sea consumidora de drogas (lícitas o ilícitas) con las que persigue superar sus malestares emocionales y cierta sensación –más o menos intensa, según los casos– de carencia de sentido de vida. Esto sería, entonces, lo normal. Pero no es lo sano.

CONDICION DE SANIDAD

Ocurre, entonces, que encontraríamos que la condición de sanidad aparecería entre aquellos individuos que se encuentran situados en el lugar que la encuesta marcará como anormal. 

Este resultado es particularmente interesante para tener en cuenta. Porque bien podrá afirmarse que esos individuos aislados que aparecen donde la curva se asintotiza, esos que constituyen puntos anormales, son –en verdad– seres humanos que han comprendido que cada integrante de nuestra especie debe hacer de sí mismo alguien único e irrepetible. Y, de hecho, lo hacen consigo mismos.

Esto implica, ante todo, hacer de la existencia un desafío permanente. Perseguir la serenidad del espíritu, la creatividad de la mente, el bienestar del cuerpo para alcanzar la concreción de nuevos deseos positivos de vida.

Y surge, entonces, un nuevo punto que merece aclaración. Deseos no son lo que puede gustar o no, lo que se puede querer o no. Por lo general, lo que me gusta o no me gusta, lo que quiero o no quiero, son engaños de la consciencia surgidos de estímulos externos a los que las personas hoy están más expuestas que nunca en toda la Historia de la Humanidad, a través de las redes sociales y del ciberespacio.

El deseo es algo que brota de lo profundo, de la esencia misma del psiquismo humano, de eso que la moderna Psicología denominó a partir de Sigmund Freud lo inconsciente y que, posteriormente, Carl Gustav Jung amplificó al generar el concepto de lo inconsciente colectivo. Los deseos se manifiestan a través de los sueños, las fantasías y, en general, en todo lo creativo.

El deseo es, por definición, lo opuesto a la repetición. En cambio, aquello que gusta o que se quiere deviene de propuestas externas que la consciencia recibe y asimila como necesarias para normalizarse.

Así –para poner un ejemplo– se puede querer un determinado modelo de automóvil que –inteligentemente– los publicitarios presentan asociándolo a situaciones aparentemente agradables. Luego la mente decodificará un mensaje especial, que no implica, por ejemplo, que tal auto es valioso por su calidad o características de construcción sino por que brinda la suposición de que quien cuente con ese objeto, por añadidura, logrará una mujer inusualmente atractiva o transitará por regiones donde van de vacaciones ricos y famosos.

Si la persona actúa guiada sólo por los estímulos externos se hace razonable que, emocionalmente, carezca de armonía puesto que no está desarrollando sus aspectos propios y esenciales, sino que el principal empeño queda puesto en cumplir los requisitos que de afuera ponen sobre él.

Podemos, entonces, que lo más conveniente para el bienestar humano –hoy en día– es ser anormales, atípicos, diferentes.

Podríamos afirmar que… ¡Dios nos libre de ser normales!