DANIEL GUEBEL REGRESA AL CENTRO DE LA ESCENA CON ‘PARANOIA’

Literatura en la zona ambigua

Daniel Guebel es, desde hace casi cuatro décadas, una de las voces más originales de la literatura argentina. Novelista, cuentista, dramaturgo y guionista, su obra parece escapar a cualquier etiqueta, ya que mezcla la erudición con el humor, lo histórico con lo fantástico y la filosofía con la ironía.

Editó su primera novela Arnulfo o los infortunios de un príncipe en 1987 y tres años después, con La perla del emperador, ganó el premio Emecé y el Segundo Municipal de Literatura que le dio amplitud comercial y regional. Desde entonces ha publicado más de veinte títulos, entre los que se destacan El hijo judío, Las mujeres que amé, El sacrificio y La mujer del malón, los cuales lo confirmaron como un escritor de registros múltiples, capaz de transitar diversos géneros con la misma eficiencia.

Su escritura le valió nuevamente premios como el Nacional de Literatura y el de Crítica de la Feria del Libro de Buenos Aires, además de la admiración de colegas e intelectuales, como Alan Pauls quien lo definió “el escritor con mayor amplitud de registro de la literatura argentina”. Su obra incluye cuentos, guiones de cine y piezas teatrales, como Adiós Mein Führer y Pornografía sentimental, que revelan su interés por experimentar la forma y cruzar fronteras.

ESPEJO DE EPOCA

Hoy, es tiempo de Paranoia (Interzona, 160 páginas), su nueva novela, con la que regresa al centro de la escena con un texto que funciona como espejo de época y laboratorio narrativo. Tres historias improbables, una mujer que inventa un hijo para retener a alguien, un experimento genético delirante con plantas carnívoras y los servicios secretos financiando a la izquierda, se entrelazan en una novela que descompone las certezas y trabaja sobre el desconcierto, la mentira, la culpa y la desconfianza. Paranoia, dice Guebel: “no es solo un título, es un modo de mirar el mundo, y también de leerlo”.

En una charla exclusiva con este diario, el escritor explica que la novela surgió “como un enlazamiento progresivo de cuestiones como la indefensión, la mentira, el amor y la culpa, una madeja que se va devanando y reconstruyendo, en un falso infinito interminable, insoportable. Cada personaje fue llamando a los otros, a su paso”.

Ese entramado, casi orgánico, define el pulso del libro. Guebel comenta: “Funciona como un organismo que ordena secuencias de hechos muy diversos pero no encuentra las resoluciones de sentido último que el relato precisa, solo dispone esas partes perturbadas, la progresión de la locura en su mesa de operaciones, que no deja de ser el libro mismo y la mente del lector”.

El título condensa una lógica que atraviesa la escritura. “Dicen por ahí que la paranoia es la más inteligente de las enfermedades psíquicas”, dice y continúa: “O por lo menos la que exige un funcionamiento mental más constante y elaborado. El paranoico parte de la realidad como engaño y la reconstrucción como revelación. Lo más parecido a un paranoico es un místico. La divisa del paranoico podría ser ‘Todo tiene que ver con todo’, y esa frase perfectamente es aplicable a la tarea de esta novela”.

SIN FORMULAS

El género histórico, como materia narrativa, ha sido una fuente constante en la obra de Guebel. Por ejemplo, en La mujer del malón, recurrió a personajes como Adolfo Alsina y Alfredo Ebelot para hablar de la zanja de Alsina. Sobre este recurso, responde: “Es una opción posible. El uso propio de un acontecimiento del que no sabía nada en el momento en que me senté a escribirlo y del que voy averiguando cosas a medida que escribo. La historia me cede una trama o una línea de hechos sobre los cuales improvisar, inventar, transfigurar. La novela es la pesadilla de una historia de la que no queremos despertar”.

Si bien su método está lejos de la rigidez, Guebel garabatea sobre su andar. Sin fórmulas establecidas, asegura: “Las ideas iniciales pueden o no tener importancia, pueden o no ser respetadas, yo no habría escrito nada si me hubiera atenido a ellas. A mí me gusta la aparición de lo inesperado, la idea repentina que modifica el mapa, el desvío perpetuo, la ilusión del texto interminable”.

-En su trayectoria hay muchos trabajos a través de novelas, cuentos, guiones de cine y obras teatrales. ¿Cómo es la selección de cada formato o el mismo tema lo lleva a ese estilo?

-No hay selección previa, sí intuiciones de forma que derivan en un género en particular. También hay deseos previos, claro. Hay épocas en que mi propensión está ligada a la expansión de una materia, la investigación de un asunto, el anhelo de una forma geométrica, de un tono, de una voz. Otras veces el impulso va por la vía de la escena. Ahora estoy en pleno período de formas combinadas, donde la novela está carcomida por dentro por la escena teatral y con un narrador que a veces aparece y que otras se le corta la cabeza. Una guerra entre relato y teatro dentro del marco general.

EN PERSPECTIVA

A los 69 años (los cumplió recientemente, el 20 de agosto), Guebel mira en perspectiva y reconoce que mucha agua pasó bajo el puente. Y en ese análisis comprueba cuánto cambió desde aquel joven que publicó La perla del emperador al reciente de Paranoia: “Expansión, expansión de posibilidades. En aquellos tiempos no sabía bien lo que hacía, era un escritor que quería escribir todos los libros bajo todas las formas posibles, ser siempre distinto. Ahora, en definitiva, soy el mismo, sólo que veo mis libros como pequeños cosmos que establecen relaciones entre sí, a la vez que buscan siempre nuevas fronteras para ser atravesadas”.

Es difícil indagar en la intimidad del hombre. Al escritor todos los conocemos y sus libros hablan por sí solos, pero Guebel persona es reticente a mostrar su alma. Y lo admite, la escritura lo vuelve un hombre más replegado que social.

“Nunca fui muy social ni sociable, o en todo caso nunca terminé de sentirme a gusto en esas escenas -explica-. A medida que pasa el tiempo, aún menos. Ya dos son multitud para mi óptica.” Y en cuanto al presente político argentino, su visión es contundente y breve: “Pesimista a corto y largo plazo”.

En el epílogo de la charla, amena, distendida, literaria, con su libro intermediando entre su persona y el entrevistador, la conversación se detiene en un punto clave, “la libertad”, concepto apropiado por la política actual. Para Guebel, la idea se bifurca: “En términos teológicos, entre la predestinación y el libre albedrío, sinceramente, creo solo en la existencia de la primera de las opciones. En términos políticos y sociales, libertad es la palabra que usan los estafadores para capturar los votos de quienes no pueden optar por nada y compran los brillos de neón de ese fraude. En términos literarios, siempre estoy dispuesto a averiguarlo, aunque sé de antemano que todos estamos presos en la cárcel del lenguaje, y escribir es golpear contra las rejas.”

Y en esa imagen de “golpear contra las rejas del lenguaje” radica, quizá, la esencia de su obra. Una escritura que busca expandirse, atravesar fronteras, cuestionar lo dado. Paranoia viene a confirmar esa obstinación. Como un espejo deformante de época, un viaje inquietante a la mente del paranoico, ese personaje que duda de todo, que busca conexiones ocultas, que desconfía de las verdades oficiales. En sus propias palabras, el paranoico también es un místico. Y ahí, en esa zona ambigua, respira su literatura.