Limosna grande
-Esto ya lo vivimos.
La frase cae en efecto cascada de generación en generación como una herencia maldita. El sainete del dólar en la Argentina es un acto de nunca acabar, un episodio que se repite hasta el hartazgo y que por gastado y conocido, sin embargo, no deja de producir su efecto de pánico, temor y angustia.
La corrida desesperada sobre el dólar, la histeria de los inversores del mercado que actúan como si no hubiera mañana, el riesgo país escalando hasta cifras de cuatro dígitos, el fantasma de un nuevo default, el terror al regreso del peronismo en algunas de sus mil caras, todo eso confabula contra la tranquilidad en la Argentina. Y, muchas veces, confabula sin mayor sustento.
El resultado de las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires ya es parte del pasado pero su efecto perduró al menos hasta el último lunes. En ese período de tiempo el pequeño nicho de la especulación financiera y la falta de dólares en las reservas del Banco Central azuzaron la desesperación.
Y otra vez, como si estuviéramos atrapados en una calesita infernal, volvemos a pasar frente a nuestras peores pesadillas. Nos ocurre siempre, cada tanto, y seguirá ocurriendo porque solemos tener la mala fortuna o la rara habilidad de sacarnos la sortija y ganarnos otra vuelta más, aunque no queramos.
La sensación de abismo duró hasta el lunes, cuando el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, hizo su pase de magia y con una sola frase aquietó las aguas del mercado: "Todas las opciones de estabilización están sobre la mesa". Eso solo bastó. Horas después el dólar cayó en 85 pesos y el riesgo país se pinchó, como si los problemas estructurales de la Argentina –la pobreza, el estancamiento del empleo, las dificultades para impulsar el crecimiento y otras yerbas del área social- hubieran desaparecido súbitamente.
Hasta entonces la pregunta que se hacían todos los economistas era si el Banco Central tendría el poder de fuego suficiente para intervenir en la plaza y frenar la embestida del dólar contra el techo de la tan mentada banda cambiaria. El arma ya estaba desenfundada y había u$s 12.000 millones en cartuchos prestados por el Fondo Monetario Internacional para la ocasión. La pulseada era brava pero no llegó a extenderse más allá de dos rondas, jornadas en las cuales la entidad quemó u$s 1.000 millones para domesticar al billete verde.
Pero entonces ocurrió lo que ya se rumoreaba: el Tesoro de los Estados Unidos llegó al rescate como el Séptimo Regimiento de Caballería. El presidente Javier Milei viajó pronto para agradecer el gesto, que se concretará en un swap de contantes y sonantes u$s 20.000 millones, más la compra de bonos. En el camino aprovechó para bajar la tasa de interés, que tanto daño le hace al sector productivo, hasta el 25%.
Ese intangible llamado mercado, más tranquilo, volvió a refugiarse en su cueva. No tardará en volver a salir, cuando lo sienta necesario -cuando presienta la escasez de dólares-, para espantarnos a todos.
¿RETENCIONES?
Pedir y recibir ayuda es gratificante pero también abre puertas insondables. Cuando la gauchada viene de otro Estado el riesgo es perder soberanía. Aplica aquí esto de que cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía. ¿Qué solicitará a cambio Washington?
Por lo pronto, el segundo mensaje enviado por el secretario el Tesoro puso en dudas la continuidad de la quita temporal de las retenciones a las exportaciones del agro, medida que iba a extenderse hasta el 31 de octubre.
La estrategia tenía un doble criterio: la fecha cúlmine y un cupo inicial de u$s 7.000 millones que podía ser renovado. Sin embargo, tras el pedido directo de los Estados Unidos para eliminar el esquema, la política instrumentada por el equipo libertario se desplomó como un castillo de naipes. Duró apenas un día.
Los productores agropecuarios, que escribían en sus redes sociales mensajes tales como “es la primera vez que salgo a cosechar sin retenciones”, vieron hacerse añicos sus ilusiones. Todo terminó siendo un gran negocio de las cerealeras, que se ahorraron las retenciones y que, en definitiva, son las que realmente están en el negocio de las exportaciones.
El hecho en sí mismo es polémico, hasta burlesco. Habla en mucho de un gobierno pragmático que no duda en revertir sus medidas, aún a costa de pagar el precio de la vergüenza. En el fondo, lo grave es que hayan cedido a la presión de Washington y que, una vez más, nos hayan dictado la minuta.
El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, había escrito en sus redes que trabajaban con el gobierno argentino para “poner fin a la exención fiscal para los productores”. Dicho y hecho. ¿Comienza la era del doble comando?
Lo que en un comienzo no pareció otra cosa más que un manotazo de ahogado -nadie creía fielmente en que se eliminarían las retenciones a las exportaciones- terminó teniendo un efecto positivo. Ni lerda ni perezosa, China
encargó 10 cargamentos de soja que vendrá a buscar en noviembre a los puertos argentinos en los buques modelo Panamax de 65.000 toneladas.
América Latina en general y la Argentina, en particular, siempre han sido un territorio de disputa entre las potencias globales. En clave geopolítica debe leerse el rescate de Washington hacia la administración libertaria, vuelta una aliada incondicional de los Estados Unidos, en detrimento del vínculo con China.
Los chinos, por su parte, ejercen su tradicional paciencia para mover las piezas. Aguardan el final de la gestión Milei -¿cuánto pueden significarle 4 u 8 años de gobierno libertario a una nación cuyos orígenes se cuentan en milenios?- y, mientras tanto, aprovechan la oportunidad de comprar más soja y evitar así la dependencia de los granos estadounidenses. Es como si la historia cerrara más o menos redonda. Todos contentos.
Otro punto relevante, fronteras adentro, es si realmente el Gobierno tiene vocación para aprovechar esta coyuntura y sumar reservas en el Banco Central, de cara a los vencimientos de u$s 9.000 millones que tendrán lugar a lo largo del 2026.
Veremos en cuánto cambia el panorama la ayuda estadounidense, si los fondos sólo pueden ser utilizados para frenar corridas o si, en su propiedad fungible, también podrían ser usados para cancelar los futuros vencimientos de deuda. ¿O es que bajará tanto el riesgo país que la Argentina volverá a emitir deuda el año próximo?
LOCA CALESITA
Cuando por un instante se detuvo el diabólico carrusel, pudieron apreciarse otras variables que también atraviesan a la economía, aunque con menos urgencia. De acuerdo con el informe sobre bancos publicado por el BCRA, la morosidad en los créditos a familias subió del 5,1% en junio al 5,7% en julio. Los segmentos más afectados son los préstamos personales y las tarjetas de crédito, que en algunos casos duplicaron sus valores respecto de diciembre de 2024. Además, las expensas en la Ciudad de Buenos Aires crecieron por encima de la inflación.
Frente a esto y en contraste, el Índice de Confianza Empresaria que elabora Vistage mostró que ante la pregunta sobre cómo se comportó la economía en el último año, el 49% de los encuestados valoró que el escenario mejoró, mientras que el 22% estimó que empeoró y el 29%, que se mantuvo sin cambios. Además, para los próximos doce meses, el 58% cree que la situación económica mejorará; el 29% señala que no habrá cambios; y el 13%, que empeorará.
También las tendencias proyectadas desde el Indec en los rubros de Industria y supermercados mayoristas marcan un sesgo optimista, cifras que se complementaron durante la semana con los datos suministrados por el Colegio de Escribanos porteño, que anunció que las escrituras crecieron un 20% en el último mes, registrándose el mejor agosto de los últimos 18 años.
Que no hay una sola Argentina, eso ya es evidente. Está el país sufriente, marcado a fuego por la desigualdad y el futuro incierto, y los segmentos sociales que nadan en la abundancia, en una opulencia fuera de contexto. A todos, sin embargo, los tortura la misma herencia maldita: la sensación de estar subidos a una calesita que, mientras gira sobre su eje, nos expone vuelta tras vuelta a nuestros peores fantasmas en un eterno déjà vu.
Es como si el tiempo no pasara, como si estuviéramos siempre en el mismo lugar. En 1970, hace ya 55 años, Leopoldo Marechal escribió estas líneas en la novela Megafón o la guerra. Dice: “En este instante, por ejemplo, acaba de recibir a los agentes del Fondo Monetario Internacional, a los contadores del Eximbank de Washington, a los socios del Club de París y a los prestamistas del Mongobank de Zurich. Salsamendi anotó ya las instrucciones foráneas y sabe al fin cómo resolver los problemas argentinos. Esta ganga, naturalmente, nos costará un esfuerzo: veinte millones de argentinos deberán apretarse los cinturones y correr la liebre, para mostrar una silueta que le guste al Fondo Monetario Internacional. Tengo a la firma un acuerdo Stand By que le arranqué a la USA con el sudor de mi frente. ¿En qué consiste, señor ministro? En lo siguiente: yo doy un yacimiento petrolífero y me dan a cambio las bencinas para mi encendedor”. Fin.