UNA MIRADA DIFERENTE

¿Ley ómnibus o certificado de defunción?

Lo que parecía un momento de decisión, una inflexión histórica y copernicana, puede terminar en un maratón a la nada.

Cuando alguna vez, quizás, alguien decida escribir la historia de lo que fue Argentina, o su réquiem, el actual será sin duda el momento que mejor la representa, o que mejor explica su colapso casi irreversible.  (El casi es una concepción optimista y patriótica de la columna)

Aún antes de la aprobación en general de ayer, un paso formal tan solo, ya la Ley Ómnibus se había convertido en apenas una motito de Rappi o Pedidos Ya, como expresara el autor en su TL de TeXla, junto a tantos otros exteros, o extuiteros. Negociada con notable y predecible impericia por los improvisados funcionarios que la defendieron. Atacada con notable y predecible impudicia por la tácita y también descontada alianza de quienes se oponen frontal y barrabravamente, como el peronismo, su izquierda socia incondicional y otros seudoprogresistas-estatistas rentados o autorentados, una mezcla de resentimiento por la derrota y de empecinamiento en una planificación central que ha fracasado y fracasará mil veces donde quiera se intentase implementarla. 

En nombre del pueblo, los pobres, y otra serie de supuestos mandatos que no fueron exactamente plasmados en el voto popular, la rama femenina del justicialismo (Líder dixit) agita su histeria corriendo por los alrededores del Congreso, rara manera de hacer méritos, y la rama sindical, columna vertebral del movimiento (Líder dixit) hace paros formales preventivos y escasos, mientras patoteros contratados buscan ser víctimas de alguna dramática represalia policial que en lo posible produzca algún muerto-mártir que muestre lo sanguinaria que es Bullrich. 

A su vez la rama política del movimiento (Líder dixit, también) pronuncia discursos interminables, isócronos e innecesarios, una especia de filibustering, como se definiera aquí, utiliza toda clase de argucias para confundir, demorar y empiojar el tratamiento de la norma, lo que ha logrado gracias también a la impericia del oficialismo, con lo que, en conciencia, nadie sabe qué se está votando. La decisión de permitir que cada diputado diga su discurso repetido, enérgico y artístico garantiza casi por sí sola una maratónica sesión que empeorará a partir del martes, cuando se llegue a la votación artículo por artículo, un maratón a la nada, donde la ley terminará de convertirse en jamón del diablo, dirían los viejos como sinónimo de picadillo de carne. 

Variantes estúpidas

Del otro lado del escenario, como en las óperas, está el coro de los apoyadores críticos, que “colabora” proponiendo variantes tan estúpidas como la coparticipación del impuesto País, lo que no sólo evidencia el apoyo a la impunidad presupuestaria de los gobernadores que son capaces de fundir cualquier economía, sino el desconocimiento que les hace confundir las medidas de emergencia de corto plazo con las medidas de fondo de mediano plazo. Si hay un impuesto que jamás podría participarse, y que debería desaparecer del menú de opciones, es el impuesto país, medido con el cartabón de la concepción económica que se prefiera. Son, suponiendo su buena fe, lo que otrora se denominaba idiotas útiles, siendo generosos con el calificativo, suponiendo que su buena fe declamada es en serio. 

No se puede negar que el propio oficialismo incurrió en varias simplificaciones servidas en bandeja cuando mezcló la ley con el DNU, las disposiciones de coyuntura antiinflacionarias con los cambios de fondo, los temas impositivos de corto y largo plazo, las medidas fundamentales con medidas específicas coyunturales que no son fácilmente explicables, y cuando dejó un reguero de omisiones que no son admisibles ni en el corto ni el largo plazo. 

Las críticas sobre el poco aporte de la “casta política” al ajuste, (más allá de las formalidades de los sanguchitos y similares) o sobre el régimen de Tierra del Fuego, o sobre Aeropuertos y su socio el ORSNA no son fáciles de explicar, ni aún a los más amigos. Ni algunos tratamientos especiales a oportunistas desarrolladores lobistas. Eso ayudó al menos a crear excusas o justificativos para “colaborar con el perfeccionamiento de las medidas”, que es un modo de no votar ningún cambio, o de emascularlos, y de quedar como respetuoso de la opinión popular. 

El tratamiento separado, y explicación pertinente, de las medidas de corto plazo antiinflacionarias y de las que preparan el camino del levantamiento del cepo cambiario, hubieran evitado la confusión ideológica de quienes quieren que se eliminen ya mismo retenciones e impuestos, seguramente porque han encontrado la manera de bajar el gasto de modo instantáneo a fin de eliminar el déficit. 

Aerolíneas y la TV pública, los casos testigo

Un ejemplo del desgaste en la defensa de algunos planteos, y de las excusas que ese concepto ofrece en bandeja de oro a quienquiera intente oponerse de buena o mala fe, es el capítulo de las privatizaciones. El país no conseguirá grandes masas de dinero con esas medidas. Casos como el de Aerolíneas se solucionan liberando el monopolio estatal y cortando el financiamiento obligatorio por ley que debe brindar el Estado al antro. No intentando vender algo invendible a cualquier empresa decente en el mundo. Si se hace memoria, se recordará cuando Terragno estuvo dispuesto a regalar la empresa a algún operador extranjero, que finalmente se negó a hacerse cargo del costoso cadáver. 

No muy distinto es el caso de la TV pública. En un mundo donde la televisión abierta vomita sus últimos estertores como negocio, nadie serio comprará esta hipoteca. El cierre y desguace de la empresa es el único camino. Y de todos modos, en todos estos casos, no es aceptable que se delegue en el presidente de la Nación el proceso de privatización, sino que debe tomarse la decisión con firmeza, cualquiera que fuera, y luego proceder caso por caso según marque la ley y las circunstancias. Tratar de hacerlo ahora mezclando todos los casos y las situaciones hipotéticas y delegar esa tarea y decisión en una persona no sólo es objetable, sino que es confundir lo imprescindible con lo deseable. Mucho más importante y necesario es eliminar monopolios, controles, corrupciones diversas en todos los sistemas, fomentar la competencia, liberar la importación, acelerar lo más posible la reducción de gastos del estado, unificar el tipo de cambio, eliminar al Banco Central como contraparte obligada de las operaciones cambiarias, superar la necesidad del impuesto país, modificar el sistema impositivo y estabilizar la deuda del estado. Poco queda en pie de todo eso luego de las cribas y purgas del cuerpo legal, previas a su votación en general, máxime teniendo en cuenta que aún no se ha votado artículo por artículo, lo que puede convertir el texto en una simple declamación. 

La sensación creciente que es imposible de evitar percbir es que nadie sabe demasiado de lo que habla, y hasta de que se corre el riesgo de votar un articulado que luego de tanto manoseo, no se sabe bien lo que dice. ¿Qué se votará, se rechazará o se aprobará a partir del martes? 

No parece que los críticos y apoyadores de buena fe entiendan las diferencias entre la emergencia y el plan de fondo. Y hasta a veces pareciera que no se quisiera creer en la existencia de una emergencia, por ignorancia, despecho, ideología o lo que fuese. Ya se usó aquí el ejemplo del infartado al que su médico le receta correr 10 kilómetros todos los días, sin tomarse el trabajo previo e imprescindible de salvarle la vida primero y de tratarlo cuidadosamente en su convalecencia después. 

Un espectáculo penoso

El espectáculo del Congreso dentro y fuera, con la landlady ad honorem del expresidente Fernández corriendo despavorida de vuelta a la Sala de Sesiones como una vecina alborotada, o la patética parodia del empresario piquetero Eduardo Belliboni desmayándose cada vez que aparecía un cameraman muestra lo que los dirigentes supuestamente populares piensan de su pueblo. Lo que el pueblo piensa de ellos está quedando cada vez más claro: tal vez el Presidente no esté ganando en esta Intifada multiespectro, pero lo cierto es que sus rivales están perdiendo, evidentemente. 

La propia Cámara de Diputados ha quedado devaluada y desprestigiada en esta instancia, con Máximo Kirchner como símbolo, al extremo de que Miguel Pichetto suena como Cicerón. Esto se puede agravar en la votación en particular, que corre el riesgo cierto de generar una marea de contrasentidos, nadismos y licuaciones. 

Y queda una pregunta final. ¿Quién se encargará de ejecutar lo que finalmente quede de esta ley que salvaría al país? ¿Quién gestionará lo poco que quede? ¿Quién será la Patricia Bullrich que lleve adelante la tarea en cada área?  Si no hace los cambios que resultan evidentes y las incorporaciones que lucen imprescindibles, Milei corre el riesgo de tornarse su mayor opositor.