En el 63º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II
León XIV preside una vigilia del Rosario por la paz en la Plaza de San Pedro
En el marco de la Vigilia del Jubileo de la Espiritualidad Mariana, este 11 de octubre, el Papa León XIV ha presidido en la Plaza de San Pedro el rezo del Santo Rosario por la paz.
Después de que el Papa León recorriera la plaza, saludando a los miles de peregrinos, tuvo lugar el canto del Veni Creator, para iniciar luego el rezo de los Misterios Gozosos del Santo Rosario. La oración mariana fue recitada desde el atrio de la Basílica de San Pedro, en el que también se encontraba la estatua original de Nuestra Señora de Fátima que llegó en procesión desde Cova da Iria (Portugal).
León XIV puso a los pies de la Virgen de Fátima la primera Rosa de Oro de su pontificado.
Culminado el rezo del Santo Rosario, el Pontífice dirigió una meditación en la que invitó a contemplar “las virtudes humanas y evangélicas” de la Virgen, para imitarlas y lograr vivir una espiritualidad mariana auténtica.
A imitación suya, que fue “la primera creyente”, los católicos estamos llamados a suplicar “el don de un corazón que escucha y se vuelve fragmento de un cosmos que acoge”.
“A través de ella, Mujer dolorosa, fuerte y fiel, pidamos que nos alcance el don de la compasión hacia todo hermano y hermana que sufre, y hacia todas las criaturas”, dijo el Papa.
“Contemplemos a la Madre de Jesús y al pequeño grupo de mujeres valientes al pie de la Cruz, para aprender también nosotros a permanecer, como ellas, junto a las cruces infinitas del mundo, donde Cristo sigue crucificado en sus hermanos, para llevarles consuelo, comunión y ayuda”, añadió ante la multitud orante.
El Santo Padre aseguró que en el Jubileo de la Espiritualidad Mariana, “nuestra esperanza se ilumina con la luz suave y perseverante de las palabras de María que nos refiere el Evangelio”. De entre todas ellas, continuó, las más importantes son las últimas que pronunció la Santísima Virgen al acabarse el vino en las Bodas de Caná.
Hagan lo que Él les diga
“Después no hablará más”, dijo el Papa. “Estas palabras, que resultan casi un testamento, deben ser muy queridas por los hijos, como todo testamento de una madre”, agregó.
Con esta invitación, la Santísima Virgen estaba segura “de que su Hijo hablará” y de que “su Palabra no ha terminado”, sino que “sigue creando, generando, llenando el mundo de primaveras y de vino las ánforas de la fiesta”.
“María, como una señal indicadora, orienta más allá de sí misma, muestra que el punto de llegada es el Señor Jesús y su Palabra, el centro hacia el que todo converge, el eje alrededor del cual giran el tiempo y la eternidad”, aseguró el Santo Padre.
Con sus palabras, la Madre de Dios también nos recomienda que cumplamos con el Evangelio, que logremos convertirlo “en gesto y cuerpo, en sangre y carne, en esfuerzo y sonrisa”. Así, dijo el Papa León, “la vida se transformará, de vacía a plena, de apagada a encendida”.
Cumplir con todo el Evangelio, que es “palabra exigente, caricia consoladora, reproche y abrazo”. Cumplir “lo que entiendes y también lo que no entiendes”, porque la Virgen “nos exhorta a ser como los profetas: a no dejar caer en el vacío ni una sola de sus palabras”, aseguró el Pontífice.
El Papa también recordó que el Señor Jesús nos llama a la paz, una que es “desarmada y desarmante” y que no llegará “como fruto de victorias sobre el enemigo, sino como el resultado de sembrar justicia e intrépido perdón”.
El mensaje de Jesús está dirigido también a los poderosos del mundo, quienes guían el destino de tantos pueblos:
“¡Tengan la audacia de desarmarse! Y al mismo tiempo es dirigida también a cada uno de nosotros, para hacernos cada vez más conscientes de que no podemos matar por ninguna idea, fe o política. Lo primero que hay que desarmar es el corazón, porque si no hay paz en nosotros, no daremos paz”, dijo León XIV.
Mirar al mundo con los ojos de quien sufre
El Pontífice recordó que Jesús “no tiene tronos, sino que se ciñe una toalla y se arrodilla a los pies de cada uno”, porque su imperio “es ese pequeño espacio que basta para lavar los pies de sus amigos y cuidar de ellos”.
A partir de ese ejemplo, aseguró el Papa, los creyentes deben “adquirir un punto de vista diferente” desde donde puedan “mirar al mundo desde abajo, con los ojos de quien sufre, no con la óptica de los potentes”.
Para ver la realidad desde la perspectiva de los más vulnerables, de los más pobres, porque de lo contrario “nunca cambiará nada y no surgirá un tiempo nuevo, un reino de justicia y paz”, expresó.
“La Virgen María lo hace también así en el cántico del Magnificat, cuando dirige su mirada a los puntos de fractura de la humanidad, allí donde se produce la distorsión del mundo, en el contraste entre humildes y poderosos, entre pobres y ricos, entre sacios y hambrientos”, agregó el Santo Padre.
La Santísima Virgen “elige a los pequeños, se pone de la parte de los últimos de la historia, para enseñarnos a imaginar, a soñar juntos con ella los cielos nuevos y la tierra nueva”.