En nuestro artículo Bienio Crítico, aparecido recientemente en este medio, señalábamos el riesgo cierto de que, en caso de acceder alguna de las figuras de la actual oposición el Ejecutivo Nacional y retener el presente oficialismo el Gobierno de la provincia de Buenos Aires, se configurase un estado de "guerra civil fría''. Declaraciones producidas en los días subsiguientes no han hecho sino consolidar esta perspectiva.
En efecto: en la clase magistral pronunciada por la vicepresidenta en la Universidad de Río Negro el 9 de marzo se deslizaron tres afirmaciones sobre las cuales entiendo que no se ha vertido la atención necesaria por parte de los analistas. Según una de ellas,
Todos estos asertos concurren a sustentar la tesis de una deslegitimación anticipada del Gobierno que se haría cargo el próximo 10 de diciembre. O, dicho de otro modo, de una legitimación preventiva de la sedición contra el mismo.
Seamos claros. No estamos usando el vocablo `sedición' en el sentido tipológico restrictivo del Código Penal. Lo hacemos en el sentido lato que le da la Constitución Nacional en su art. 22, cuando estatuye inequívocamente que "toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticiones a nombre de éste, comete delito de sedición''. En el artículo citado al comienzo del presente, planteamos la hipótesis de que la actual oposición ganase el Poder Ejecutivo Nacional mientras el actual oficialismo retenía el control de la provincia de Buenos Aires. Y describimos la situación emergente de tal circunstancia como la de una virtual guerra civil fría.
¿A qué queríamos apuntar con ello? Ni más ni menos que al horizonte al que nos estamos asomando en virtud de las consignas más arriba glosadas: un estado latente de sedición que puede volverse agudo a través del fomento de todas las organizaciones que resistan o puedan eventualmente resistir a la autoridad federal, a través de los múltiples recursos fiscales, administrativos y de seguridad de los que el gobierno bonaerense pudiere disponer. El punto de inflexión se alcanzaría si se llega a cuestionar eficazmente el monopolio de la coacción inherente al Estado. Ciertamente, la Argentina tiene aún muchas y variadas reservas para superar tal eventualidad. Lo que importa es que, entre quienes la integran, nadie crea que podrá desentenderse de las circunstancias.