Mirador político

Las parábolas de la democracia y de Alfonsín

Cuarenta años después del triunfo de Raúl Alfonsín la democracia con la cual se educa, se come y se cura muestra una performance decepcionante. Pobreza en niveles inéditos, economía al borde una vez más de la hiperinflación y el gobierno de turno dando muestras grotescas de ineptitud. Falta de combustibles, de insumos médicos, de alimentos en los supermercados, entre otras penurias tan innecesarias como injustificables El grueso de la responsabilidad de esta situación recae en la dirigencia política: falta de un proyecto de progreso social, burocratización y niveles de corrupción astronómicos. Se han transformado en prácticas impunes el uso del poder para el enriquecimiento ilícito de los dirigentes y para el beneficio económico de familiares y allegados, así como el nepotismo.
Pero no sólo la falla es de una dirigencia convertida en casta, en un grupo de privilegiados que entienden la representación popular como un atajo a la fortuna personal. Falló también el sistema en su capacidad de corregir esas aberraciones. Falló la sociedad en señalar el camino a seguir. Fracasó el control social. Fallaron los votantes, aunque esa sea una opinión impopular que los políticos y los medios evitan expresar.
No de otra manera puede ser explicado el hecho de que el partido y los candidatos salpicados con el lamentable escándalo de corrupción del ex intendente de Lomas de Zamora hayan vuelto a ganar en ese municipio con el 50% de los votos y que el partido gobernante haya ganado con el 45% de los votos una provincia donde la pobreza arrasó a más del 60% de los niños.

CLIENTELISMO
Los especialistas en opinión pública atribuyen lo ocurrido a distintas causas. Una es el clientelismo que ha fidelizado el voto de los sectores más pobres que reciben beneficios del Estado a través de la maquinaria electoral del peronismo. El peronismo y sus voceros suelen atribuirlo a la falta de una alternativa atractiva desde la oposición. Una tercera causa es la falta de una verdadera voluntad de cambio. No sólo los votantes, sino también los poderes fácticos, empresarios, sindicatos, medios, la Iglesia, etcétera, se adaptaron al sistema que funciona desde hace casi ocho décadas y se resisten a cualquier intento de modificarlo.
La situación ha desembocado en otro desafío al sistema. La capacidad de autocorrección de la democracia será puesta nuevamente a prueba el 19. De un lado la continuidad del modelo empobrecedor cuyo resultado es obvio; del otro, una coalición de último momento entre apóstoles del cambio que oscilan desde la extravagancia al fracaso en el turno presidencial 2015-2019.
A lo que hay que agregar que el diagnóstico de las causas que llevaron a la actual decadencia es sencillo; lo difícil es que el paciente tolere el remedio. Por lo tanto los problemas que se presentan en el horizonte no se resuelven con ningún reagrupamiento de dirigentes. No se trata de que los radicales transen con Massa o los macristas con Milei. Se requiere un replanteo profundo, un cambio cultural que sólo un nuevo liderazgo puede imponer. Hace 40 años la sociedad votó a Raúl Alfonsín creyendo que obraría el milagro de revertir el proceso de larga decadencia. La experiencia demostró que era un falso vocero del cambio y que fue en los hechos un agente infalible de la continuidad. Sus herederos lo están confirmando una vez más.