Las muertes de Gustav Mahler
Gustav Mahler falleció el 18 de mayo de 1911, pero partes de él habían muerto en sus obras, que evocaban al final de nuestras vidas en cada acorde.
Su música fue la culminación del romanticismo alemán (o, como afirman algunos, del postromanticismo), y el precedente del modernismo y la música dodecafónica.
En realidad, su agitada actividad como director de orquesta le quitó tiempo a su tarea de compositor. Gustaba decir que era un autor de verano, porque aprovechaba sus vacaciones para terminar sus obras. A pesar de esta limitación, Mahler cayó en la maldición de la Novena Sinfonía: la última obra de compositores como Beethoven, Schubert, Bruckner, Dvořák y Glazunov antes de morir, como una premonición al fin de su tarea musical…
Mahler, hijo de un posadero de origen judío, había vivido la muerte de seis de sus catorce hermanos. Con esa experiencia, resultaba casi imposible que este niño prodigio no hubiese transmitido esta melancolía profunda que se percibe en sus primeras obras, como Das klagende Lied (La canción del lamento), su primera sinfonía Titán, o la segunda, Resurrección, que incluye una marcha fúnebre.
Poco antes de componer su Quinta Sinfonía, sufrió una hemorragia digestiva que lo dejó al borde de la muerte. Por tal razón para él, esta sinfonía representaba el triunfo de la vida.
Pero fue su Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos) la que marcó su destino trágico. A poco de estrenarla, murió Maria, su hija mayor, de escarlatina y difteria. Alma, su esposa, jamás le perdonó esa obra que, según ella, había atraído la desgracia al evocar la muerte de tantos niños, como las que habían presenciado en su propia experiencia familiar.
Poco después, a Mahler le diagnosticaron una afección cardiaca que sería la causa de su muerte.
Su matrimonio con Alma Schindler entró en crisis: él le había pedido que abandonara sus estudios de música para dedicarse al cuidado de su familia. La muerte de Maria precipitó la rebelión de Alma, quien se cuestionó este sacrificio de su talento y además inició una relación con el arquitecto Walter Gropius –futuro creador de la Bauhaus–.
Al enterarse Mahler de esta infidelidad, le pidió que no lo abandonara, pues amaba a Alma profundamente, y se replanteó su situación emocional. Hasta entonces, había sido el despótico director de los teatros líricos más importantes de Alemania y Austria, incluida la Ópera de Viena, donde soportó ataques de la crítica antisemita.
Sin embargo, fue él quien popularizó a Wagner con sus interpretaciones magistrales.
Acosado por estos problemas personales, Mahler tuvo una consulta con Sigmund Freud. Probablemente, el padre del psicoanálisis haya diagnosticado su neurosis obsesiva, que lo llevaba a esos extremos de intolerancia, con algún sesgo de sadismo, que le habían ganado fama de tirano. Mahler se peleaba con todo el mundo: intérpretes, músicos de las orquestas, personal del teatro, colegas, críticos.
Mahler plasmó su estado anímico en la que se convertiría en su Décima Sinfonía (aunque intentó evitar la “maldición de la novena” al no numerar como tal a Das Lied von der Erde (La canción de la tierra), obra que también tiene forma de sinfonía…). “Para mí, escribir una sinfonía es como construir un mundo”.
Mahler murió de una endocarditis que complicó la afección cardiovascular diagnosticada en 1908, antes de asumir la dirección del Metropolitan Opera House de Nueva York, adonde viajó con su esposa e hija.
De regreso en Europa, terminó su Octava Sinfonía y, después de una intensa gira, comenzó a tener fiebre muy alta el 20 de febrero de 1911. Se le diagnosticó endocarditis. Fue el primer paciente al que se le realizó un hemocultivo para detectar al germen en sangre (Alemania, gracias a figuras como Koch, Virchow y Helmholtz, tenía la medicina más adelantada del mundo) : el resultado reveló un estreptococo, germen de alta mortalidad en la era preantibiótica.
Mahler no solo hizo historia en la música, también en la medicina.
El músico fue enterrado en el cementerio de Grinzing, bajo una lápida que solo dice su nombre. A pesar de haber pedido una ceremonia íntima (Alma no asistió por recomendación médica), estuvieron presentes Arnold Schönberg, Bruno Walter y el pintor Gustav Klimt.
Alma continuó supervisando la difusión de la obra de Mahler, al tiempo que llevaba una vida sentimental agitada, muy agitada. En 1915 se casó con Gropius, luego de una atormentada relación con el pintor Oskar Kokoschka, quien la retrató varias veces. El más famoso de estos cuadros fue La novia del viento, título también fue el de una película que narra su vida sentimental.
Alma tuvo un affaire conflictivo con el biólogo Paul Kammerer, que concluyó antes del matrimonio con Gropius. Con el arquitecto tuvo una hija, Manon, que murió de poliomielitis en 1935. El compositor Alban Berg le dedicó su Concierto para violín, subtitulado A la memoria de un ángel.
Divorciada de Gropius, Alma se casó con el poeta Franz Werfel. Ambos debieron huir del nazismo en un viaje singular que los llevó de París a Portugal, atravesando los Pirineos a pie y, finalmente, a Estados Unidos, donde la obra de Werfel, La canción de Bernadette, se convirtió en una película exitosa.
Hasta su muerte, en 1960, Alma una acérrima defensora de la difusión de la música de Mahler, que había sido prohibida por el nazismo.
Acostumbrado a las críticas, decía: “Nunca se deje llevar por la opinión de sus contemporáneos. Persevere en su camino”.
Y hoy Mahler es... Mahler.