A 42 años de la Gesta

Las mentiras ‘malvineras’

Los días de abril y mayo son, desde 1982, de reflexión patriótica a partir de la Guerra de Malvinas. Porque, fuera del reconocimiento de errores y engaños, el recuerdo de dos meses de profundo reencuentro de los argentinos ha dejado una huella que no se borra. Al contrario, y el reciente Gobierno ha acertado en subrayarlo aunque todavía no esté claro qué rumbo va a tomar en sus manos nuestro más que justo reclamo por las islas del Atlántico Sur.

Pero, ¿cómo no evocar con emoción aquel inesperado cartel que ingresó a la Plaza de Mayo transportado por cientos de compatriotas de ojos rasgados que proclamaba ‘caras japonesas, corazones argentinos’? O el patriótico afán (del que fui testigo) de otros de origen judío que afirmaban que uno de nuestros héroes aeronáuticos lo era también para acercarnos más aunque después el mencionado piloto no lo fuera.

El amor a la patria también tiene “razones que la razón no conoce” y, a pesar de la bajeza de la desmalvinización que propulsó el alfonsinismo y la sujeción menemista firmada en Madrid, hoy la juventud argentina levanta la bandera de nuestras islas irredentas sin dudar de hasta qué punto nos pertenecen.

En ese sentido, el reciente acto en el Senado recordando la gesta y devolviendo el lugar que le correponde a las Fuerzas Armadas ha sido de una calidad y una justicia que parecían definitivamente dejadas de lado en el mundo oficial. Homenaje justo a pesar del paralelo e incomprensible elogio del Presidente a Margaret Thatcher, la enemiga profunda de nuestra patria.

HEROISMO PATRIÓTICO

Esa reivindicación, y la de quienes lucharon noblemente contra la subversión marxista y extranjerizante cuya influencia cultural todavía sufrimos, deben profundizarse y superar el mero nivel de las palabras para que la nación se enderece. Una nación no tiene nada qué ganar enredándose en conflictos internacionales ajenos, en nombre de coincidencias principalmente económicas.

Pero, por lo demás, no habrá revaloración verdadera del heroísmo patriótico que deberá inflamar a quienes nos sucedan si queremos que la Argentina se alce firme en su base si no se señala con claridad a los traidores que levantaron y levantan con mentira las banderas que no fueron capaces de defender entonces. Así hemos vivido los años del kirchnerismo destinados a la entrega cultural de la patria, paralela al enriquecimiento fraudulento de unos cuantos.

Hubo entonces civiles y militares traidores. Pero es importante recordar en especial un ejemplo profundo de hipocresía, una flagrante mentira disfrazada después de malvinera, envuelta en falsa brisa del Sur.

Me refiero a la protagonizada por la expresidente y exvicepresidente de la República Cristina Kirchner que, en una declaración periodística que seguramente hoy debe querer olvidar, contó que el 14 de junio de 1982 ella estuvo en la Plaza de Mayo para pedir la destitución del Gobierno que acababa de ser derrotado en las islas. Porque, en efecto, mientras la mayor parte de un grupo de ciudadanos se reunió espontáneamente frente a la Casa de Gobierno para intentar la resistencia, ella formó parte de otro bullanguero que -a la altura del monumento a Belgrano- pedía la inmediata renuncia de quienes habían llevado adelante la guerra justa.

¿Quién inspiraba a esos tempraneros protestantes? ¿Qué hacía ese día en Buenos Aires una señora de Santa Cruz que hubiera debido estar cuidando a sus hijos en un sitio de particular peligro bélico? Difícil saberlo.

Lo cierto es que la encontramos en un grupo que esquivaba la suerte patriótica desde el primer minuto. ¿Qué habría podido sorprendernos después?

Más allá de toda esa hipocresía, disimulen o no los mentirosos de ayer, la causa Malvinas será siempre una esperanzadora prueba de cómo el pueblo argentino es capaz de unirse con firmeza en torno a la verdad.