Las lágrimas de Dora Maar, la modelo de Pablo Picasso

“Tú no sabes amar. Nunca has amado a nadie”. Así terminó la tortuosa relación que unió a dos artistas. Uno era Pablo Picasso, mundialmente conocido. La otra era Henriette Theodora Markovitch (1907-1997), más conocida como Dora Maar, su pareja.
Dora creció como pintora y fotógrafa, no solo a la sombra del español, sino también de surrealistas como Henri Cartier Bresson, Emmanuel Sougez y Man Ray.
Era la hija de un arquitecto croata que pasó 20 años en Argentina. De hecho, los argentinismos que usaba le resultaban muy graciosos a Picasso.
Se conocieron en el famoso café Les Deux Magots en Saint-Germain-des-Prés, París, mientras ella jugaba con un cuchillo, clavándolo entre sus dedos. Un preámbulo de la sinuosa relación que los uniría. Ella tenía 19 años, él 54.
La familia de Dora se opuso a la relación con este pintor conocido por sus obras y por su  fama de mujeriego. Se cuenta que una tía de Dora falleció mientras discutían por teléfono sobre su relación con el pintor.
Al final, la tía tenía razón. A pesar de ser una artista formada, nada en la vida la había preparado para vivir con un monstruo como Picasso. 
Él ya se había cansado de la pasividad de su entonces amante, Marie-Thérèse Walter, y estaba encantado con poder hablar en castellano con Dora, además de admirar su formación técnica como fotógrafa y pintora.
De un día para el otro, la llevó a vivir bajo el mismo techo que Marie Therese Walter mientras ella documentaba los progresos del Guernica. 
Con una intuición perversa, Picasso fomentó la animosidad entre ambas mujeres, retratando a cada una de ellas con el vestido preferido de la otra. Picasso se detuvo a observar cómo crecía esa rivalidad, hasta que un día estalló la violencia entre las dos, mientras él se desentendía del problema.
Picasso era el macho alfa, el rey de la selva viendo cómo las leonas se peleaban por él. Era un monstruo mitológico, como el minotauro, tal como le gustaba definirse.
Este ambiente en constante ebullición se constata en los retratos de Dora Maar, donde siempre aparece llorando. Su presencia en el Guernica es evidente: es la mujer que llora con los brazos extendidos ante lo inevitable.
Para Picasso, Dora Maar sería desde entonces “la mujer que llora”. Así aparece en los casi 120 retratos que le dedicó.
Es verdad que había en Dora una naturaleza indomable que sacaba lo peor de Pablo. ¿Eso justificaba la violencia a la que la sometía? Hay varios testimonios de las veces que la golpeó;  incluso un testigo asegura que una vez la dejó inconsciente.
Atrás había quedado para Dora la época en que, después de Picasso, venía Dios.
Así como Dora había reemplazado a Marie-Thérèse, Françoise Gilot reemplazó a Dora. Picasso la llevó una tarde de 1945 y, de allí en más, fue su musa, su modelo y su amante.
Fue entonces cuando Dora le espetó esas palabras con las que se inicia este artículo. Y, efectivamente, Picasso no sabía amar. O mejor dicho, solo se amaba a sí mismo. 
Para algunos autores, era un artista disléxico, con trastornos del aprendizaje, con una perspectiva distinta del mundo que conceptualizaba en imágenes. Aunque Carl Jung, el famoso psiquiatra suizo, opinaba que era un esquizofrénico.
“Por años la he pintado en formas torturantes”– le confesó a Françoise Gilot refiriéndose a Dora–  “pero no lo hice por sadismo, ni por placer”. 
¿Por qué lo hizo, entonces? 
Con los años, también trato de destruir a Gilot, frustrando su carrera como pintora... Pero ella se vengó de la mejor forma posible: publicó ‘Vida con Picasso’, libro que el artista impidió que se editara por todos los medios. Aun así, vendió un millón de ejemplares.
Picasso desheredó a sus dos hijos con Gilot, Claude y Paloma, pero al final ganaron el juicio  y fueron sus herederos más famosos.
Vale aclarar que dos ex parejas del pintor, Marie Therese y Jacqueline Roque se suicidaron después de la muerte del pintor.
Así como nada había preparado a Dora para convivir con Picasso, nada la había preparado para vivir sin Picasso. Este fue el shock más profundo de su vida, que la sumergió en una depresión. Fue internada y sometida al tratamiento tradicional de esa época: el electroshock. 
Cuando su amigo, el poeta Paul Éluard –quien había sido pareja de Gala, la entonces esposa de Dalí– se enteró de este tratamiento, que ya entonces era discutido (aunque seguía siendo el standard antes de la época de los psicofármacos), le sugirió que hiciera terapia con el psicoanalista más famoso de París: Jacques Lacan.
Su vida cambió dramáticamente. Se volvió más retraída, más religiosa. Se dedicó a la pintura y recuperó en parte su arte como fotógrafa, oficio del cual Picasso solía burlarse. Abandonó sus naturalezas muertas y se concentró sobre grandes composiciones abstractas.
Tuvo un marcado acercamiento a la religión y vivía en forma casi monástica. Al principio, habitó un apartamento en la Rue de Savoie en París, casi a la vuelta del taller donde Picasso había pintado el Guernica y la había inmortalizado.
Después se mudó a la casa que Picasso le había dado en Ménerbes, donde convivió con 130 cuadros que el artista le había dejado como parte del arreglo de separación.
Rara vez Dora vendía algunos de estos cuadros. Solo cuando tenía algún apremio económico. Decía que había sido ella la retratada y le pedía permiso a su ex para venderlos. Afirmaba que sus cuadros valían más por la historia que tenían atrás.
En los últimos años de su vida, logró que las pinturas que ella había realizado en esos tiempos  de recogimiento fueran expuestas  y reconocidas en el mundo.
Falleció en julio de 1997 y dejó su obra y sus bienes al padre Alain-René Sirjack, su confesor.