ELECCIONES 2023

Las grandes maniobras

Cuando políticos instalados en el poder convocan a la formación de un ”gobierno de unidad nacional” -o de, en los casos más dramáticos de “salvación nacional”-, sus móviles pueden ser tanto noblemente patrióticos como impregnados de bajeza. El primer caso se verifica, por ejemplo, ante el peligro para la Nación que puede derivarse de una agresión extranjera. La L'Union sacrée proclamada en Francia al estallar la guerra del ‘14 es una situación representativa. El segundo caso se produce toda vez que un régimen próximo a la quiebra busca corresponsabilizar a la oposición y diluir, por ende, las cargas por las políticas drásticas que deberá adoptar para salvarse a sí mismo.

En una Argentina en el que el largo proceso de decadencia ha terminado por conducirnos al borde de la descomposición misma, la apelación del sector dominante de la Clase Política al apoyo externo indudablemente procura amortiguar los costos que él mismo debería afrontar por las terapias de shock que se han vuelto inexcusables. No hace falta conocer el interior de las conciencias para comprender cuál sería la funcionalidad de la convocatoria anunciada por Sergio Massa.

La ejecución de la misma no esperará el resultado del balotaje. Comienza en la misma campaña electoral de estas semanas y produce inevitablemente la desagregación inmediata o inmediata de Juntos por el Cambio. La palanca de la estrategia oficialista son los radicales y, secundariamente, las franjas más blandas del PRO. Estas tenderán a convertirse en satélites del nuevo equipo gobierno, sea integrándolo de manera directa, sea asegurándole un tiempo razonable de no agresión, que permita a una eventual presidencia Massa que al menos en el plano político institucional tenga vía libre para proyectos elementales y ya impostergables.

El gozne de la articulación de esta unidad nacional, que Massa se propone como un escalón para el control de un poder superior del mismo Néstor Kirchner, no es otro que el radicalismo: ¡Con la UCR hemos topado…!”, podríamos decir hoy parodiando a Cervantes. Ciertamente con un partido que nos es el mismo que naciera hace ciento treinta años en la confluencia entre la sociedad criolla y la Gran Inmigración, resultando luego parte indisoluble de la República democrática. Sino con el que desde mediados de los treinta, desaparecido Hipólito Yrigoyen, anda en busca de una identidad que, recurrentemente, lo empujará a renguear por izquierda. Así fue con el esbozo del Frente Popular contra la Concordancia, con la adhesión a la roja República Española, con el Programa de Avellaneda en 1945, con la Unión Democrática el año siguiente, con el rechazo parlamentario al Tratado de Chapultepec y a los proyectos petroleros de Juan Perón, con la asociación con socialistas y comunistas en gremios y universidades tras la Revolución Libertadora, con el Ingreso a la Internacional Socialista y tantos etcéteras…

ESTRATEGIA SIMPLE

El esquema estratégico de Massa es simple y, por cierto, nada original. Aquí el catalán Rubí y los comunicadores de Lula han vuelto al trillado enfrentamiento de la Democracia contra el Fascismo que naciera allá por los treinta y que ha seguido utilizándose para sofocar a las corrientes populares de derecha en la Europa actual, con éxito contra Marine Le Pen e inútilmente contra Giorgia Meloni. Para comprender la perversa operación de psicología de masas implícita en este eslogan basta con recordar que la Komintern, su verdadera autora, calificaba hasta 1935 a los mismos socialistas democráticos de “social-fascistas”.

En este esquema le toca a los radicales ser los proveedores de capital simbólico a partir del rol de monopolizadores de la democracia que les atribuye la historia oficial. Y, en alguna medida, proveedores de votos -o al menos de abstenciones que viabilicen el triunfo oficialista-. A cambio de todo ello, la garantía de seguridad en sus políticas parlamentarias y la supervivencia temporaria de sus gobernaciones, que no es poco para un partido que en su última elección presidencial con candidato propio (2003) apenas superó el 2% de los sufragios.

El modelo “democracia versus fascismo” contiene una virtualidad secundaria. Obliga a los que siguen siendo sinceros colectivistas, para cerrar el paso “a la Derecha”, a convertirse en rehenes de un nuevo avatar del régimen hegemónico argentino, esta vez mucho más claramente impregnado de crony capitalism.

En suma, aunque quizás tardíamente, las grandes maniobras electorales en curso pueden ser una sincera recomposición del sistema de partidos, tal cual lo reclamaba Javier Milei desde hace meses: por una lado una agregación de derecha no vergonzante, y por el otro, las diversas modalidades del estatismo asociado al capital prebendario. Los votantes radicales, más que sus cuadros, decidirán dónde se colocan