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Las drogas y la deshumanización

“A pesar de todo... sí a la vida” (Victor Frankl).

El hombre de hoy en muchos casos cuando llega a nuestros consultorios parece pedir ayuda para salir de su propio campo de concentración. Extintos los gulags stalinianos y los diversos Auschwitz hitlerianos la sociedad actual va creando sus ‘campos de concentración’ en donde miles, sin alambrados ni púas ni soldados, van viviendo dentro de ‘aguantaderos’ en donde los químicos los sedan, estimulan y también los anestesian, pero a la vez los crucifican día a día.
Pensemos en todo el Caribe, desde el norte de Argentina y Bolivia, la producción de cocaína se multiplica y el fentanilo y la producción de opioides sube en cantidades enormes sin ningún tipo de control. Todo está a la vista y en oferta. Los controles no sirven porque el lema de Pablo Escobar “plata o plomo” es la mejor receta perversa y la prevención está prácticamente cancelada salvo algunos arrestos individuales. La cultura del consumo triunfa y la cultura adversa al consumo es considerada poco políticamente correcta.
 

SERES HUMANOS SIN VOLUNTAD
Lo sugestivo es que van surgiendo seres humanos que se quedaron sin voluntad. Les debemos prestar nuestra voluntad y nuestro deseo para que puedan imaginar otra vida posible, ya que desde muy pequeños consumen.
Como le decía a un padre desesperado, que desde el exterior me confiaba su desesperación y sufrimiento: “Para su hijo la droga es su tratamiento, llámese cocaína o clonazepam como reemplazantes mutuos, ama lo que lo destruye”. En principio no desea tratarse y siempre va a conservar la ilusión de un uso controlado y es nuestro deseo, el nuestro, el suyo y el de los suyos y de todo un equipo lo que va a facilitar una entrada que permita un contacto con un plan de vida, un sentido de la vida en donde una misión, un proyecto y un destino los convoquen.
En ese mundo químico y de autodestrucción prima el aislamiento, ya sea en un cuarto o vagando por la calle. Solos de “soledad absoluta”, un vacío sigue a otro vacío de sentido y busca un tapón químico que los calme.

MUNDOS ERRANTES
Un joven que llamaremos Jorge me decía: “Caminé kilómetros por la ciudad y vendí celular, zapatillas, reloj… me llené de pasta base, me quemé los dedos con la droga, robé para conseguir más y lo busqué cuando ya no podía más… le pedí a un taxista dónde estaba el centro de recuperación y el médico al recibirme pagó la deuda del viaje”.
Un autómata al servicio del cerebro automático y simiesco en esos tres pisos que la naturaleza cerebral nos proporciona: “cerebro del homo sapiens”, cerebro subcortical e instintivo y la degradación en un cerebro que se rige por automatismos llamado “simiesco”.
Él vio que muchos compañeros de robo y drogas ya habían muerto y que muchos de ellos estaban en las paredes del barrio dibujados como héroes; pero estaban muertos y el vivía.
Retornó a través de tóxicos deteriorantes al cerebro simiesco y hoy, tomando café conmigo, planeábamos sus exámenes y la posibilidad de terminar el secundario. Necesitó parar y el deseo que se revivió en figuras humanas y de palabra que somos nosotros que de alguna manera siente que lo estamos resucitando. Era otro.
Ya me relataba su historia; o sea, entró en un mundo humano en donde dos hechos claves empiezan a ser relatados, “la historia de vida y la novela familiar”.
Historia de vida de abandonos varios; desconoce su origen, luego fue adoptado por padres perversos que lo mandaban a trabajar y a robar, cae en institutos de menores de su provincia; al final es adoptado por padres que lo aman, pero la marca de los primeros años quedó impresa .
Su “historia de vida y la novela familiar” mandaban. Ve revólveres en ese mundo de ‘campo de concentración’ que se había auto-creado y me confiesa que ver un revolver era una iluminación de su deseo más perverso.
Ahí busca tener uno cuando lo ve en la guantera de un coche y empieza a utilizarlo junto al fogonazo del “crac” (droga toxica máxima). Su vida pierde todo sentido vagando de plaza en plaza, comisaria en comisaría y plaza en plaza.
Lo singular de él es que al ver el revolver sus ojos se iluminaron y el revolver tomó brillo como un deseo incoercible lo mismo que el ruido de las armas.
Su vida cambia aún más cuando entra en una barra brava de un club de segunda división: había entradas para vender, droga para repartir, coches para cuidar, trabajos para políticos del barrio en aprietes, robos protegidos, venta de armas; en fin, una vida sin sentido.
Victor Frankl (psiquiatra del siglo XX) enseña: “La desintegración de la vida social es la pérdida del valor de la sacralidad de la vida humana”. La vida humana en esos ámbitos dejó de ser sagrada y opera un verdadero campo de concentración del cual es imposible salir.
Ahí Frankl retoma a Nietzche: “El que tiene un por qué para vivir puede soportar cualquier cómo”. Conceptos geniales que nos abren a un panorama nuevo. A muchos no le hemos transmitido un por qué y no saben afrontar los cómo que son afrentas permanentes que nos plantea el existir. Nuestra tarea como terapeutas es entender y comprender esto.
Debemos aceptar incondicionalmente al paciente aun con historias horrendas, ejercitar nuestra comprensión empática poniéndonos en el lugar de ellos, pero mostrándoles que hay otra vida posible que no es el desierto que han llegado (hay una ‘tierra prometida’ en donde podrán encontrar un sentido).

EL FUGITIVO
Oscar pide ayuda urgente. Es un fugitivo. Vive en una zona de la provincia de Buenos Aires en donde la venta de drogas es alta. Su novia acaba de morir inundados sus pulmones de crack; su amigo fue asesinado por bandas. Llega asustado y diezmado. Sin padres. Solo con un carnet de obra social que opera casi como un salvoconducto. Nos había abandonado hace un tiempo creyendo en esa ilusión del consumo controlado (consumir un poco menos). Ya sin familia, con un cerebro hipotecado por las drogas, desde los 12 años, sin estudios, fue un anuncio de muerte programada. Un milagro operó para volver.
Me recordé otra frase de Nietzche: “Lo que no te mata te fortalece”, para iniciar otra etapa en su rehabilitación con más cuidados y teniendo en cuenta que ya había llegado casi al piso del infierno terrenal.
Cuando lo conocí a Rogers en su casa en los Estados Unidos al principio de los ‘90 me recibió en un jardín arreglando plantas y él me dijo que si yo empezaba mi carrera de terapeuta debía ser como un jardinero: esperar que crezca una persona y sacar los elementos negativos para que crezcan los positivos. La paciencia del jardinero es la clave como la paciencia del terapeuta. El tiempo es nuestro amigo. Ahí podrá nacer el fruto.
Con esa confianza en el otro trabajamos y el ambiente terapéutico que rodeará al paciente dará sus frutos. No estamos solos. Es todo un conjunto humano el que actúa en una comunidad terapéutica (casa de vida).
El maestro Jorge García Badaracco (uno de los más grandes psiquiatras del siglo XX en la Argentina, y maestro de muchos de nosotros e introductor de la comunidad terapéutica) le daba importancia fundamental al ambiente terapéutico (el par ayudando al otro). Hoy dada la perdida de sacralidad de la vida humana hablaríamos de las casas como ‘casas de vida’. Refugios productivos ante la barbarie.