La belleza de los libros

Las cambiantes aguas del idioma

Por alguna perversión intelectual he encontrado, y sigo encontrando, placer en echarme a navegar por los mares, ríos y arroyos de aguas lingüísticas o meramente gramaticales.

Así como otras personas se entretienen en leer revistas de actualidades, yo he pasado ratos muy agradables leyendo obras en apariencia tan áridas como el Manual de gramática histórica española, de Ramón Menéndez Pidal, la Palestra gramatical, de Ramón M. Albesa, la Gramática de la lengua castellana, de Andrés Bello y Rufino José Cuervo, o el Curso superior de sintaxis española, de Samuel Gili y Gaya, o el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco… Y distan de ser los únicos…

Asimismo, por provechosos y estimulantes, conservo en mi biblioteca los respectivos tres cursos de Castellano (1962, 1963, 1964) de Nicolás Bratosevich y, ¡no podía ser menos!, los tres deliciosos tomos de Castellano (1965, 1966, 1967), labor realizada (“de taquito”, diríamos los futboleros) por mi amado, admirado, venerado, idolatrado profesor Julio Balderrama, ¡el hombre más inteligente, más sabio, más generoso que conocí en mi vida! (1)

Antes de sospechar, siquiera, la existencia de las obras mencionadas, adquirí, a mis diecinueve años, este librito: Luis Canossa, Secretos y sorpresas del idioma, Buenos Aires, Atlántida, 1961, 154 págs.

El autor, con simpatía y con sentido del humor, me condujo, tal como lo había anticipado el título, por el laberinto de secretos y sorpresas que yo conocía poco y mal. Lo leí con atención y con agrado en aquellos años, y, sin necesidad de volver a él demasiadas veces, muchos de sus conceptos quedaron alojados en uno de mis mejores atributos, que don José Hernández caracterizó con su habitual lucidez y eficacia literaria: “Es la memoria un gran don, / cualidá muy meritoria”.

De manera que, en años sucesivos y cada vez que me lanzaba a la tarea de escribir lo que fuera, trataba de respetar los consejos que Canossa había incluido en la sección “Barbarismos, solecismos y otras hierbas idiomáticas”, para así evitar caer, en lo posible, en ninguno de los tres pecados idiomáticos. Sin embargo, a veces le hacía caso y, otras veces, prefería hacerme caso a mí mismo.

DESOPILANTE

Por aquel respeto a las recomendaciones de don Luis, creo –si no me falla mi “gran don”– que jamás estampé el vocablo “desopilante” como sinónimo de “cómico, gracioso, reidero”. La mente suele tener mecanismos misteriosos: sin que viniera a cuento, y estando, no enfrascado en alguna redacción sino al aire libre, lejos de casa y a bordo de mi bicicleta, recordé que el autor había objetado el empleo de “desopilante” con tales acepciones, pero en esos momentos no pude precisar el motivo.

De regreso en casa, obtuve rápido éxito en la tarea de encontrar el libro en cuestión (merced a que los volúmenes, debido a mi acuciosidad, se hallan catalogados y ubicados, con precisión bibliotecológica, en estantes numerados. En la página 31 se hallaba la solución del enigma:

¿Sabrán los cronistas teatrales y cinematográficos la verdadera acepción de “desopilante”? Seguro que no; de lo contrario no dirían a cada rato que una obra es “desopilante”, puesto que este participio, de uso casi exclusivamente medicinal, se aplica a lo que tiene la virtud de curar una obstrucción. Para lo otro tenemos muchas maneras de expresar que una obra es “cómica, reidera, alegre, divertida, jocosa…”, pero lo de “desopilante” es como para hacer reír a quien conozca su significado.

EL DRAE

Hasta aquí, don Luis Canossa, año 1961. Han pasado ya unas seis décadas… Quise ver si, sesenta años más tarde, la situación se había modificado en algún sentido. Consulté el DRAE y leí:

desopilante

De desopilar y -nte.

adj. Festivo, divertido, que produce mucha risa.

Pero la discusión no termina aquí, ya que el verbo “opilar” conserva aquella acepción a la que se refería Canossa:

desopilar

De des- y opilar.

1. tr. Curar la opilación. U. t. c. prnl.

En resumen, me parece que al DRAE se le ha escapado una acepción de “desopilante”, que podría ser algo así como, según lo expresó Canossa, “lo que tiene la virtud de curar una obstrucción”. De manera que, según entiendo, las dos acepciones son igualmente válidas.

Entonces, si se presentare la ocasión, utilizaré, sin escrúpulo ni culpa, el vocablo “desopilante” como sinónimo de algo “extremadamente cómico”.

(1) Don Julio Balderrama (1924-1995). No sólo no he incurrido en hipérbole, sino que pequé por tímida parquedad al calificar como lo he hecho a aquel queridísimo maestro de conocimientos prodigiosos. La buena fortuna me premió haciendo que mi vida coincidiera con la de él entre 1963 y la infausta fecha de su muerte: ¡cuánto le debo, cuánto me enseñó, de cuántas estupideces me expurgó…! Hasta el día de hoy no puedo recordarlo sino con un estremecimiento de amor, de tristeza y de infinita gratitud.