Pisando el acelerador, abriendo la caja y sin excluir los tratos pampa con diferentes sectores de la desperdigada oposición, el Gobierno consiguió en la medianoche del miércoles 17 que la Cámara de Diputados sancionara la Ley de Presupuesto. Si el Senado ratifica, la Argentina volverá en 2026 a tener presupuesto después de dos largos ejercicios sin ese instrumento (una ausencia que beneficia los manejos discrecionales del administrador).
Sin embargo, pese a aquel ímpetu, a aquellos trapicheos y a maniobras de técnica legislativa como establecer que el tratamiento en particular no fuera artículo por artículo sino capítulo por capítulo, el oficialismo no consiguió hacer pasar la anulación de las leyes referidas al presupuesto universitario y a la problemática de discapacidad que el Congreso había sancionado y luego refirmado (contra el veto del Ejecutivo).
Un mal cálculo convenció a los estrategas del Gobierno de que podían alcanzar una aprobación completa, sin objeciones; con ese fin, se blindó el capítulo que contenía la anulación de las normas sobre discapacidad y universidades con artículos que habilitaban beneficios y reivindicaciones de otros sectores, desde provincias hasta la Justicia, para disuadir cualquier intención de rechazarlo. No ocurrió: el oficialismo sufrió así una tercera derrota sobre esas cuestiones en una jornada que, con esa importante salvedad, parecía triunfal.
Ahora el Poder Ejecutivo está tan decepcionado con lo que ocurrió en la Cámara Baja (y quizás con los responsables propios de la negociación) que desliza la amenaza de vetar el presupuesto semiaprobado si la Cámara Alta lo racifica. Un nuevo desafío al Congreso no armonizaría con las sugerencias de apertura política planteadas por Washington.
Entretanto, con la batuta de Patricia Bullrich, los libertarios avanzan a buscar la media sanción de la modernización laboral en el Senado. Apelando a una suerte de bilardismo legislativo, la senadora Bullrich se aseguró la presidencia de la comisión que aprueba el dictamen, pero el examen más riguroso se juega en el recinto. Habrá que ver la influencia que proyecta sobre ese ámbito la movilización que convocó ayer la CGT y cómo evoluciona la relación del Ejecutivo con los gobernadores después de lo ocurrido en Diputados con el presupuesto.
En rigor, hay, de fondo, un acuerdo sobre la necesidad de modernizar la legislación y facilitar el blanqueo de una fuerza de trabajo mayoritariamente empleada en negro. El gobierno se anotará un triunfo si sale alguna ley allí donde otros gobiernos de centro derecha fracasaron. Para eso ha venido negociando discretamente concesiones a los gremios mientras sus voceros políticos se muestran intransigentes. Los gremios, que en principio caracterizan el proyecto como inconstitucional y lo enfrentan, negocian por puntos específicos. El diablo está en los detalles.
Entretanto, el gobierno ha introducido ajustes en su política cambiaria (desde enero corregirá el tipo de cambio siguiendo la inflación de dos meses antes, un ajuste que duplica el que venía practicando) y se propone comprar reservas, como le reclama el FMI. Se prevé un alza en el precio del dólar y se especula sobre sus efectos sobre una inflación que, desde abril, viene subiendo pasito a pasito. Los retoques fueron bien recibidos por el mercado y bajó el riesgo país. Con todo, el gobierno salió al mercado a buscar fondos para cubrir un vencimiento de más de 4.000 millones de dólares a principios de enero y sólo consiguió menos de 1.000 millones con una tasa de más de 9 puntos (superior a la que pagaron Santa Fé y la ciudad autónoma). El cambio de año tiene al gobierno ocupado en varios frentes.
LA ESTRATEGIA DE TRUMP
La evolución de los acontecimientos relacionados con Venezuela (la presión reconcentrada de Washington sobre el régimen de Nicolás Maduro con incautación de barcos petroleros, intrusiones en el espacio aéreo venezolano y un cerco naval que incluye bombardeos sobre embarcaciones sospechadas de ser transportes de drogas) tanto como el inusitado apoyo financiero y político que le permitió al gobierno de Milei eludir una situación en la que se jugaba la gobernabilidad son dos asuntos que subrayan la enorme relevancia de la estrategia de Donald Trump que su gobierno ha difundido en un documento publicado a fines de noviembre: Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Se trata de un texto de gran importancia para la política mundial y, particularmente, para la de los países americanos.
Washington proclama allí un trascendental cambio de enfoque y prioridades de su compromiso internacional. “Los días en que Estados Unidos apuntalaba el orden mundial como Atlas han terminado”, anuncia el texto. Y explica: “Nuestras élites calcularon erróneamente la disposición de Estados Unidos a asumir eternamente cargas globales que el pueblo estadounidense no veía en el interés nacional.
Sobreestimaron la capacidad de Estados Unidos para financiar, simultáneamente, un enorme estado de bienestar, regulador y administrativo, junto con un enorme complejo militar, diplomático, de inteligencia y de ayuda exterior”.
Lo que propone el nuevo suena como un repliegue después de una extensión inapropiada: “Tras el fin de la Guerra Fría, las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que la dominación permanente de Estados Unidos sobre el mundo entero redundaba en beneficio de nuestro país. Sin embargo, los asuntos de otros países solo nos incumben si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses ”.
Se trata, entonces, de un cambio de prioridades para reconcentrar la fuerza de Estados Unidos y afrontar mejor sus desafíos y compromisos globales, pues “no podemos permitirnos estar igualmente atentos a todas las regiones y a todos los problemas del mundo… Centrarse en todo es centrarse en nada”. Por eso, manteniendo la voluntad de preservar el interés de Estados Unidos en todo el planeta pero “evitando la sobreextensión y el enfoque difuso que socavaron los esfuerzos anteriores”, la prioridad estratégica pasa a ser lo que Washington denomina Hemisferio Occidental, las Américas.
LA PRIORIDAD CONTINENTAL
La línea adoptada por la nueva estrategia venía siendo expuesta y auspiciada por influyentes estudiosos y analistas de Estados Unidos. Más de dos décadas atrás, Samuel Huntington apuntaba ese desafío cuando advertía que la historia latina estaba desplazándose demográficamente hacia el norte en dirección a Estados Unidos y que eso, en consecuencia, cambiaría el carácter estadounidense. (¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense). En su libro La venganza de la geografía, el influyente pensador e investigador Robeert D. Kaplan, señalaba que “El destino de Estados Unidos se escribirá en sentido norte-sur, no en sentido este-oeste de un mar respladeciente a otro del mito continental y patriótico”. En ese mismo texto, comparando con las estrategias defensivas del Imperio romano, Kaplan apuntaba hace más de una década que “del mismo modo que el poder de Roma estabilizó el litoral mediterráneo, la Armada y la Fuerza Aérea de Estados Unidos patrullan los espacios de uso común en beneficio de todos, si bien es cierto que este servicio se da por sentado –del mismo modo que ocurría con Roma-; lo que ha quedado demostrado en la última década es que el Ejército de Estados Unidos y el cuerpo de Marines no dan más de sí, ocupados como están tratando de sofocar rebeliones en puntos lejanos del planeta, Por lo tanto Estados Unidos debe plantearse una gran estrategia con vistas a restituir su posición”, como hizo Roma en la etapa antonina. Kaplan enumeraba lo que su país podía hacer en ese sentido: “Evitar intervenciones costosas, utilizar la diplomacia, dar un uso estratégico a los recursos de los servicios de inteligencia…también asegurarse de que nada socava su posición desde el sur, como le sucedió a Roma desde el norte”.Y sugería: “Asegurarnos de que una potencia del hemisferio oriental no se vuelva excesivamente dominante o lo suficiente como para amenazar a Estados Unidos en el hemisferio occidental será una tarea mucho más sencilla si en primer lugar promovemos la unidad en el hemisferio occidental”.
Así, por la lógica de su interés estratégico Estados Unidos se ve empujado a su destino sudamericano.
CASA BLANCA-CASA ROSADA
El gobierno de Javier Milei eligió sumergirse en esa ola sin beneficio de inventario, al estilo que aconsejaba Bonaparte: "On s'engage et puis on voit" (hay que meterse y después ver). Aunque su apuesta por Trump fue incluso anterior a convertirse en Presidente, ya en ejercicio, y en una situación que llegó a amenazar su gobernabilidad los hechos lo empujaron a zambullirse como mejor alternativa. La corriente lo llevó, en principio, a zona segura. Trump avanzaba en el sendero norte-sur bosquejado por aquellos intelectuales y pensadores norteamericanos.
Según el documento estratégico emitido por Washington, “Estados Unidos estará listo para ayudar -posiblemente mediante un trato más favorable en materia comercial, intercambio de tecnología y adquisiciones para la defensa- a aquellos países que voluntariamente asuman una mayor responsabilidad por la seguridad en sus vecindarios y armonicen sus controles de exportación con los nuestros (…) Reclutaremos a nuestros aliados consolidados en el hemisferio…Nos expandiremos cultivando y fortaleciendo nuevos socios, a la vez que reforzamos el atractivo de nuestra nación como socio económico y de seguridad predilecto del hemisferio, reclutando a líderes regionales (…) Recompensaremos y alentaremos a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región que estén ampliamente alineados con nuestros principios y estrategia.”
"Milei, en Argentina, estaba perdiendo las elecciones, yo lo apoyé y ganó con una victoria aplastante", acaba de afirmar Trump, entrevistado por Político, un medio estadounidense del grupo conservador alemán Axel Springer. El presidente de los Estados Unidos estaba describiendo un hecho y su frase no era un alarde gratuito: estaba aplicando meticulosamente enunciados del documento estratégico. Exponer con claridad los efectos benéficos que la ayuda de Washington tuvo sobre el gobierno de Milei es un modo inequívoco de “reforzar el atractivo”. El asedio a Maduro es la otra cara de la moneda.
LAS INTENCIONES Y LOS HECHOS
El anuncio de un amplio acuerdo comercial con Argentina que divulgó en primera instancia la Casa Blanca debe comprenderse en ese marco; su trascendencia es mayor que su dimensión estrictamente mercantil; allana el paisaje de obstáculos y alienta una corriente de inversión, que en primera instancia se notaría en campos donde Argentina cuenta con recursos naturales abundantes y con notables ventajas comparativas y, a un plazo más extendido, parece inscribirse en un gran programa de integración económica que Trump ya ensaya en América del Norte redefiniendo lo que fue el NAFTA (ahora T-MEC ,“Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá”) con rasgos generales similares a los que se han anunciado para el acuerdo con Argentina, y hasta con la atrevida sugerencia de que Canadá se convierta en un estado más de los Estados Unidos.
En ese sentido, señala el reciente documento de Trump, “queremos asegurar que el Hemisferio Occidental se mantenga razonablemente estable y lo suficientemente bien gobernado como para prevenir y desalentar la migración masiva a Estados Unidos; queremos un Hemisferio cuyos gobiernos cooperen con nosotros contra narcoterroristas, cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales; queremos un Hemisferio libre de incursiones extranjeras hostiles o de la propiedad de activos clave, y que apoye cadenas de suministro cruciales; y queremos asegurar nuestro acceso continuo a ubicaciones estratégicas clave. En otras palabras, afirmaremos y haremos cumplir un Corolario Trump a la Doctrina Monroe”.
Si bien se mira, las intenciones son menos importantes que los hechos. El hecho, en primera instancia, es que Washington ha encarado un camino de integración y ha decidido priorizar a las Américas.
Buena parte de los comentarios sobre el documento estratégico de Trump se han concentrado sobre el menosprecio que allí se manifiesta por Europa, a la que describe virtualmente como el naufragio de una civilización y cuyo peso en los asuntos mundiales se desdibuja tanto como su participación en la economía planetaria (“Europa continental ha ido perdiendo participación en el PIB mundial —del 25 % en 1990 al 14 % en la actualidad”). Se ha insistido menos sobre la prioridad puesta en las Américas así como en el hecho, de indudable relevancia, de que el documento estratégico nunca roce ni aluda a un enfrentamiento abierto con China, sino más bien implique una competencia cooperativa. Este rasgo combina con algunas decisiones recientes de Trump, como levantar restricciones a la venta de chips de la firma Nvidia a Beijing, así como la inminente perspectiva de constituir una supermesa de diálogo y negociación mundial a la que se llama Core 5 o G5, que Estados Unidos compartiría con China, Rusia, Japón e India (sin Europa), un foro de debate y decisiones sobre el orden mundial que se imagina más práctico que las anquilosadas estructuras institucionales del sistema de posguerra y que insinúa la recíproca admisión de zonas de influencia.
Conviene analizar la política argentina desde esta perspectiva macro, que fija un marco de comprensión indispensable. El acuerdo Trump-Milei es un hecho inseparable de la decisión de la primera potencia del mundo de ordenar el Hemisferio Occidental. Y esa constatación permite medir los grados de libertad con que cuenta Argentina en esas negociaciones. Los juegos internos, la búsqueda de alternativas, las relaciones de fuerza domésticas estarán razonablemente condicionadas por ese marco general tanto como por la energía y la creatividad nacionales. Como escribió Perón, la verdadera política es la política internacional, que se despliega dentro y fuera de los países.
Sin embargo, pese a aquel ímpetu, a aquellos trapicheos y a maniobras de técnica legislativa como establecer que el tratamiento en particular no fuera artículo por artículo sino capítulo por capítulo, el oficialismo no consiguió hacer pasar la anulación de las leyes referidas al presupuesto universitario y a la problemática de discapacidad que el Congreso había sancionado y luego refirmado (contra el veto del Ejecutivo).
Un mal cálculo convenció a los estrategas del Gobierno de que podían alcanzar una aprobación completa, sin objeciones; con ese fin, se blindó el capítulo que contenía la anulación de las normas sobre discapacidad y universidades con artículos que habilitaban beneficios y reivindicaciones de otros sectores, desde provincias hasta la Justicia, para disuadir cualquier intención de rechazarlo. No ocurrió: el oficialismo sufrió así una tercera derrota sobre esas cuestiones en una jornada que, con esa importante salvedad, parecía triunfal.
Ahora el Poder Ejecutivo está tan decepcionado con lo que ocurrió en la Cámara Baja (y quizás con los responsables propios de la negociación) que desliza la amenaza de vetar el presupuesto semiaprobado si la Cámara Alta lo racifica. Un nuevo desafío al Congreso no armonizaría con las sugerencias de apertura política planteadas por Washington.
Entretanto, con la batuta de Patricia Bullrich, los libertarios avanzan a buscar la media sanción de la modernización laboral en el Senado. Apelando a una suerte de bilardismo legislativo, la senadora Bullrich se aseguró la presidencia de la comisión que aprueba el dictamen, pero el examen más riguroso se juega en el recinto. Habrá que ver la influencia que proyecta sobre ese ámbito la movilización que convocó ayer la CGT y cómo evoluciona la relación del Ejecutivo con los gobernadores después de lo ocurrido en Diputados con el presupuesto.
En rigor, hay, de fondo, un acuerdo sobre la necesidad de modernizar la legislación y facilitar el blanqueo de una fuerza de trabajo mayoritariamente empleada en negro. El gobierno se anotará un triunfo si sale alguna ley allí donde otros gobiernos de centro derecha fracasaron. Para eso ha venido negociando discretamente concesiones a los gremios mientras sus voceros políticos se muestran intransigentes. Los gremios, que en principio caracterizan el proyecto como inconstitucional y lo enfrentan, negocian por puntos específicos. El diablo está en los detalles.
Entretanto, el gobierno ha introducido ajustes en su política cambiaria (desde enero corregirá el tipo de cambio siguiendo la inflación de dos meses antes, un ajuste que duplica el que venía practicando) y se propone comprar reservas, como le reclama el FMI. Se prevé un alza en el precio del dólar y se especula sobre sus efectos sobre una inflación que, desde abril, viene subiendo pasito a pasito. Los retoques fueron bien recibidos por el mercado y bajó el riesgo país. Con todo, el gobierno salió al mercado a buscar fondos para cubrir un vencimiento de más de 4.000 millones de dólares a principios de enero y sólo consiguió menos de 1.000 millones con una tasa de más de 9 puntos (superior a la que pagaron Santa Fé y la ciudad autónoma). El cambio de año tiene al gobierno ocupado en varios frentes.
LA ESTRATEGIA DE TRUMP
La evolución de los acontecimientos relacionados con Venezuela (la presión reconcentrada de Washington sobre el régimen de Nicolás Maduro con incautación de barcos petroleros, intrusiones en el espacio aéreo venezolano y un cerco naval que incluye bombardeos sobre embarcaciones sospechadas de ser transportes de drogas) tanto como el inusitado apoyo financiero y político que le permitió al gobierno de Milei eludir una situación en la que se jugaba la gobernabilidad son dos asuntos que subrayan la enorme relevancia de la estrategia de Donald Trump que su gobierno ha difundido en un documento publicado a fines de noviembre: Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Se trata de un texto de gran importancia para la política mundial y, particularmente, para la de los países americanos.
Washington proclama allí un trascendental cambio de enfoque y prioridades de su compromiso internacional. “Los días en que Estados Unidos apuntalaba el orden mundial como Atlas han terminado”, anuncia el texto. Y explica: “Nuestras élites calcularon erróneamente la disposición de Estados Unidos a asumir eternamente cargas globales que el pueblo estadounidense no veía en el interés nacional.
Sobreestimaron la capacidad de Estados Unidos para financiar, simultáneamente, un enorme estado de bienestar, regulador y administrativo, junto con un enorme complejo militar, diplomático, de inteligencia y de ayuda exterior”.
Lo que propone el nuevo suena como un repliegue después de una extensión inapropiada: “Tras el fin de la Guerra Fría, las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que la dominación permanente de Estados Unidos sobre el mundo entero redundaba en beneficio de nuestro país. Sin embargo, los asuntos de otros países solo nos incumben si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses ”.
Se trata, entonces, de un cambio de prioridades para reconcentrar la fuerza de Estados Unidos y afrontar mejor sus desafíos y compromisos globales, pues “no podemos permitirnos estar igualmente atentos a todas las regiones y a todos los problemas del mundo… Centrarse en todo es centrarse en nada”. Por eso, manteniendo la voluntad de preservar el interés de Estados Unidos en todo el planeta pero “evitando la sobreextensión y el enfoque difuso que socavaron los esfuerzos anteriores”, la prioridad estratégica pasa a ser lo que Washington denomina Hemisferio Occidental, las Américas.
LA PRIORIDAD CONTINENTAL
La línea adoptada por la nueva estrategia venía siendo expuesta y auspiciada por influyentes estudiosos y analistas de Estados Unidos. Más de dos décadas atrás, Samuel Huntington apuntaba ese desafío cuando advertía que la historia latina estaba desplazándose demográficamente hacia el norte en dirección a Estados Unidos y que eso, en consecuencia, cambiaría el carácter estadounidense. (¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense). En su libro La venganza de la geografía, el influyente pensador e investigador Robeert D. Kaplan, señalaba que “El destino de Estados Unidos se escribirá en sentido norte-sur, no en sentido este-oeste de un mar respladeciente a otro del mito continental y patriótico”. En ese mismo texto, comparando con las estrategias defensivas del Imperio romano, Kaplan apuntaba hace más de una década que “del mismo modo que el poder de Roma estabilizó el litoral mediterráneo, la Armada y la Fuerza Aérea de Estados Unidos patrullan los espacios de uso común en beneficio de todos, si bien es cierto que este servicio se da por sentado –del mismo modo que ocurría con Roma-; lo que ha quedado demostrado en la última década es que el Ejército de Estados Unidos y el cuerpo de Marines no dan más de sí, ocupados como están tratando de sofocar rebeliones en puntos lejanos del planeta, Por lo tanto Estados Unidos debe plantearse una gran estrategia con vistas a restituir su posición”, como hizo Roma en la etapa antonina. Kaplan enumeraba lo que su país podía hacer en ese sentido: “Evitar intervenciones costosas, utilizar la diplomacia, dar un uso estratégico a los recursos de los servicios de inteligencia…también asegurarse de que nada socava su posición desde el sur, como le sucedió a Roma desde el norte”.Y sugería: “Asegurarnos de que una potencia del hemisferio oriental no se vuelva excesivamente dominante o lo suficiente como para amenazar a Estados Unidos en el hemisferio occidental será una tarea mucho más sencilla si en primer lugar promovemos la unidad en el hemisferio occidental”.
Así, por la lógica de su interés estratégico Estados Unidos se ve empujado a su destino sudamericano.
CASA BLANCA-CASA ROSADA
El gobierno de Javier Milei eligió sumergirse en esa ola sin beneficio de inventario, al estilo que aconsejaba Bonaparte: "On s'engage et puis on voit" (hay que meterse y después ver). Aunque su apuesta por Trump fue incluso anterior a convertirse en Presidente, ya en ejercicio, y en una situación que llegó a amenazar su gobernabilidad los hechos lo empujaron a zambullirse como mejor alternativa. La corriente lo llevó, en principio, a zona segura. Trump avanzaba en el sendero norte-sur bosquejado por aquellos intelectuales y pensadores norteamericanos.
Según el documento estratégico emitido por Washington, “Estados Unidos estará listo para ayudar -posiblemente mediante un trato más favorable en materia comercial, intercambio de tecnología y adquisiciones para la defensa- a aquellos países que voluntariamente asuman una mayor responsabilidad por la seguridad en sus vecindarios y armonicen sus controles de exportación con los nuestros (…) Reclutaremos a nuestros aliados consolidados en el hemisferio…Nos expandiremos cultivando y fortaleciendo nuevos socios, a la vez que reforzamos el atractivo de nuestra nación como socio económico y de seguridad predilecto del hemisferio, reclutando a líderes regionales (…) Recompensaremos y alentaremos a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región que estén ampliamente alineados con nuestros principios y estrategia.”
"Milei, en Argentina, estaba perdiendo las elecciones, yo lo apoyé y ganó con una victoria aplastante", acaba de afirmar Trump, entrevistado por Político, un medio estadounidense del grupo conservador alemán Axel Springer. El presidente de los Estados Unidos estaba describiendo un hecho y su frase no era un alarde gratuito: estaba aplicando meticulosamente enunciados del documento estratégico. Exponer con claridad los efectos benéficos que la ayuda de Washington tuvo sobre el gobierno de Milei es un modo inequívoco de “reforzar el atractivo”. El asedio a Maduro es la otra cara de la moneda.
LAS INTENCIONES Y LOS HECHOS
El anuncio de un amplio acuerdo comercial con Argentina que divulgó en primera instancia la Casa Blanca debe comprenderse en ese marco; su trascendencia es mayor que su dimensión estrictamente mercantil; allana el paisaje de obstáculos y alienta una corriente de inversión, que en primera instancia se notaría en campos donde Argentina cuenta con recursos naturales abundantes y con notables ventajas comparativas y, a un plazo más extendido, parece inscribirse en un gran programa de integración económica que Trump ya ensaya en América del Norte redefiniendo lo que fue el NAFTA (ahora T-MEC ,“Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá”) con rasgos generales similares a los que se han anunciado para el acuerdo con Argentina, y hasta con la atrevida sugerencia de que Canadá se convierta en un estado más de los Estados Unidos.
En ese sentido, señala el reciente documento de Trump, “queremos asegurar que el Hemisferio Occidental se mantenga razonablemente estable y lo suficientemente bien gobernado como para prevenir y desalentar la migración masiva a Estados Unidos; queremos un Hemisferio cuyos gobiernos cooperen con nosotros contra narcoterroristas, cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales; queremos un Hemisferio libre de incursiones extranjeras hostiles o de la propiedad de activos clave, y que apoye cadenas de suministro cruciales; y queremos asegurar nuestro acceso continuo a ubicaciones estratégicas clave. En otras palabras, afirmaremos y haremos cumplir un Corolario Trump a la Doctrina Monroe”.
Si bien se mira, las intenciones son menos importantes que los hechos. El hecho, en primera instancia, es que Washington ha encarado un camino de integración y ha decidido priorizar a las Américas.
Buena parte de los comentarios sobre el documento estratégico de Trump se han concentrado sobre el menosprecio que allí se manifiesta por Europa, a la que describe virtualmente como el naufragio de una civilización y cuyo peso en los asuntos mundiales se desdibuja tanto como su participación en la economía planetaria (“Europa continental ha ido perdiendo participación en el PIB mundial —del 25 % en 1990 al 14 % en la actualidad”). Se ha insistido menos sobre la prioridad puesta en las Américas así como en el hecho, de indudable relevancia, de que el documento estratégico nunca roce ni aluda a un enfrentamiento abierto con China, sino más bien implique una competencia cooperativa. Este rasgo combina con algunas decisiones recientes de Trump, como levantar restricciones a la venta de chips de la firma Nvidia a Beijing, así como la inminente perspectiva de constituir una supermesa de diálogo y negociación mundial a la que se llama Core 5 o G5, que Estados Unidos compartiría con China, Rusia, Japón e India (sin Europa), un foro de debate y decisiones sobre el orden mundial que se imagina más práctico que las anquilosadas estructuras institucionales del sistema de posguerra y que insinúa la recíproca admisión de zonas de influencia.
Conviene analizar la política argentina desde esta perspectiva macro, que fija un marco de comprensión indispensable. El acuerdo Trump-Milei es un hecho inseparable de la decisión de la primera potencia del mundo de ordenar el Hemisferio Occidental. Y esa constatación permite medir los grados de libertad con que cuenta Argentina en esas negociaciones. Los juegos internos, la búsqueda de alternativas, las relaciones de fuerza domésticas estarán razonablemente condicionadas por ese marco general tanto como por la energía y la creatividad nacionales. Como escribió Perón, la verdadera política es la política internacional, que se despliega dentro y fuera de los países.
