La violencia tiene cara de progre, no de rugbier

 

 

A lo largo de toda su existencia, el ser humano ha sido violento, incluso cuando luchaba hace miles de años mano a mano con los depredadores, esa violencia le permitió sobrevivir. Durante siglos y siglos, las relaciones entre las personas eran de una violencia atroz, animal; podríamos decir inhumana. Enfrentamientos con mazos, hachas y espadas que desmembraban cuerpos a cada golpe; sitios que generaban hambrunas y pestes; torturas, mutilaciones, personas quemadas vivas y ejecuciones que divertían a todos eran lo cotidiano.

Pero la humanidad progresó, comenzó a usar más el cerebro que los músculos, más la razón que el instinto, y a partir de la Revolución Gloriosa, se generó un cambio en el entendimiento de lo que es el ser humano, el cual se cristalizó en la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y en la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa (1789).

Escritas casi al unísono, a miles de kilómetros una de otra y absolutamente a contramano de la realidad política del momento, no es coincidencia que ambas declaraciones sean tan similares. Las ideas de la libertad (liberalismo) se imponían sobre los absolutismos monárquicos y liberaban las fuerzas intelectuales y productivas de las personas, llevando a la humanidad al momento de mayor esplendor de su historia.

Por supuesto que este cambio radical en el mundo de las ideas y del derecho, no se trasladó en forma instantánea a lo cotidiano en las comunidades.
En lo social, las segregaciones étnicas y raciales persistieron y aún persisten, aunque en vía de extinción. Lo mismo sucede con el menoscabo a la mujer, a pesar de los poquísimos hombres que todavía viven en el medioevo. 

Se necesitaron eventos icónicos en la historia, personalizados por figuras como Lucretia Mott, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Malcolm X, Nelson Mandela o Malala Yousafzai, para marcar quiebres.
También fueron precisas revoluciones como la Gloriosa en Inglaterra, las Americanas y la Francesa; dos guerras mundiales contra nacionalismos salvajes y la guerra fría contra el comunismo, asesino de más de 100 millones de personas.

NO MURIO

Pero el comunismo no murió. Tampoco renació como el Ave Fenix; más bien se escapó como una alimaña inmunda y reinventándose bajo las enseñanzas de Antonio Gramsci, se transformó en el posmodernismo.

Esta ideología, esclavizante y violenta, reinterpretó el concepto de lucha de clases y la convirtió en disputas entre hombres y mujeres, omnívoros y veganos, cientificistas y ambientalistas, pañuelos celestes y verdes, cosmopolitas y pueblos originarios, personas con capacidad económica y postergados, honrados y delincuentes víctimas de la sociedad.

Y en esta lógica dualista y descabellada, el uso de la violencia dejó de ser justa sólo cuando era en defensa propia y se convirtió en una herramienta de pseudo reivindicación y de conquista del poder, único y final objetivo de quienes entienden al poder como una meta y no como un medio. Noción absolutamente opuesta a la de las personalidades que nombré antes.

Así, la violencia perdió su sentido ético en su justificación (defensa) y la represión se convirtió en un pecado. Muchos creyeron tener derecho a usar la violencia como medio para alcanzar el poder: los piqueteros en las calles, los políticos sobre los votantes, los alumnos sobre los profesores, los adoctrinadores sobre los alumnos, el automovilista sobre el peatón, los sindicalistas sobre los empleados, una patota (rugbiers o no) sobre una persona o los delincuentes sobre los honestos (como la mujer violada y su hijo de 4 años asesinado hace pocos días).

El posmodernismo que hoy impera asegura que la realidad, la verdad, los valores, el bien y el mal son subjetivos y relativos; por lo tanto, como no tiene una referencia clara para valorar la acción humana, entra continuamente en contradicciones.

Así vemos a diputadas hablar contra la violencia de género y al mismo tiempo no aumentan las penas para violadores, nos enteramos de patotas con denuncias por violencia que son perdonadas hasta que matan a alguien o nos informamos de jueces que liberan a los delincuentes que ya libres, terminan violando a una mujer y asesinando a su hijo de 4 años.

¿Cuál es el mensaje? Simple: "Dale nomás, que acá no pasa nada".
Lo cierto es que tenemos dos opciones: o exigimos nuestro derecho a la seguridad (defensa propia o estatal), o asumimos la condición de esclavos de los violentos.