La verdad existe

La realidad no es una creación del historiador, existe. Lo que puede ser difícil es encontrarla. Se necesitan documentos pero esa dificultad no dice que la creamos nosotros, funciona independientemente. Sólo tratamos de desentrañarla.

Si no la hubiera no recurriríamos a la discusión, ni habría un plano objetivo para discutir pruebas, siempre dudosas, que apoyaran a una u otra hipótesis. No se podría convencer a nadie. Existe un método, una secuencia de pasos para acercarse a ella. Ante una infección, por ejemplo, el médico nos ordena primero realizar algunos análisis para descubrir qué tenemos.

En la ciencia se hace algo similar: se deben dar pruebas empíricas para saber si las hipótesis son plausibles, aceptables o contradictorias con los hechos. No es correcto decir que la verdad es absoluta o relativa, es la verdad y hay grados de acercamiento a ella.

Dicho esto, es interesante observar cuántas falsedades se dicen en los discursos políticos. Escuchar, por ejemplo, a Cristina Kirchner despotricar contra el sistema capitalista, como también a otros conocidos políticos e intelectuales. Ello muestra que son grandes mentirosos o no se han tomado la molestia de averiguar algo sobre el sistema económico que repudian.

Tienen a mano no sólo buena bibliografía al respecto sino infinidad de ejemplos, a partir del fracaso del socialismo en la Unión Soviética, para demostrar el papel importantísimo que dicho sistema tuvo para permitirnos hoy gozar de un mundo mucho mejor.

El gran economista y filosofo Ludwig von Mises (1881-1973) es uno de los intelectuales que más claramente explica las bondades del sistema de libre mercado. Deja muy claro en sus libros que los ciudadanos de los países desarrollados disfrutan de portentosas ventajas debido a que piensan y actúan con mentalidad capitalista.

Pero lamenta que la mayoría apenas se percata de su funcionamiento. Como consecuencia de la ignorancia atribuyen todo progreso económico a la técnica y a las ciencias naturales, creen en un impulso automático que hace progresar al que adopte las ciencias experimentales, cuyas realizaciones pueden resolver los problemas técnicos.

El progreso inmenso alcanzado desde mitad del siglo XIX en Occidente no lo atribuyen al liberalismo y al capitalismo, pretenden que así funciona la realidad cualquiera sean las ideas y el sistema económico de que se trate.

CAPITALISMO

La doctrina marxista tuvo tanto éxito porque prohijó esas ideas equivocadas. Marx pensaba que era imposible detener el progreso histórico y que el socialismo sustituiría al capitalismo. Utilizó en sentido peyorativo las palabras capitalismo, capital y capitalistas, como lo hacen todavía muchos sectores e incluso muchos intelectuales y medios de comunicación.

Sin embargo, como muestra Mises, tales términos representan sin posibilidad de error el factor principal que hace la diferencia entre los países en continuo crecimiento. Ningún adelanto previo se puede instalar en un país sin el ahorro correspondiente, sin el capital necesario para poder hacerlo. Tan sólo el ahorro, la acumulación de nuevos capitales, ha permitido adoptar los nuevos métodos de producción.

Los empresarios invierten el capital ahorrado por terceros, los capitalistas, con miras a satisfacer del mejor modo posible las necesidades y gustos del consumidor. Los demás nos beneficiamos de su ahorro y creatividad. La economía de mercado permite al hombre común disfrutar de ajenas realizaciones y obliga a servir a la inmensa mayoría con mejores productos y bienes.

Es indispensable explicar y educar para que se comprenda que la acumulación de capital, el espíritu de empresa y el ingenio técnico, que atraen la prosperidad, no surge por generación espontanea.

Los industriales, en competencia, tienden a igualar a los hombres no sólo en cuanto a los modos de satisfacer sus necesidades personales, también en lo que se refiere a facilitarles distracciones y entretenimientos. En la economía de mercado empresarios, capitalistas y técnicos prosperan sólo en tanto consiguen satisfacer las apetencias de los consumidores.

Los partidos izquierdistas, aunque tengan algunas diferencias, coinciden todos en que el constante progreso material constituye un proceso automático. Los sindicalistas, por su parte, pretenden que es natural el nivel de vida del cual disfrutan. No se plantean la inquietud de si la acción electiva y la menor sujeción a las imposiciones de normas y valores, propios de las coacciones colectivistas, tienen que ver con condiciones y posibilidades de vida mejores.

Por el contrario, como Cristina Kirchner, creen a pie juntillas que los empresarios encarnan las injustas pretensiones de “los explotadores” en el intento de despojarles de lo que les corresponde. Tampoco se les ocurre pensar que el aumento de la productividad del trabajo se debe a las mejores herramientas y máquinas utilizadas pero instaladas gracias al capital acumulado e invertido.

Lejos de elogiar las rabietas del presidente, cuando escucha argumentos en contra de la necesidad de aplicar políticas liberales, entiendo que lastiman su inteligencia los vacíos y demagógicos argumentos con que muchos políticos y sindicalistas intentan hacer creer que la verdad es la irrealidad.

Como bien los describe Mises “para ellos, el rico nunca tiene razón porque es rico y el pobre siempre la tiene, porque es pobre, suponen que la riqueza es un crimen, de ahí viene la indigesta noción de reparto que caracteriza al populismo”.

La contaminación de la inteligencia, nos dice Mises, ha producido daños en buena parte irreparables. Se tendrá que trabajar sin descanso en la difícil tarea de dominar esa epidemia de ideas, conseguir que se acepte la medicación salvadora. El reino de la razón no ha sido entronizado, el error y la superstición socialista todavía son aclamados con entusiasmo en Argentina y en buena parte del mundo.

Las políticas anticapitalistas que pregonan kirchneristas y socialistas van en contra de la naturaleza humana. El sello del hombre consiste en nunca cejar en sus esfuerzos por mejorar su bienestar. Siguiendo al afamado economista lo malo es escoger medios inadecuados para alcanzar objetivos, ideologías espurias desorientan a las personas y favorecen políticas contrarias a su propio interés.

No hay duda que si el Estado ahoga a la sociedad civil aniquila la capacidad de acción y creación de las personas y, por ende, de la sociedad, disminuye también la capacidad para atacar los problemas. Lo sabe Javier Milei, ojalá no se equivoque y lleve adelante el cambio liberal correcto, impulsando las inversiones al ritmo necesario para alcanzar una mejora evidente lo antes posible.

Encarar los problemas que tiene Argentina requiere no de pocos hombres, sino de muchos, con ideas claras, que se animen a acometer las dificultades con tratamientos creadores. De radical importancia es contar con una institucionalidad que se los permita, la caída de las experiencias socialistas muestra el fracaso institucional y ético de su ideología, ocultado por muchos intelectuales y políticos cegados por un dogmatismo casi religioso.

Esperemos que en Argentina nunca más estemos en manos de gobernantes similares a Cristina Kirchner y otros políticos que adhieren a una caótica colección de conjeturas derivadas de doctrinas falaces y conceptos erróneos, los cuales le han dejado al país, como consecuencia, decadencia y el sufrimiento de tanta gente.

La esencia del capitalismo consiste en ser un sistema de producción en masa para la satisfacción de las necesidades de la mayoría, ha elevado el nivel medio de vida a una altura que en épocas anteriores no se pudo ni siquiera soñar.

La filosofía preparó el terreno para la implantación del liberalismo, patrocinador de la libertad económica, plasmada en la economía de mercado y en su corolario político, el gobierno representativo.

Los problemas básicos de la existencia humana no pueden ser resueltos por el Estado. Por ello, es preciso estimular la formación de personas mucho más responsables que en el pasado. Si triunfan las ideas liberales gozaremos de mucha más autonomía, por lo cual tendremos que estar preparados para asumir las responsabilidades inherentes a ella.

 

* Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).