“La Argentina va a ser un país caro. Y lo que va a haber es destrucción y creación. Y la destrucción va a ser mucho más rápida que la creación (…) Hagamos un estudio de todos los cuellos de botella que va a haber en la transición para evitar los bolsones de pobreza y de descontento porque es imposible separar la economía de la política y de la sociología”.
Las palabras de Ricardo Arriazu -indiscutiblemente uno de lo mayores economistas argentinos- se caracterizan por no omitir en su análisis las condiciones extraeconómicas sino, al contrario, poner en evidencia lo que quizás sea, desde hace décadas, el nudo de la crisis nacional: la impotencia para hacer políticamente viables y sustentables en el tiempo las opciones económicamente saludables. Es decir, recordando a Maurras, hacer posible lo necesario.
El panorama al respecto sigue opaco. El oficialismo, confortado hasta hoy por las encuestas, actúa como si tuviese comprado el futuro, al menos el inmediato.
Ahora bien: supuesto -y no concedido- que el reordenamiento macroeconómico desate automáticamente un crecimiento sensible de la inversión, y que se trate de inversión significativamente creadora de empleo -lo cual resulta aun más dudoso- el timing de ese proceso, como constata Arriazu, no garantiza estabilidad social ni política.
En realidad se acrecientan las posibilidades de que continúe la erosión de la clase media existente y el progresivo cerramiento de acceso a la misma por las capas inferiores. La Argentina se parece cada vez menos a lo que fue su peculiaridad en la región.
SIN ALTERNANCIA
El cuadro se complica si se echa un vistazo a las posibilidades de alternancia institucional. En efecto: el grueso de los enemigos del Gobierno se canalizan a través de un peronismo que por enésima vez soporta la cooptación K, al parecer sin mayores molestias, y configura así el tipo mismo de lo que Juan Linz llamaría “la oposición desleal”, factor insoslayable en todos los ejemplos que estudia de “crisis de la democracia”. Ni este sector ni el desvaído archipiélago dialoguista, por lo demás, atinan a proponer el más elemental programa de gobierno alternativo a la furia libertaria.
Entretanto, el penoso enfrentamiento entre el círculo presidencial y la vicepresidente , por una parte, y la pulverización del PRO y la UCR, por otra, son testimonios irrecusables de la acelerada descomposición del sistema de partidos, iniciada hace un cuarto de siglo y que continúa en caída libre. El desquicio psicológico y el nihilismo práctico de la dirigencia de uno u otro color hacen el resto.
Y sin embargo, más allá del mediano plazo, la Argentina se muestra henchida de oportunidades a poco que se recupere, en un área sensible de la dirigencia, el verdadero realismo político y una dosis elemental de patriotismo. Sin este rescate no serán las reformas de Sturzenegger ni los decimales plus de superavit lo que impedirá que nos hundamos en un destructivo populismo de izquierda.