Representó la rebeldía de aquellas mujeres que no se resignaron a la vida hogareña

La última confesión de doña Encarnación Ezcurra de Rosas

Los ataques a Juan Manuel de Rosas fueron múltiples y variados, en especial las difamaciones y noticias inventadas para desprestigiar al Restaurador, sea en su época como aún en nuestros días. Una de las “fake news” más descabelladas, pero que circuló copiosamente, estuvo centrada en el fallecimiento de su esposa, Encarnación Ezcurra.

José Rivera Indarte, antiguo simpatizante federal y luego furioso antirrosista, en “Rosas y sus opositores” (1843), atacó al Restaurador denigrando la figura de su esposa y condenando su actitud última para con ella: “En 1838, después de una larga dolencia agravada por excesos de ebriedad (sic), espiró la inquieta (sic) y audaz mujer de Rosas, superior a su marido, autora de su elevación, y que se atrajo sin embargo su odio, por la parte que sin su permiso tomó en la Revolución de Octubre de 1837. Rosas la castigó por esa falta hasta en sus últimos momentos.

En ellos se vio rodeada... de una profunda y desesperante soledad, interrumpida por las risas y obscenidades de los bufones de Rosas. Ellos le aplicaban algunas medicinas, y muchas veces desgarraba los oídos de la pobre enferma la voz satírica de su marido, que gritaba a uno de los locos: “éa! acuéstate con Encarnación si ella quiere, y consuélala un poco”

.Su hija, la Manuela, se echó a los pies de su padre, pidiéndole la gracias de que su madre tuviera un confesor: “No, dijo Rosas… Encarnación sabe muchas cosas de la Federación y los frailes cuentan después todo lo que les dicen los sonsos que se van a confesar con ellos. Después que se muera haremos entrar un fraile, y diremos se ha confesado, y todo el mundo lo creerá”.

Cuando le avisaron que había expirado su desgraciada cómplice, mandó venir un sacerdote que le pusiese la extremaunción, y para que éste no creyese que el óleo santo se derramaba sobre un cadáver, y sí sobre una persona moribunda, uno de los locos de Rosas, puesto debajo de la cama en que estaba el cuerpo difunto, le hacía hacer movimientos, pero con tal torpeza, que el sacerdote, después de haber fingido que nada entendía, salió espantado de aquella caverna de impiedad, y reveló la escena infernal en que había sido involuntario actor a un eclesiástico venerable, de cuyos labios tenemos esta relación.

RELATO DELIRANTE

Este delirante relato de Rivera Indarte se sustentaría en el testimonio del superior jesuita padre Mariano Berdugo, quien lo incluyó en ‘Historia secreta de la supresión de la Compañía de Jesús en Buenos Aires’, también de 1843, y que fue rescatado por Cayetano Bruno, en el tomo décimo de su ‘Historia de la Iglesia en la Argentina’ (1975). Allí Berdugo expresó: “Pero no dejó de murmurase mucho, que enferma de mucho tiempo no se dispusiese con los sacramentos, y que, en sus últimos momentos, buscados y llamados los sacerdotes, apenas llegase uno, que fue el primero y nuestro, el padre Idefonso [José de la] Peña. El cual hizo en aquel punto lo que ministerio pedía”.

Se sumó Rufino de Elizalde, ex Canciller del presidente Bartolomé Mitre y Nicolás Avellaneda, quien en ‘La Nación’, del 1 de marzo de 1883, acusó a Rosas de cometer “con su esposa el enorme sacrilegio de llamar al padre ex jesuita doctor don Francisco Majesté, después que murió, metiéndose bajo la cama, y confesándose por ella”.

MAS INFUNDIOS

Otra nota, pero esta vez de ‘El Censor’, del 17 de enero de 1886, siguió el infundio: “Recordamos lo que el padre Peña, jesuita, llamado in artículo mortis por Rosas para auxiliar a doña Encarnación. Viola el Padre y observó que estaba muerta. ¡Está viva – le replicaba Rosas – absuélvala! Y el Padre veía los dedos de Rosas debajo del cadáver tratando de hacer creer que se movía”.

Y agregó Berdugo: “Pero una hermana de ella llamada doña Juanita, mujer sencilla, se dejó decir que al arribo del Padre ya era difunta, y que los movimientos que hizo fueron los de su esposo, que tenía la mano debajo de la cabeza, obligada a hacer al cadáver”.

Arrastrando la falsedad del hecho, por parte de figuras notables como el periodista exiliado, el clérigo jesuita y el ex funcionario mitrista, Máximo Terrero, yerno de Rosas, se decidió impugnar estas calumnias. “Antonino Reyes, que había acudido con Rosas en el preciso instante del fallecimiento, por nota fechada en Montevideo el 30 de enero de 1886, hizo fuerte repudio de ella, tachándola de ‘mentira repugnante’”. Requerida también Juana Ezcurra expresó desde Buenos Aires el 31 de enero del mismo año que la aterraba “oír semejantes imposturas”, y que sus autores merecían “la más severa condenación”.

OTROS TESTIMONIOS

María Sáenz Quesada, en ‘Mujeres de Rosas’ (1991) refirió, tomando como fuente a Cayetano Bruno: “Los enemigos de su gobierno hicieron correr la voz de que él se había opuesto a que la moribunda recibiera los sacramentos por temor a que revelara algunos de sus crímenes ante los oídos del sacerdote. Es más, llegó a decirse que, para cumplir formalmente con el trámite, Rosas hizo llamar a un clérigo se colocó detrás del cadáver y respondiendo a las oraciones simulando que aún estaba con vida. Rufino de Elizalde atribuyó a Pedro de Ángelis haber contado esta historia de horror a unos amigos”.

Sáenz Quesada, en su obra, incluyó el testimonio de Juana Ezcurra. Con respecto a si tuvo o no asistencia espiritual en sus últimos instantes, puntualizó: “Su alma fuerte y sus principios religiosos la hacían no descuidar los deberes que impone la Iglesia que practicaba de propia voluntad, así que nunca nos preocupó…”.

Y refirió que “la noche del fallecimiento era mi compañera Mariquita Sánchez… nos alarmó su inmovilidad por lo que envié por Juan Manuel que trabajaba en su despacho. Llegó sin tardanza seguido, al conocer la causa de varios empleados allegados y entre ellos recuerdo especialmente a Antonino Reyes y pedro Rodríguez… A la vez que se pidió a la Iglesia, inmediata al Colegio, auxilio, acudiendo los RRPP jesuitas Majesté, Berdugo y no recuerdo algún otro más, pero que sólo pudieron atestiguar la muerte. Afirmo pues que no existe tal simulacro de confesión como se pretende”.

NOTICIAS FALSAS

La divulgación de noticias falsas que vulnera la historia en beneficio de una facción se revierte únicamente exponiendo los relatos fabulados, que de tan ridículos se ven desacreditan por sí mismo, como así también cotejar los otros documentos y testimonios que pueden refutar la exageración o mentira de un determinado relato.

De tan grotesco ni valdría exponer este hecho, pero como salió de la boca y pluma de tan reputados actores políticos, y como alguna mente febril lo sigue repitiendo, bien vale la aclaración.

Vera Pichel, en ‘Encarnación Ezcurra: la mujer que inventó a Rosas’ (1999) describió su final: “Cerró los ojos, y tranquila, sin estertores ni ahogos, como quien intenta dormir y lo logra, ya no despertó. Vanos fueron los intentos de una posible reanimación. No hubo tiempo. Sola y decidida, como siempre, selló su propia muerte. Así se fue Encarnación… Murió sola y sin que le valieran testigos. Como el cóndor… Rosas entró despavorido. Las mujeres fueron a la habitación contigua… Lloros, rezo, gritos, invocaciones a divinidades diversas conformaron el ritual de quienes más cercano a ella habían estado. Se tapiaron puertas y ventanas siguiendo una rígida orden de Juan Manuel. Quería estar a solas con ella, protagonistas de una historia de amor que de por vida los unió…”.

Su muerte, acaecida el 20 de octubre de 1838, privó a Rosas de su gran consejera y el amor de su vida, y al pueblo humilde que perdió a su primera defensora: la Heroína de la Federación. Apodada “la mulata Toribia” por la oposición por su cercanía con las mujeres afroargentinas máxima promotora de la figura política de su marido, inspiradora de la Sociedad Popular Restauradora, representó la rebeldía de aquellas mujeres que no se resignaron a la vida hogareña, sino que participaron activamente de la política de su época.

* Licenciado en Ciencia Política; Docente de la UCES; Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas.