La última cena

Sr. director:

El artículo publicado en Cultura del 06/01/24, titulado “El modo católico de comulgar” trae consideraciones que mueven a la reflexión. Se trata, obviamente, de un tema de católicos para católicos, pero, como su tratamiento en el artículo incursiona en una gran cantidad de citas del Nuevo Testamento, entonces, invita a cualquier amante de las Escrituras a meditar seriamente en esa fuente y… opinar.

Bien hace el autor del artículo en abundar en citas bíblicas, porque los principios de la práctica cristiana están establecidos en el Nuevo Testamento y son suficientemente claros para que los cristianos sepan qué hacer y cómo hacer aquello que está prescrito por el Señor. No obstante, hay un viejo dicho, muy ocurrente, acerca de los argentinos, que dice que dicen: “¿para que lo vamos a hacer fácil si lo podemos complicar?”

Somos complicados y tenemos la rara habilidad de enmarañar lo que es simple y sencillo. Así ocurre con esta cuestión de la “Última Cena”. Cuando uno busca en La Biblia cómo se instituyó el rito de la cena pascual devenido en recordatorio ordenado por Cristo a los suyos, no puede menos que sorprenderse, cuando se lo compara con la “traducción” que hace la religión. Veamos:

«Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.»

  (Lucas  22:19 a 20)

Esto es todo lo que ocurrió en esa cena. El Señor toma un pan, lo parte y lo da a sus discípulos, y lo mismo hizo con una copa con vino. Les dice cuál es el valor de ambos elementos que llevan a su boca: su cuerpo y su sangre. Y les ordena ‘haced esto en recuerdo mío’. “Haced esto”. ¿Qué es “esto”? Pues, tomar un pan y partirlo –como Cristo lo hizo- y comer de él y tomar una copa con vino y beber de ella, considerando el profundo significado de ese acto. Ni mas ni menos.

Un cuarto de siglo más tarde, la enseñanza y la práctica era exactamente la misma, cuando el apóstol Pablo les enseña a los cristianos de Corinto (ver 1ª carta a los Corintios, capítulo 11, versículos 20 al 27) lo que deben saber acerca de “comer la cena del Señor” (como se llamaba -y se debe llamar- a ese acto de recordación del Señor): “Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido, que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía.' Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es el nuevo Testamento en mi sangre: cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía. Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que El venga”.

La orden del Señor es “Haced esto”. Simplemente, “esto” que hacían lo creyentes del primer siglo. ¿Por qué, entonces, ir más allá? ¿Por qué dar al participante algo que no es pan ni vino, como manda el Señor? ¿Cuál es la razón? ¿De Cuántas maneras se puede comer un trozo de pan o beber una copa?

Ciertamente, las tradiciones y costumbres son la base de las religiones del mundo y así funcionan, pero cuando se trata de analizarlas a la luz de las Escrituras, uno puede advertir la discrepancia ostensible con Ellas.

Me parece que es irrelevante si una variante es la verdadera y otra es espuria frente a la cuestión vital de si lo que se hace es lo que realmente Cristo manda. Como dice el pasaje citado parcialmente en el artículo: “Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues el hombre a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz”.

Se afirma, además, taxativamente, que en esa Cena, Jesucristo instituye el sacerdocio y que los apóstoles eran sacerdotes. ¿Es eso lo que se lee en los Evangelios?  En absoluto, pero, a los efectos de la instauración de una liturgia que sustituye al acto más sencillo, un clero es necesario…
No quiero entrar en estériles polémicas religiosas, lo cual es totalmente inútil y confunde. Solo se me ocurre compartir lo que pienso que surge de la lectura de Las Escrituras, que es mucho más sencillo y directo para le relación con el Señor.

Enrique Abel Suárez
suarezabel@yahoo.com.ar