Los escenarios donde sucedieron importantes hitos de la historia fueron demolidos en las últimas décadas

La tragedia del patrimonio urbano

Se perdió la Quinta Unzué, la Casa del Angel en Belgrano y el Teatro Odeón, entre tantos espacios importantes, El libro “Buenos Aires en demolición” es un llamado de atención sobre lo que está perdiéndose.

“El patrimonio es un territorio con un espacio de disputas. No es simplemente ir a museos, recordar edificios demolidos y estilos arquitectónicos. Hay detrás conflictos, intereses e ideas desencontradas que forman parte de las políticas de los gobiernos para afrontar cómo difundir o sostener este legado. Vemos cómo la desaparición de algunas construcciones corresponde a realidades o a hechos históricos importantes. Algunos de los edificios que abordamos fueron demolidos durante el siglo XX, o de alguna manera cercenados o desnaturalizado”, enfatizó el arquitecto Alejandro Maddonni durante el encuentro para presentar el libro “Buenos Aires en demolición” cuya autoría comparte con Gastón Becerra Goldstein.

El evento, que fue realizado en un salón de la Iglesia San Telmo, tuvo una importante audiencia que escuchó detenidamente algunos de los casos en que obras arquitectónicas han sufrido el impacto de la desidia, de los intereses políticos de los gobiernos de turno o del olvido por parte de la propia sociedad.

“Entre 1880 y la primera mitad del siglo XX, la dinámica ciudad de Buenos Aires fue el escenario que desarrolló el conjunto arquitectónico de mejor calidad de Latinoamérica. Sin embargo, ya en la década de 1940 el ensayista y pensador Ezequiel Martínez Estrada, en el libro "La Cabeza de Goliat", analiza el desproporcionado crecimiento de la urbe porteña, que fiel a sus fundacionales orígenes comerciales, avanza borrando las huellas de sus pasos. Así, mientras va demoliendo la arquitectura, derriba también su pasado, haciendo que edificación e historia en Buenos Aires parezcan inconciliables”, resaltó al principio del encuentro Gastón Becerra Goldstein.

El número de edificios demolidos, ocupados indebidamente y convertidos en ruinas es importante. Con el paso de las décadas es una tendencia que aumenta sin la necesaria reflexión sobre lo que se ha perdido arquitectónicamente para siempre. En un llamado de atención por esta ausencia es que los dos autores realizaron una selección ordenada cronológicamente de varios ejemplos del patrimonio afectado. Su análisis se basa en una triada de factores, como son la historia, la memoria y el patrimonio, que al entrelazarse ha permitido dar voz a una significativa arquitectura silenciada de Buenos Aires.

LA CHACRA DE CASTRO

Entre los casos analizados se encuentra, en la zona de Monte Castro, la historia de la Chacra de Castro que es resguarda por su importancia arqueológica. El 14 de mayo de 1703 el capitán Pedro Fernández de Castro y Velazco compró unas tierras al oeste de la ciudad de Buenos Aires. Allí construyó una casa, una capilla, un granero y una pulpería, cercana a lo que hoy es la intersección de Bermúdez y Álvarez Jonte.

La propiedad luego fue comprada en 1781 por Juan Pedro de Córdova, quien recibiera del Virrey el título de Estaquero de Monte Castro. Según la historia local, allí fue donde pernoctó el Virrey Sobremonte antes de marchar a Córdoba cuando fue la invasión británica de 1806. También en 1810 pararon allí Antonio González Balcarce y Francisco de Ortiz de Ocampo cuando organizaron el Ejército del Norte que debía partir a la campaña del Alto Perú.

El casco de la casa del primitivo Monte Castro “sobrevivió hasta el año aproximadamente 1925”, explicó Alejandro Maddoni, quien es vocal de la Junta de Cultura y Estudios Históricos de Monte Castro, mientras mostraba una fotografía publicada por el diario La Prensa en 1911, una de las cuatro imágenes que quedan del edificio colonial.

“Fue una de las pocas construcciones coloniales que se conservaron en los barrios periféricos de Buenos Aires, fuera del casco histórico tradicional de la ciudad. En 2018 el Código Urbanístico consideró incluir a esa manzana donde estuvo el edificio dentro de lo que se llama áreas de riesgo arqueológico. Es decir, antes de construir cualquier cosa en esa manzana, va a haber que solicitar permisos especiales para poder saber si no hay restos arqueológicos importantes que rescatar antes de que se haga un movimiento de suelo que termine definitivamente con eso”, señaló el arquitecto.

BARRACAS

Otro edificio de la época colonial es lo que hoy se conoce como la Barraca Peña. Para suerte de los visitantes y porteños, la estructura aún yace en pie. “Si bien este edificio data de la década de 1860, los originales eran de un siglo antes. Habían sido construidos por la familia Peña Fernández”, explicó Becerra Goldstein, quien fue docente en FADU- UBA y en el Instituto Integral de Arquitectura.

El conjunto edilicio integró el almacén El Triunfo, Barraca Lanera, la estación de tren Barraca Peña y un puente levadizo que conectaba el ferrocarril hacia la otra orilla.

“Esta obra es parte de lo que fueron las estructuras que dieron nombre al barrio de Barracas. Eran construcciones utilizadas para almacenar lo que se llaman productos del país, que venían desde territorios internos de las provincias, para salir hacia otros lugares a través de los ríos o ser exportados, por ejemplo, para España. En 1860, esa antigua construcción es heredada por un nieto de la familia Peña Fernández, de apellido Bunge. Lo que hace es actualizar y devolverles el valor a las antiguas estructuras. También construye otro edificio, que se conoció como Lanera porque en un momento se almacenaban lanas o el producto de la esquirla de las ovejas, para luego enviar la materia prima para ser industrializada. Este lugar se puede visitar hoy en la calle Pedro en Mendoza, muy cerquita de Caminito”, explicó el arquitecto disertante que también contó, como anécdota, que a pocos metros del edificio están los restos del barco español descubierto en Puerto Madero en 2008 y que se los dejo allí debido a que “las condiciones, que ya había sufrido por haber estado enterrado y bajo el agua tanto tiempo, no permitirían que subsistiera en contacto con el aire, en una exposición al cielo abierto. Por esto se decidió volver a enterrarlo para preservarlo”.

QUINTA UNZUÉ

El edificio de la actual Biblioteca Nacional yace sereno pese al bullicio de las Avenidas Las Heras y del Libertador y las calles Agüero y Austria que circundan el terreno. Rodeado de arboles y una plaza para el lector es un espacio ideal para los amantes de los libros. Pero ese destino, muchos años antes, fue testigo de varios acontecimientos históricos y culturales de la Argentina.

Allí se erigió originalmente el Palacio Unzué, también conocido como Quinta Unzué, que desde su construcción por esta familia de la que recibe su nombre en 1888 hasta la década de 1940 fue un lugar connotado a nivel social en la ciudad. “Era una propiedad que estaba en los extramuros de la ciudad con una extensión de dos hectáreas que llegaba hasta el Río de la Plata, donde hoy se encuentra la Avenida del Libertador. Este edificio tiene una historia compleja desde sus orígenes, fue un lugar de encuentro social y los jardines fueron diseñados por el importante paisajista Carlos Thays. Rubén Darío pernoctó acá como invitados de los Unzué”, recordó Becerra Goldstein.

El destino del predio cambió radicalmente cuando fue convertido en la residencia presidencial de la República Argentina durante la presidencia de Juan Domingo Perón, y se transformó en un lugar de peregrinación y culto luego de que allí muriera la primera dama, Eva Perón, en 1952. “Este edificio sufre los acontecimientos trágicos que se desencadenan en la Argentina a partir de 1955. Una de las primeras medidas que toma el gobierno de facto en ese momento es qué hacer con este lugar donde había un serio riesgo de que se convirtiese en un lugar público, dado que era el lugar donde había fallecido Eva. Así, en el año 56 hay una feroz campaña en los medios de prensa para promover su demolición. Era la única solución que se contemplaba para evitar que se convirtiera en un lugar de culto”, subrayó el profesor.

Luego de analizar qué se podía hacer con el predio liberado se llegó a la conclusión de “construir una nueva sede para la Biblioteca Nacional y se realizó un concurso cerrado. Participó el arquitecto Clorindo Testa junto a Alicia Cazzaniga y Francisco Bullrich, que eran pareja, y se les otorgó la obra. Lo complejo es que, entre el comienzo del proyecto y la terminación del edificio, pasaron 30 años desde 1962 hasta 1992 cuando fue inaugurado. Esto demuestra la poca voluntad desde el Estado por tener la sede de la Biblioteca Nacional, el acervo bibliográfico más importante del país. Y si se pudo terminar, que no se concluyó según los planos originales, fue porque el Reino de España da un préstamo de 5 millones de dólares en 1992 y mandó personal especializado para ayudar en el traslado del material que había”.

Para ver algunos detalles no terminados basta alzar la mirada y observar las ventanas de la estructura. “Vemos que hay una serie de marcas cuadradas en las aberturas donde debería haber parasoles. Esto fue una verdadera tragedia, porque eran absolutamente necesarios para preservar en verano del exceso de calor, de aumento de temperaturas y de fuga de calor en invierno. Este edificio queda entregado de esta manera que habla de una historia inconclusa y por la demolición del edificio, que guste o no, tenía un valor patrimonial histórico. Hoy se erige allí como un gran monumento con un lenguaje que los arquitectos llamamos brutalista, por la manera que se expresa el hormigón armado”, mencionó Becerra Goldstein.

EL ANGEL

El barrio de Belgrano se encuentra en un punto prácticamente intermedio entre las oficinas del centro porteño y las áreas de descanso de la zona norte de Buenos Aires. Por décadas fue elegido por las familias adineradas para construir casas elegantes y de grandes dimensiones que marcaban su poderío económico y social.

A partir de la década de 1950 la realidad edilicia del barrio fue cambiando a partir de la Ley de Propiedad Horizontal. “La norma permite que cada uno de los edificios empezaran a ser divididos en unidades funcionales. Antes, las construcciones pertenecían a un solo propietario, pero luego surge la proliferación edilicia con decenas de dueños que viven en torres. Este tipo de obra necesitaba una superficie grande para ser construidas y no eran de las parcelas habituales de la Ciudad de Buenos Aires”, mencionó Maddoni, quien cuenta con una especialización en Gestión Cultural UNSAM y es colaborador del Centro de Arqueología Urbana de la FADU, UBA.

En este punto de la disertación se recuerda como ejemplo a la Casa del Ángel, denominada así por una bella estatua, que se situaba en las calles Cuba y Sucre. La fabulosa casa del doctor Carlos Delcasse era un palacete de veinte habitaciones y frondoso jardín con árboles de magnolias, camelias y palmeras. Fue construida por Karl Nordmann, arquitecto alemán autor del Torreón del Monje de Mar del Plata, el Teatro Coliseo y varios otros conocidos edificios de la Ciudad. Además, la vivienda fue escenario para que allí se filmara la película La Casa del Ángel, un film del director Leopoldo Torre Nilsson que fue récord de taquilla en 1957. También fue locación de otras dos películas, Un guapo del 900 (1960) y La casa de las sombras (1976).

Ante la decisión de los herederos de Delcasse de vender la casa, en 1974 hubo gestiones para que la adquiriera el Gobierno de la Ciudad, con la intención de convertirla en un museo. Aquello no prosperó y en 1977 fue vendida y demolida. Sin embargo, la estatua que le dio nombre a la propiedad fue llevada a un museo en San Telmo donde hoy brinda un silencioso testimonio de su pasado de esplendor.

En el predio actualmente yace allí la actual Galería del Ángel: dos inmensas torres con una galería comercial que va desde Cuba a Arcos. “La Casa del Ángel sirve para entender esta cuestión de cómo el auge inmobiliario, de alguna manera, no viene de hace 10 o 20 años, sino que tiene una historia bastante larga. Este cambio de uso del espacio hizo que se perdieran estas viviendas de estratos altos de la sociedad con materiales y espacios únicos que pudieron haber sido rescatados como museos y bibliotecas. Es decir, lugares que legaran algún tipo de recuerdo como patrimonio respecto de cómo se construía o se vivía en una época en Buenos Aires. Hoy quedan muy pocas casas como estas en la Ciudad lo que permite ver cómo la cuestión del aprovechamiento del suelo y de las leyes fueron, a través de los años, cambiando por completo la fisonomía porteña”, señaló Maddoni, que también es autor de libros como “La Reconquista de Buenos Aires. Escenarios, hitos y vestigios” y “Manuel Belgrano. La verdadera historia se su casa familiar en Buenos Aires” que fue escrita junto al historiador Roberto Colimodio.

BOHEMIA

Ubicado en Esmeralda 367, el Teatro Odeón supo ser epicentro de grandes hitos culturales e históricos. Abrió sus puertas por primera vez en 1892 y fue adquiriendo varios nombres en los sucesivos años hasta el definitivo, como hoy todavía se lo recuerda, a partir de su último dueño, el empresario cervecero Emilio Bieckert.

El edificio estaba construido en forma de herradura y tenía capacidad para 2000 espectadores. Además del teatro alojaba en sus pisos superiores el Royal Hotel (propiedad de L. Schaefer) y el local de la ochava, el restaurante Royal Keller.

Una particularidad del teatro es que tuvieron lugar numerosos eventos de importancia. En julio de 1896 se realizó la primera proyección cinematográfica en Argentina y el año siguiente tuvo lugar en su sala el congreso que decidió la candidatura de Julio Argentino Roca para su segunda presidencia de la nación. También, en el subsuelo había un bar que entre 1925 y 1926 era visitado por varios personajes destacados de la cultura argentina, como Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Leopoldo Marechal, Xul Solar y Emilio Pettoruti, entre otros. “Fue considerada la esquina más porteña, de hecho, hay un tango que se llama Corrientes y Esmeraldas, habla de la vida que toma la calle cuando es ensanchada en avenida, en 1936. Es el lugar de la bohemia”, recordó Becerra Goldstein.

Para 1985 el edificio obtuvo una protección por su interés cultural y arquitectónico, pero ese amparo concluyó en 1991 y, pese a la campaña de concientización llevada a cabo por destacadas figuras como Susana Rinaldi, finalmente lo demolieron. “Lo más triste es que este espacio, además de ser demolido, durante 25 años quedó convertido en una playa de estacionamiento. Luego construyeron un edificio de oficinas que fue impactado por la pandemia, junto a otros con la misma funcionalidad, dado que surgió con más fuerza el trabajo remoto. Actualmente el Gobierno de la Ciudad tiene realizado estudios sobre cómo reconvertir el microcentro en un área residencial”, explicó el arquitecto.

VIVIENDA OBRERA

En Buenos Aires, y a fines del siglo XIX, el conjunto de casas de la denominada “Colonia Sola” fueron destinadas a los empleados del tren, pero hoy son utilizadas mayormente por sus descendientes, atesorando una importante parte de la historia económica argentina. El lugar le debe su nombre a la antigua estación de cargas lindante, Estación Sola, ahora perteneciente al Ferrocarril Roca y antes al antiguo Ferrocarril del Sud.

“Eran viviendas donde los empleados vivían cerca de su espacio de trabajo. Es uno de los pocos ejemplos que demuestran cómo funcionaba el ferrocarril. Los balcones y corredores superiores caracterizan la fachada del lugar. Internamente tienen unas claraboyas, algunas sin vidrios, por donde se cuela el agua que cae por las escaleras generando un peligro para los habitantes. Actualmente hay un reclamo para lograr mantener la estructura, pero es un clásico ejemplo de un barrio congelado en el tiempo. Más allá de su atractivo para estudiarlo, la falta de avances en ningún aspecto para resolver la situación de los vecinos es una deuda existente con esta historia productiva del país”, resaltó Maddoni.

En tanto, a la falta de novedades al respecto se suma la carencia de un marco legal que garantice la propiedad de las casas ya que originalmente pertenecieron al Ferrocarril del Sud que ya no existe.

“La reflexión sobre el entorno construido y los mensajes de sus lenguajes arquitectónicos permite entender mejor el hábitat que compartimos socialmente, contribuyendo a la construcción de una identidad que nos otorga sentido histórico. La arquitectura desde sus inicios apunta a ello, pues su sola presencia conjura el olvido, el Patrimonio arquitectónico es parte de la herencia cultural y documentación insustituible en el análisis de una sociedad urbana. Memoria, historia y patrimonio son inseparables para la comprensión de la vida actual y materiales imprescindibles para la construcción de la futura ciudad”, concluyeron los autores de la obra que cuenta con 514 páginas llenas de anécdotas de la historia de la ciudad.